Madrid redescubre a Guiomar

Sobre Pilar de Valderrama pesa, pues, «el mito machadiano sobre sus virtudes literarias», como reseña el poeta Carlos Aganzo (prologuista de 'Evocación', su antología poética), y de ahí que ser el amor de los «días azules» de Machado haya ocultado que en el número 58 del Paseo de Rosales se juntó mucho vértice desconocido de la llamada Generación de Plata de la Literatura española. Que hasta por allí «dicen que pasó Alfonso XIII, y que había una biblioteca con más de dos mil volúmenes donde se dio rienda suelta al Teatro Fantasio de cámara». Así lo recuerda su nieta, Alicia Viladomat. Incansable en la memoria.

Es ese ambiente el que resume la placa del número 58 del Paseo de Rosales que este miércoles descubrió el alcalde Almeida: el de una mujer libérrima que le dio la mecha lírica a Nieves Herrero para su libro 'Esos días azules'. Una mujer, rememora Herrero, que perteneció a ese club de mujeres que soñaban con el voto femenino : el Lyceum club y sobre la que se va disolviendo «el polvo del olvido». Una escritora que, como también incidió el regidor, «se abrió paso por su talento, no a codazos» en el complejo mundo literario de la época.

Hablar de Guiomar/Pilar de Valderrama en Madrid es recordar la fuente de los jardines del Palacio de La Moncloa , de los encuentros secretos entre los poetas cuyo flechazo principió en Segovia. Y también la estampa de un Machado taciturno, rondando «el hotelito» (chalé) de Rosales a la distancia de su pudor, entre los desmontes y atochales, y recién llegado a la Estación del Norte.

De algún modo, Pilar de Valderrama, ya inmortalizada en eso tan madrileño de las placas conmemorativas , permite revivir las tertulias literarias y profundizar, insiste su nieta, en «una familia de artistas» plurales: su marido, Martínez Romarate, ingeniero y responsable de iluminación del Teatro María Guerrero, o en su cuñado, el escultor Victorio Macho, también con su estrellita en Argüelles.

Se trata de recorrer aquel Madrid de chalés que miraban al horizonte del «Guadarrama frío», del Café Francoespañol —su «rincón conventual»— y recrear una relación entre el idealismo y la epístola de dos creadores diferentes, sojuzgados por el estereotipo del poeta y su musa. Es ese imaginario el que nos han metido hasta el higadillo en los manuales escolares de Literatura.

La Historia de la Literatura, la más íntima, también tiene su sitio en la ciudad. Sólo hay que fijarse en las fachadas que salen al paso. Y en sus placas. Una placa que el viento del Este, cálido, estuvo a punto de descorrer antes de tiempo: la de Guiomar. Sonó la romanza «Madrileña Bonita» de la zarzuela 'La del manojo de rosas', Almeida asentía las notas del barítono Javier Recio. Se descolgó el velo y la ciudad enmendó otro olvido «con la Edad de Plata de la Literatura española». Junto a la Casa de Valencia.