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La Laguna: un «mercado ilegal» que dura ya más de tres décadas

Comerciantes y vecinos de Carabanchel protestan. El Ayuntamiento dice que la Policía decomisa la mercancía

Algunos puestos de ropa en plena acera DE SAN BERNARDO
M. J. Álvarez

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«Esto lo conozco desde que era un niño y tengo ya 52 años. Con alguna variación en la mercancía, en los vendedores y en el número de tenderetes, esta calle es un zoco en esta zona comercial de Carabanchel Bajo ». Así lo asegura Miguel Ángel García Álvarez, presidente de la Galería Comercial La Laguna. A mediodía, aprovechando la afluencia de gente, una decena de puestos ofrecen sus productos que exhiben en la acera de la avenida del mismo nombre. «Pilas alcalinas, a 1 euro», vocea un hombre con muleta. Son de marca blanca y van en paquetes de ocho unidades. También tiene en la caja de cartón «packs» de seis tubos de pegamento instantáneo a ese precio.

Una hora después hay quince vendedores ilegales. Los menos depositan sus productos en carritos de plástico birlados a los supermercados. Melones enormes «ricos, ricos»; medio kilo de ajos a 1 euro; cajas de frutas del bosque a 2... Frutas exóticas, cebollas, tomates, pimientos, flores...

Este «mercadillo paralelo», como explican algunos comerciantes y vecinos de la zona, comienza en la calle de Pinzón y acaba en la de la Oca. «Por las tardes hay más. Y los sábados puede haber fácilmente el doble, aunque el mercado esté cerrado. En Navidad la calle es un caos , no se puede caminar. Están todos juntos apretujados», asevera María, una vecina.

«Gadgets» para móviles y aparatos electrónicos, cascos, zapatillas deportivas, camisetas, calzoncillos de marca burdamente falsificados a 2 euros la pieza, pantalones de chandal, calcetines, tinte para el pelo... Y hasta bisutería dorada son los productos que ofertan. Gitanos españoles en su inmensa mayoría y algún suramericano, africano u oriental vendiendo juguetes conforman la mezcla de esta especie de Torre de Babel. «Han tenido objetos de dudosa procedencia, como relojes o perfumes» , agrega Salvador, que tiene una tienda de ropa. Patrullas de la Policía Municipal pasan diario. Se agachan si les ven enfilar la calle o se van si sienten intimidados. «Aquí no verás a ninguno como a los manteros en el centro de Madrid, con el hatillo preparado para salir corriendo», coinciden comerciantes afectados.

Cuando se sienten presionados, atraviesan el mercado para salir a la calle de detrás o se esconden en él y dejan sus cosas en los puestos vacíos. «Yojo con decirles algo, porque encima se encaran contigo», explica el presidente de la galería comercial. Los municipales les requisan la mercancía un par de veces por semana a lo sumo, recalcan. «Se dan el agua y se avisan. Los agentes conocen sus artimañas y a veces les esperan en la calle trasera», recalcan Álvaro y Miguel, ambos con puestos en el mercado.

Fruterías en la calle

Hace años montaban auténticas fruterías ambulantes. «Ahora no llegan a tanto porque no les dejan, pero ellos siguen y viven de eso porque están siempre aquí», indica el portavoz de la galería. Uno de los ambulantes ilegales lo reconoce: «La culpa es la falta de trabajo; si lo tuviera, no estaría aquí».

En el mercado explican que de diez puestos de fruta ahora quedan cuatro. Lo achacan no solo al daño que les ha hecho la venta callejera, sino, en gran medida, a la proliferación de tiendas regentadas por paquistaníes. «A mí a veces se me ponen muy cerca. Yo pago impuestos, el alquiler de la tienda, y la competencia desleal es brutal . Ellos solo obtienen ganancias, por eso pueden vender más barato», lamenta Hussein. Y el público ignora si el producto es robado, si reúne las debidas medidas higiénico-sanitarias...

A los tenderetes callejeros no les falta clientela. «Media docena de calcetines tobilleros de los que no les salen bolas a 1,5 euros», vocifera otro desde su chiringuito. Un joven para y compra dos paquetes.

Faustino, encargado de una tienda de ropa, afirma que «esto no solo existe aquí, sino en más barrios de Madrid. En La Laguna tal vez está más agudizado porque persiste este comercio durante más tiempo aunque nos hagan un buen roto», lamenta. Su colega Salvador asegura que «estos particulares manteros» tienen las zonas adjudicadas. Si viene alguno y se coloca en el puesto de otro, le dice que se marche y no rechistan. «Esto es a diario. No hay derecho» , explican unas jóvenes que viven en las inmediaciones. Sin embargo, varias señoras cometan que ellas no tienen ninguna queja: «Es así desde siempre».

El presidente de la galería reconoce que antes llamaban muchísimo a la Policía y que ya lo hacen menos. «Es una lucha. Estamos cansados, la gente se harta. Esto es el cuento de nunca acabar. Yo creo que hasta la Policía está aburrida y los deja por imposibles porque es como el gato y el ratón».

Desde el Ayuntamiento precisaron que la Policía Municipal actúa en la zona y requisa la mercancía y que no han notado un repunte en el número de puestos. « Toda esta venta ha ocurrido con gobiernos de todos los colores . Incluso tenían un proyecto de peatonalizar la calle para evitar estas prácticas que se ha debido de quedar en el baúl de los recuerdos», indican desde la entidad.

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