Invasión de cocinas industriales en los patios de vecinos de Madrid: «Es una injusticia»
Moradores de Prosperidad llevan a los tribunales la instalación de 38 restaurantes virtuales en un bajo, y los de Tetuán critican las molestias por los humos y ‘riders’
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Iniciar sesiónEl olor a brasas, especias mexicanas y cebolla frita se cuela por las ventanas abiertas de los residentes de la calle de José Calvo, en el distrito de Tetuán . Julio se apresura a cerrarlas en un gesto casi instintivo, que ya ha interiorizado ... desde que se instalaron 21 cocinas industriales en el bajo comercial frente a su edificio. «Esto es un despropósito, una injusticia. Tengo que convencer a mi mujer para que nos mudemos», afirma el vecino, dispuesto a abandonar el que ha sido toda la vida su hogar por las molestias derivadas de los restaurantes virtuales . La práctica, que prolifera a pasos agigantados en Madrid como consecuencia del coronavirus y sus efectos en la hostelería , consiste en instalar en los bajos de edificios las denominadas cocinas fantasma o ‘dark kitchens’ e invadir los patios residenciales con las chimeneas industriales. No hay lugar para clientes ni una barra en la que sirvan una caña o pongan un café: sirven únicamente a domicilio . «Es como si nos pusieran 21 restaurantes en el bajo, pero en vez de clientes dentro tenemos repartidores en el exterior», continúa Julio, cansado de ver cómo los trabajadores instalan sus motos en lo que antes eran plazas de aparcamiento, mientras esperan los pedidos o tiran las bicicletas en la acera.
A mediodía, la calle se convierte en un ir y venir constante de ‘riders’ que convierten la vía pública en una extraña pasarela de mochilas de Glovo, Deliveroo , Uber Eats y Just Eat. En la entrada se arremolinan los que pronto van a obtener la comida preparada, mirando una pantalla que pone el número de los pedidos. A cada segundo, desde el interior, gritan el nombre de uno de ellos. Las furgonetas de reparto también copan el lugar y aparcan sobre la angosta acera mientras del maletero sacan ollas, utensilios de cocina, hortalizas y otros productos frescos. «Hemos puesto doble ventana , pero no es suficiente. El olor de la comida que desprende la chimenea se cuela por todas partes, no se puede ventilar y el ruido de las motos y furgonetas impide descansar. Están desde primera hora de la mañana hasta la medianoche », se queja Yolanda, vecina en el bloque contiguo. En el interior preparan desde hamburguesas y carne a la parrilla hasta pizzas y platos de un cocinero con estrellas Michelin .
En la zona de Tetuán los problemas no solo se dan en José Calvo; se extienden por la calle de Araucaria, Sorgo y Algodonales, con hasta seis inmuebles en los que se desarrolla esta novedosa práctica, normalizada ya en países como Reino Unido o Estados Unidos . Las empresas ofertan sus instalaciones para hosteleros también en Atocha, Manuel Becerra o el barrio de Imperial, con cocinas que pueden compartirse (denominadas «incubadoras») o ser privadas. «Las cocinas fantasma pasarán a ser clave en estos tiempos de nueva realidad donde el distanciamiento social será cosa de todos los días », explican desde la página web de una de las empresas, que también ofrece asesoramiento continuo y equipamiento; gestionan los residuos y se ocupan «de los contratos de agua, luz y gas natural».
A poco más de cuatro kilómetros, en el barrio de Prosperidad (Chamartín), se alza una torre de 25 metros en el patio de vecinos de las calles de Canillas, Cartagena, Zabaleta y Quintiliano. Es la chimenea por la que van a salir los humos de 38 cocinas fantasma instaladas en el bajo donde otrora hubo un supermercado. La empresa encargada, al igual que en Tetuán, es Cooklane , subsidiaria de Cloud Kitchens, fundada por el ex CEO de Uber, Travis Kalanick. Las cocinas, de menos de 20 metros cuadrados, ya se alquilan por 3.000 euros al mes.
Los obreros ultiman los trabajos para su puesta en marcha, aunque los vecinos han presentado un recurso contencioso-administrativo , que ha sido admitido a trámite, para intentar frenarlo, y han contratado a un equipo de abogados y arquitectos que los asesore. Consideran que su instalación está plagada de irregularidades .
«El local, de 1.200 metros cuadrados, pertenecía a una familia. El proyecto que presentaron nada tiene que ver con lo que hay ahora. Primero pensamos que iba a ser para el alquiler de trasteros , luego un obrador ... Resulta que van a ser como 38 restaurantes en uno», cuenta Guillermo, vecino de la zona y participante en la plataforma de afectados. «Cuando hay un cambio de actividad como este debe votarse por mayoría y eso no se hizo. Empezaron con la demolición mediante una declaración responsable , denunciamos a la Agencia de Actividades y se paralizó la obra porque la consideraron ineficaz. Dos semanas después, en noviembre, se les concedió la licencia », denuncia.
Calidad del aire
El Área de Desarrollo Urbano, dirigida por Mariano Fuentes (Cs), sostiene en cambio que no hay ninguna ilegalidad, puesto que la actividad se contempla en el uso industrial que tiene el local . «La chimenea cumple con la ordenanza de calidad del aire y Medio Ambiente asegura que no es necesario hacer ningún informe de impacto ambiental», explican. Indican que, una vez soliciten la licencia de funcionamiento , se hará «una inspección exhaustiva» para ver que todo está correcto.
Pero para los vecinos esto no es suficiente. No se oponen a la actividad, pero sí a que se desarrolle en una zona residencial . «Han colocado transformadores eléctricos de 10.000 kilovatios con gente viviendo a solo dos metros. Esto entraña un gran riesgo, además de la desgracia que puede ocurrir si hay un incendio », afirma Félix Arias, presidente de la asociación vecinal Valle Inclán-Prosperidad.
«Debería estar en un entorno industrial. Va a afectar a unas 300 familias . A eso hay que añadir los desplazamientos de los ‘riders’ y la basura generada. Han pedido permiso para instalar 28 cubos, que cuando los saquen a la calle ocuparán unos 40 metros», sentencia Guillermo. Mientras las obras de dentro se prevé que terminen este mes, fuera los moradores se preguntan cómo van a convivir con un bajo ocupado por los restaurantes virtuales y la calle convertida en un oasis para los repartidores.
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