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«Esa gente se estaba dejando morir»

«Esa gente se estaba dejando morir»

«Son imágenes muy duras. No lo olvidaremos en la vida aunque confiamos en que el tiempo todo lo vaya relativizando. ¿Nuestra sensación? Ahora mismo, es la satisfacción de pensar que si tardamos un poco más, en lugar de tres cadáveres nos hubiéramos encontrado con siete. Eso ayuda a digerir esta gran tragedia». Las palabras de David y Ángel Carrillo salen del alma. No permiten que les llamemos héroes. Pero lo son. Quieran o no.

Ellos dos, primos hermanos, son los dos agentes de la Policía Local de San Martín de Valdeiglesias a quienes su olfato y su instinto profesional no les falló el pasado jueves. Sabían que «algo raro» pasaba en la casa de la familia Lee. Y no cejaron en su empeño de acceder a la vivienda. Costase lo que costase. Salvaron cuatro vidas.

Ayer contaron a ABC lo vivido en el cumplimiento de su deber. Fueron los primeros en entrar en ese chalé adosado, el número 35 de la calle Benavides de Órbigo, donde, como se sabe, vivían los siete miembros de la familia Lee, de origen taiwanés. Justo allí, donde por causas que se están investigando, la madre y tres hijos dormían y ¿convivían? desde hacía semanas con los cadáveres del padre y otros dos hijos. Una imagen inexplicable y dantesca con la que los agentes Carrillo se dieron de bruces.

Ya se había dado la alarma en el pueblo de que los pequeños no iban al clase. Que la familia daba escasas señales de vida. Que había mucho silencio, en el más amplio sentido de la palabra. Que la madre y la hija mayor salían, como a escondidas, a comprar y que su aspecto era lamentable. Que al resto de la familia parecía que les había tragado la tierra.

«Estábamos detrás del caso. No nos cuadraba nada», dice Diego. «Cambiábamos impresiones con la técnica de Educación, Mónica de Francisco, y los trabajadores sociales Socorro y Roberto. Fuimos a verificar que en esa casa no había nadie. Llamábamos al telefonillo y no contestaban. Pensamos, en efecto, que la casa estaba vacía».

Sin luz, sin telefonillo

El jueves volvieron los cinco: Diego, Ángel, Mónica, Socorro y Roberto. «Nos enteramos -añade Ángel- que estaban sin luz. ¡Claro, así cómo iba a sonar el telefonillo! Llamamos con la mano. Nos abrió la niña de 14 años. ¿Puedes salir?, le dijimos. Lo hizo. Notamos que algo bueno no estaba pasando».

«La criatura -explica Digo- parecía un minero recién salido de la mina. Estaba sucia y desaliñada. Poco orientada. Con la cara negra y las uñas largas y llenas de basura. La ropa que llevaba le quedaba muy grande. Pedimos que saliera la madre. Lo hizo. La mujer estaba extremadamente delgada y se sostenía apoyada en un paraguas. No hablaba español. Vimos a la niña asustada. «Mis hermanos ya están curados», nos dijo. Eso nos hizo sospechar más. La madre, por sus gestos, insistía en que todo estaba bien; que nos fuéramos de allí».

Las sospechas de los policías iban a más. Junto con los otros tres empleados municipales decidieron pedir permiso para entrar en la casa a la Fiscalía de Menores y al Juzgado de Navalcarnero. Lo lograron casi al instante. Y ahí empezó el horror.

Ayuda psicológica

«Entremos en la vivienda. No puedo decir que oliera a muerto porque era un olor raro en general. Nauseabundo», explica Diego. «Una mezcla de orín, basura y heces. Todos estaban en el salón, con las persianas bajadas. Sólo había un sucio colchón donde vimos a la madre y a dos niños tumbados. Como no querían que los médicos entraran, les sacamos a las ambulancias que estaban en la calle».

«Volvimos a entrar. Subimos las persianas. No dábamos crédito. Había «bultos» en el mismo colchón tapados con mantas y edredones. Eran los cadáveres del padre y dos niños. Hicimos de tripas corazón. No os doy detalles porque era dantesco, muy desagradable», remata Diego con la voz entrecortada.

«Yo -interviene Ángel- prefiero pensar que ya ha pasado. Que nosotros, los cinco, cumplimos nuestro trabajo y que, de no haber actuado tan rápido, de no haberse coordinado todo tan bien, nos hubiéramos encontrado con siete cadáveres porque tengo la sensación de que aquella gente se estaba dejando morir. ¿Motivos?...».

-¿Habéis pedido ayuda psicológica?, preguntamos a los dos agentes municipales.

-No.

-¿Y creéis que os sería necesaria?

-No. Esto que ha pasado es parte de nuestro trabajo. No hay más remedio que verlo así.

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