El Madrid de Benlliure, entre la costumbre y la sorpresa
ABC comprueba cómo la ciudad dialoga o redescubre la obra del escultor valenciano, en el 75 aniversario de su muerte
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Iniciar sesiónMadrid, en el 75 aniversario de la muerte de Mariano Benlliure, sigue con sus ritmos y sus tráfagos habituales. A pesar de la completa programación que ha preparado el Ayuntamiento, impresa en cada farola y sometida a los vientos, el madrileño va del corazón a ... sus asuntos. Con esa mirada al suelo que obvia las esculturas, quizá porque siempre estuvieron ahí y forman parte de la costumbre. Sin embargo, hay que pasear una ruta personal y ver que también hay una ciudad a la que si se le explica quién fue ‘Marianet el Picapedrero’ presta atención, gira el cuello. Y entiende, y valora, y se entusiasma –quizá sin nociones previas de Arte– por cómo es eso de dar forma y emoción al bronce.
El paseo personalísimo que proponemos pasa, no podía ser de otra manera, por el Monumento a Alfonso XII del Retiro , del que un madrileñista equivocado dijo que era «disonante y excesivo» y en el que participó lo más granado de las Bellas Artes patrias. En las escalinatas que bajan al estanque son muchos los extranjeros que se solean. A alguno le suena vagamente Benlliure, pero el cronista le hace elevar la mirada a la estatua que corona la estructura . Y entonces, el milagro; Cristóbal, de México, empieza a admirar las calidades en el caballo, la mirada del Rey hacia donde se pone el sol. Cristóbal se queja de que «no haya una placa que explique quién fue Benlliure» (sí hay una breve explicación del recinto) y de las papeleras cercanas «que desmerecen el conjunto».
Una paloma, como en el poema de Gloria Fuertes, se posa en el sombrero del monarca. María Rosa se sorprende de que justo debajo del equino haya un mirador y apunta a que se «logró una maravilla» allá, a veintidós metros del suelo y de esas carpas enormes del estanque, tan ajenas a la Historia patria y a sus próceres. Como dos jóvenes francesas que no quieren que dos periodistas le pregunten por el oficio de la escultura en lo que para ellas es un balneario gratuito.
Cerca, muy cerca, pero dando la espalda al Rey, Mariano Benlliure (’Marianito Benlliure’ como lo llamaba la prensa de la época cuando el escultor empezó a frecuentar los círculos del ‘todo Madrid’) cinceló la estatua de Martínez Campos . Nadie se fija en la perfección de la mirada, que es una de las señas de identidad del valenciano. La lámina de agua que ha de engrandecer la memoria de quien acabó con la Primera República con el Pronunciamiento de Sagunto acumula algunas semillas que enturbian un tanto a la primera figura ecuestre que talló el valenciano.
Y es que Benlliure está en Madrid como ausente. O en palabras del hijo del escultor Venancio Blanco y presidente de la fundación homónima, «Madrid ve a Benlliure pero no sabe que es Benlliure» . Quizá sea aquello que apunta el pintor Augusto Ferrer-Dalmau, quien considera al levantino uno «de los mejores desde el principio de los tiempos». Para Ferrer-Dalmau quizá los pedestales impidan que el madrileño se haga amigo de las estatuas, que dialogue con ellas y «pueda percibir esos detalles de gran maestro».
El Madrid de Benlliure es el que cada uno quiera que sea. Se puede sestear en las cercanías de la estatua de Martínez Campos, o sorprenderse en la contemplación brava de Don Álvaro de Bazán en la Plaza de la Villa. O cómo lo más sólido se hace manejable en el Mausoleo de Canalejas en el Panteón de Hombres ilustres. Desde que llegase con su familia en 1874, Benlliure se hizo parte de la ciudad . Por eso mismo, hay que peregrinar al número 59 de la calle José Abascal, donde tuvo su estudio y su domicilio. Evidentemente no era el bloque que hoy hay en esa ubicación, sino un «chalecito» de esos que había en lo que entonces eran las afueras del Norte de Madrid. Muy del estilo de la casa de Sorolla, con su patio y sus aires del Levante. Eso explica amablemente Pedro, portero del edificio, que ha estudiado un poco a quien visitaban las musas por esas latitudes. La inquietud del querer saber, claro, que es otra de las potencias del alma. Otra victoria del escultor 75 años después de haber expirado.
Injusticia poética
Se baja por La Castellana y el Paseo del Prado, y cómo no, frente a la pinacoteca sí hay una superpoblación de selfies con el Goya de Benlliure. La fama de uno y el relativo olvido del retratista. Una foto tras otra con la reproducción del de Fuendetodos . Milagros experimenta allí, junto a la escultura, un relativo síndrome de Stendhal y eso que, como argentina, está bien acostumbrada a las estatuas. Se cuestiona si quienes danzan a la sombra de Goya son conscientes de danzar frente a una obra de Arte. Pero Liliana sigue ahí, contemplando el rostro sordo y hasta malencarado de Goya, las alegorías de su basamento. Un matrimonio de Pamplona se une al corrillo e identificamos en relieve la célebre firma de Benlliure. Más tarde unos patinadores se sientan a la sombra del aragonés (Goya), hay quien merienda en las escalinatas que el monumento divide en dos. Las últimas luces dan otra perspectiva a la obra.
El madrileño, pues, ha visto a Benlliure hasta el punto de familiarizarse con él como con un parquímetro. Está todo el 2022 para corregir esa injusticia poética. Voluntad hay, quizá falte pedagogía.
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