Una franja explosiva de marginación

Una franja explosiva de marginación

La bomba de relojería puede estallar en cualquier momento. Por eso quizá, 40 años después de mirar hacia otro lado, algo parece moverse entorno a la situación de la Cañada Real Galiana. Las administraciones llevan meses moviendo ficha y manteniendo reuniones para abordar el espinoso ... asunto. De un lado, la Comunidad y su presidenta, Esperanza Aguirre; de otro, la delegada del Gobierno, Amparo Valcarce; y de otro, la delegada de Urbanismo del Consistorio madrileño, Pilar Martínez.

Los más de 50.000 vecinos del asentamiento ilegal más grande de España que alberga más de 2.000 edificaciones se mantienen expectantes. Lo cierto es que los derribos de las viviendas se han paralizado desde el invierno pasado, salvo alguno puntual, y se han intensificado las reuniones entre las administraciones para abordar esta espinosa cuestión.

Desde 2005, el crecimiento del poblado ha sido imparable, debido al incremento de la inmigración ilegal que eligió esta «ciudad sin ley» para instalarse, unido al progresivo éxodo de los traficantes, primero, y de los toxicómanos de Las Barranquillas, después. De ahí que la situación en algunos de los seis sectores en los que se divide la Cañada sea cada vez más insostenible.

Eso sucede en el sexto, pegado al vertedero de Valdemingómez, reducto del tráfico de drogas a pequeña y mediana escala, un comercio que permanece abierto las 24 horas y al alza desde hace dos veranos. Ello, unido a la peligrosidad de los clanes que comercian con los estupefacientes, los robos de los toxicómanos -«machacas», esclavos de los vendedores- al resto de residentes, gente sencilla y trabajadora que lleva viviendo ahí «toda la vida», ha hecho que ya no aguanten más.

Aumenta la marginación

Los agentes de Villa de Vallecas hablan más claro: «Los narcos y sus acólitos se están adueñando del territorio, echando al resto, en su mayoría gente mayor y desvalida». La convivencia resulta complicada. «Los que se quedan no pueden rechistar; de lo contrario, llevan las de perder». Cuando se agotan las casas que se «ceden» (no se pueden vender: no son propietarios) obligan a sus moradores a golpe de billetes de 500 euros, fruto de sus sucias ganancias, o ni siquiera, ante la desprotección legal, indican otros. La ley del silencio impera entre los clanes, que rivalizan entre sí. Solo hablan para delatarse y entonces: «El que la hace la paga», dicen los agentes. Nadie se fía de nadie y la Policía debe estar ojo avizor para determinar a los cabecillas y las represalias.

«Aquí se pilla», señala un machaca a nuestro paso, mientras recoge del suelo las «chutas» (jeringuillas usadas) que cambiará por nuevas para venderlas. Algunos clientes, cada vez más consumidos, han elegido este lugar para malvivir, lo que ha contribuido al incremento de la marginación y exclusión.

Ocurre junto a la única parroquia del poblado, Santo Domingo de la Calzada, situada en una gran explanada. No llegan a una docena y en cada tienda, cámara frigorífica o precaria construcción, se meten hasta tres personas. «Algunos duermen en los cubos de la basura», dice un voluntario de Reto, una ONG de ex toxicómanos, que ofrecen la posibilidad de salir de ese infierno, y reparte zumos, refrescos o un tentempié.

El esqueleto andante

«Vendo móvil», ofrece un esqueleto andante, mientras el cooperante explica: «Cuando estás harto y no puedes más pides ayuda. Alguno ha subido a nuestra furgoneta y ha dicho: «me quiero curar»». El «pinchódromo» al aire libre y dentro de los coches que ocupan el descampado está en la misma puerta de la iglesia, a donde acuden niños del poblado, sobre todo, del Gallinero, acostumbrados a ese paisaje de ruinas humanas y al entorno de suciedad.

«Ayer me pasé toda la tarde recogiendo jeringuillas, excrementos y desechos», dice Ángel, voluntario de la parroquia. El bus de la metadona está al lado. En seis meses ha contactado con 800 personas, una pequeña parte de los habituales del lugar. «Tendrían que traer aquí la narcosala. Es indignante cómo están, apartados en este reducto inmundo, haciendo sus necesidades en cualquier sitio y pidiendo perdón por todo. Son enfermos».

La solidaridad en este lugar inmundo la ejerce un batallón de personas anónimas. Como la veintena de la parroquia que ofrecen apoyo escolar a los menores y alfabetización, alimentos y ropa a sus padres, que malviven cargados de hijos en el Gallinero, un lugar de miseria absoluta, reino de un centenar de familias rumanas. «Necesito pegamento y tijeras para un trabajo del cole», dice una niña de 11 años que acude al médico de la iglesia, un voluntario más que se excede en su labor, como todos ellos.

Los olvidados

«Apostamos por la escolarización, es más barato invertir en ella, para prevenir, que en plazas en centros de menores, por ello vamos cada dos por tres para evitar el absentismo. Hacemos actividades lúdicas, los llevamos de campamento... Pero es una gota en el desierto. Están olvidados de las administraciones », subraya Ángel.

Son los más excluidos de la la Cañada, pero no son todos los que están en el enorme poblado ilegal, una mezcla singular con múltiples y opuestas situaciones urbanísticas -viviendas de lujo y chabolas-, sociales, de exclusión extrema y delincuencia.

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