Instagram, la moda de las bandas juveniles para extorsionar y pactar peleas

Según informan a ABC fuentes del Instituto Armado, los pandilleros también emplean la red social de moda –con permiso de TikTok– para pactar quedadas y dar rienda suelta a sus impulsos violentos. Sin ir más lejos, la misma banda que exigió dinero a estos jóvenes sufrió un duro revés al presentarse a una de estas peleas en Alcorcón. Pese a que las mismas fuentes hablan de ciertos códigos a la hora de cerrar un encuentro, lo cierto es que son pocos los grupos implicados que respetan el número de personas acordado o la limitación en el empleo de armas.

La última de las refriegas tuvo lugar el pasado sábado en las inmediaciones de la estación de Renfe de Vicálvaro. Minutos antes de las 22 horas, una quincena de jóvenes provistos de palos, botellas y cuchillos irrumpía en una pizzería, donde hacía unos segundos se habían refugiado a la carrera otros menores cargados de piedras. La batalla, concertada de antemano, afectó también al interior de un bar colindante.

La actividad delictiva de este tipo de cuadrillas, normalmente en la órbita de las bandas latinas, comienza en los lugares de reunión más frecuentados por los adolescentes. Acuden a los parques cercanos o de otras localidades y una vez allí preguntan a sus potenciales víctimas si son de la zona. Si la respuesta es afirmativa, el robo no se hace esperar. «Les piden dinero, los móviles y las zapatillas si estas son buenas», añaden las fuentes policiales, con la convicción de que esta criba es una manera de marcar territorio.

La mayoría de estos robos suelen producirse al caer el sol, entre las 20 y las 21 horas, margen suficiente para abordar a los afectados antes de que estos deban regresar a casa. Por razones de afluencia, los viernes y sábados son los días marcados en rojo por los pandilleros, que aprovechan lugares apartados para cometer sus fechorías. En uno de esos puntos, el parque del Vaíllo (Villaviciosa de Odón), fue asaltado un grupo de chicos de entre 13 y 16 años por otra pandilla de edades similares. «Primero, pegaron a un amigo de mi hijo, que salió corriendo y pudo esconderse en otro parque», cuenta a este diario el padre de uno de los agredidos.

Su hijo tuvo que huir a toda prisa mientras era perseguido por la turba. Muerto de miedo, el joven se vio obligado a rogar a una vecina para que le abriera la puerta de su casa y esperar allí hasta que su padre pudo ir a recogerlo. «Corrían tras él con los cinturones en la mano», prosigue. Se da la circunstancia de que muchas de las víctimas no dicen nada a sus progenitores y las que sí lo hacen no siempre acuden a denunciar al entender estos que son «cosas de críos». Pero nada más lejos de la realidad.

El entramado es tal que los líderes de los grupos son a su vez subordinados de otros. En el escalafón inferior se sitúan los llamados ‘menores’, al servicio de los ‘mayores’, que no necesariamente pasan de los 18 años. Los códigos han cambiado y las redes sociales tienen buena culpa de ello.