Franceses en Madrid: «La culpa es de Francia que los deja salir, no de España por recibirlos»

No obstante, hay que hacer la memoria histórica más reciente. Los hitos de todo este asunto son los que son, y hay que recordarlos. En marzo, Pedro Sánchez visitaba Montauban , y cerca de donde yace Antonio Machado, el presidente español naturalizaba la identidad hispanofrancesa. Semanas después, cuando se confinó París y alrededores, no fueron pocos los citadinos que eligieron Madrid para evitar, de nuevo, las imágenes de los adoquines criando moho. El tercer episodio, el más sabido: el de los jóvenes franceses, o una parte de ellos, tomando Madrid como una mixtura entre Benidorm y Andorra. La fiesta o el exilio con ‘skype’; el mismo exilio que imponen estos tiempos distópicos.

Jacques Ruiz (con la doble nacionalidad que indica su apellido) estudia Filosofía en la Universidad Complutense , o presencial o virtualmente. Jacques responde con sobriedad y con movimiento severo de índice. Cuando las cosas se pusieron oscuras en Europa, pudo regresar a Marsella y seguir las lecciones a distancia. Ahora, desde su piso del Barrio de las Letras, piensa que «Macron tiene razón» y, «aunque no se pueda generalizar» , asume que existe «un sector de la población, especialmente los jóvenes, que se están pasando la pandemia por el forro». Y, eso sí, carga las tintas en la parte francesa de su identidad: «La culpa es de Francia que los deja salir, no de España por recibirlos». Insiste, pese a todo, «en que la responsabilidad debe ser individual».

El jueves noche, preparando sus maletas para ir a un doloroso y complejo trámite familiar en Costa de Marfil, Marcus Deleuze, hostelero, ve « todo muy complicado y absurdo. Hacen difícil lo fácil. En Francia y aquí» .

Entre la esquina del delito (Calle de Cádiz con Barcelona, en el callejeo de detrás de la Puerta del Sol), tres veinteañeras francesas toman el ‘brunch’ . Cuando nos presentamos como periodistas se hacen pasar por británicas con una impostación de las ‘erres’ que es más que elocuente. Un gesto, como otro, de ignorar a la prensa porque se saben en el disparadero de la opinión pública de dos países: para lo bueno y para lo malo. Han visto las aglomeraciones al sol del Sena en el telediario, con 26 grados en París, y su estrategia es el disimulo. Y en parte se comprende.

El ruido de ‘trolleys’ y cierta cara de despiste –la misma de los españoles en los 40 en París– nos pone en alerta en la calle del Príncipe. Charles-Didier sí nos responde con una contestación digna de Gómez de la Serna: «En España hay más libertad porque en Francia sólo abren los supermercados» . Habría que recordarle que también las librerías, pero se le ve agobiado en eso de ir cambiando de piso turístico y agradecemos su franqueza.

Al calor del acento francés dos amigos, inconfundiblemente parisinos, salen de un estanco, bien vestidos. Llevan un cartón de Camel como escondido en una bolsa blanca, como si fumar fuera delito. Son Alexie Domèrgue y su par, que se guarda de decir el nombre lo mismo de salir en el retrato. La juventud, quizá que los padres les puedan encontrar algún error de diplomacia básica, les hace repetir lo ya sabido, como excusándose de ser franceses. Sin embargo, según coinciden, en «Francia los controles son más estrictos que aquí» . Lo dicen como quien repite un salmo y Dios sabe, en el fondo, lo que pensarán de estar a 1.276 kilómetros de su casa confinada por un mes. Se despiden con simpatía, con la promesa de una foto a color.

El rumbo que llevan no es el de ir al Museo del Prado , precisamente.