La metamorfosis de las discotecas en restaurantes, un plan a cuentagotas
La reforma de la mítica Joy Eslava es la excepción; solo el 4 por ciento de las salas de fiestas sirven menús
La noticia se propagó anteayer como el fuego en un campo marchito, consumiendo esperanzas de muchos amantes de la noche. Un gigante del ocio, en pleno centro de la capital, había sucumbido al Covid-19 . Por fortuna, Joy Eslava no tardó mucho ... en desmentir su cierre . La mítica sala ha emprendido una «ambiciosa» reforma para regresar «cuando las condiciones sanitarias lo permitan», según trasladó en un comunicado. El antiguo teatro, también escenario de la Movida madrileña, seguirá celebrando fiestas y conciertos, pero ampliará el servicio de restaurante-espectáculo , como ha podido saber este diario. El resto es un secreto.
La metamorfosis se produce en plena pandemia, pero no por ella. Hace tres años que su propietario, el empresario Pedro Trapote, solicitó las pertinentes licencias para modernizar un edificio protegido , testigo en su tiempo de obras de Antonio Gala, Federico García Lorca y Valle-Inclán —bajo el paraguas del empresario Bonifacio Eslava—, y que abriría como discoteca en 1981, la noche siguiente al 23-F. Un incendio en 1998 arrasó con dos plantas y obligó a cerrar sus puertas, pero la sala abrió de nuevo, dos meses más tarde, coincidiendo con su 15º cumpleaños. Dos décadas después, aprovechará de nuevo su aniversario. Cuarenta años con una salud de hierro que no ha caído ante el patógeno.
No obstante, la transformación de Joy Eslava es una de las pocas excepciones que confirman la regla. Aunque el pasado 15 de octubre la Consejería de Sanidad permitió a los locales de ocio nocturno reabrir ofreciendo desayunos, comidas y cenas , apenas el 4 por ciento de las casi 2.700 salas de la región sirven menús , calculan desde el Círculo de Empresarios del Ocio Nocturno y Espectáculos de Madrid (Ceonm). «Nadie ha abierto ejerciendo la actividad de restauración. Solo han podido hacerlo bares de copas o discotecas muy pequeñas», resume el presidente de la asociación, Tito Pajares.
El legendario Penta , en el barrio de Malasaña, pertenece al puñado de valientes. La música ochentera todavía invade el local, otro icono de la Movida, pero ya no se puede bailar. Las mesas dominan la pista. El menú es variado , cortesía de la taberna Muerde Madrid, a menos de 100 metros del local: croquetas, ensaladas, raviolis, tortilla de betanzos... Ahora funcionan en horario de cenas, de jueves a sábado. «Dime que es mentira todo, un sueño tonto y no más», cantaba Antonio Vega, inseparable de la historia de este bar de copas. La frase adorna el pie de la nueva carta, como un anhelo de que termine esta pesadilla, para «y luego por la noche al Penta a escuchar», decían los versos de Nacha Pop.
En el Tempo Club (Duque de Osuna, 8), a finales de mes terminan una reforma que, en parte, ya estaba decidida antes de la pandemia. «Lo que ya estaba previsto era el acondicionamiento de la planta baja para incorporar el concepto de “audiophile”, que consiste en un cuidado muy especial de la calidad de sonido», explica Roberto Tempo, socio fundador, programador y DJ residente del local. Por otro lado, la planta de arriba se ha convertido en un restaurante que cuenta con socios de alto nivel, como David García de El Corral de la Morería, con tres estrellas Michelín. «Hemos tenido la suerte de que el local siempre ha tenido licencia de restaurante , e incluso su salida de humos, así que ha sido fácil».
Un océano de trabas
La otra cara de la moneda, en cuanto a salas de conciertos se refiere, se puede ilustrar con el caso de Boite Live (Calle de Tetuán, 27), que intentó abrir una terraza para poder mantener su negocio y se ha encontrado con un océano de trabas administrativas . «Todas las instituciones, locales y estatales, me han colocado en una situación kafkiana», asegura su propietario, José R. Díaz. «Nos dijeron que podíamos hacer una documentación rápida para poner terraza, pero todavía estoy esperando la resolución de expedientes, la visita de los técnicos de parques y jardines...».
La medida que permitió la conversión fue un regalo envenenado. Los locales necesitan una licencia de funcionamiento que autorice las instalaciones y equipos industriales necesarios, por ejemplo, salida de humos o cámara frigorífica . En otras palabras, deben solicitar un nuevo permiso. «No compensa. Tienes que meterte en obras, en jaleos, pedir la licencia... Igual para cuando te la den ya se ha pasado todo esto», se resigna Uvaldo Bokoka, en la barra de su hamburguesería en la calle del Pez. También regenta un garito, el Ballesta Club , que no piensa abrir.
Con el 70 por ciento del sector bajo candado, las pérdidas del segundo semestre del año ascienden a 2.275 millones de euros , estima la asociación Noche Madrid. Desde el Círculo de Empresarios calculan que el 60 por ciento de las empresas solicitarán un concurso de acreedores este invierno. Antes de que llegue el desastre, piden reunirse con el Gobierno regional y trasladar su propuesta. «Para qué vamos a vender sándwiches, si ya tenemos licencia para espectáculos . No tenemos en ERTE a cocineros, pinches... Lo que sí tenemos son saxofonistas, bailarines, técnicos de luz y vídeo... », zanja Pajares. El Ejecutivo aún no ha respondido.
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