Una hora más de calle para Madrid: «No es ocio, es economía»

La Comunidad de Madrid finiquita su cuarta semana bajo las últimas medidas sanitarias decretadas por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso para frenar una curva de contagios descontrolada. La hostelería ha perdido sus cenas, los taxistas, las carreras nocturnas, y los ciudadanos los planes que alimentaban la maltrecha economía. Pero la situación epidemiológica arrojaba ayer cifras más asumibles: la tasa de incidencia acumulada, que rozaba los 1.000 contagios hace quince días, ha descendido hasta los 711 casos .

La presidenta madrileña ya avanzó el pasado 18 de enero que abriría la mano en cuanto fuera posible. El número dos del Ejecutivo bicéfalo de PP y Ciudadanos confirmó sus palabras este miércoles. «Si la incidencia sigue bajando, nos planteamos aplicar una ampliación del horario del toque de queda y una flexibilización del horario de cierre de la hostelería », informó el vicepresidente, Ignacio Aguado. La Consejería de Sanidad anunciará hoy su decisión, que podría suavizar el toque de queda y alargarlo una hora más.

Hasta caer rendida a las diez de la noche, la capital aún brinda ambiente. Desde hace casi un mes, el clímax del ocio comienza al atarceder . En un callejón empedrado del distrito de Salamanca, de lujosos escaparates y terrazas adornadas con lucecitas y estufas, las graves voces de un trío de mariachis animan la velada. Daniela Stanley cumple 30 años y su celebración, entre semana y en plena tercera ola del virus, fue planificada al detalle.

«Vamos a cenar rápido y corriendo. No he podido invitar a todas las personas que quería, así que solo vienen mis más allegados», explica Daniela. Descartó el primer restaurante, en la calle de Ortega y Gasset, por encontrarse en una de las 72 zonas básicas de salud confinadas , en el área de General Oráa, donde la incidencia supera los 1.000 contagios por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. El cumpleaños se trasladó a la Taberna Los Gallos, también en el distrito de Salamanca, pero libre de limitaciones de movilidad. Los doce invitados repartidos en dos mesas disponen de 60 minutos para comer y beber.

El pico de trabajo de bares y restaurantes, donde faltan manos porque muchos trabajadores continúan en ERTE , estalla entre las seis y las ocho de la tarde. En la acomodada calle de Jorge Juan las terrazas están repletas y los camareros aseguran no tener tiempo para hablar. «Las cenas, nada. La gente pica algo y se va a las 20.30 horas», dice rápidamente uno de los trabajadores de Los Gallos.

Decenas de mesas dominan la plaza de Tirso de Molina, donde tres camareros despachan sin cesar las comandas en la terraza más grande de todas. El trajín es un espejismo . «Las últimas semanas han ido mal, muy mal...», afirma el más veterano de la cervecería, Jesús, empleado desde hace 22 años en el local, antes de correr con una humeante ración de calamares. La asociación Hostelería Madrid cuantificó el agujero de las nuevas restricciones: 7,1 millones de euros de pérdidas diarias.

El año 2020 fulminó al 17,5 por ciento de los 30.800 locales de hostelería de la Comunidad de Madrid, que echaron el candado para siempre. En enero, ya suponen el 23,1 por ciento, más de 7.000 establecimientos desaparecidos . «Este 23 por ciento se puede convertir en un 40 por ciento o más. Estamos en un momento muy delicado, la mayor parte de los locales están en pérdidas. Respetamos y entendemos las restricciones sanitarias, pero no entendemos que no haya ayudas», traslada a ABC el presidente de Hostelería Madrid, Juan José Blardony.

Sin embargo, los hosteleros no son los únicos que demandan recuperar el antiguo horario. Ernesto Espronceda se puso al volante de un taxi el pasado diciembre, tras una vida en el sector hostelero. Enero ha sido un mes perdido: pagó 45 euros al dueño del vehículo , con quien se reparte las ganancias. «Sin vida nocturna, sin hostelería... El taxi, salvo urgencias y empresas, no se coge», lamenta.

Falta media hora para las nueve y un puñado de jóvenes aguanta en las mesas de los pintorescos bares de la calle de Argumosa. «¿Te podemos pedir la última ronda?», ruegan algunos clientes. La mayoría de estos locales abren a las cinco de la tarde. «La gente sale de trabajar a las seis y ya no es lo mismo. Viene la misma gente, pero damos dos horas menos de servicio . El fin de semana está un poco mejor, la gente viene por el día, pero no compensa», explica Mateo, camarero del bar más cercano a la plaza de Lavapiés.

Son las 21.15 horas y el traqueteo de las persianas metálicas deslizándose inunda la calle. Los rezagados fuman cigarrillos antes de volver a casa. «Es muy curioso, porque ves la misma escena de las dos de la madrugada», comenta un hombre que pasea a un efusivo cachorro. La parada de taxis de la plaza está abarrotada. «Llevo una hora y media aquí esperando», se resigna Darío, el primero de la fila, antes de que un joven se acerque. «Suba, por favor», insiste el taxista. La noche toca a su fin y no habrá más traslados .