La Policía desmantela el «clan de los gordos»

El último fortín de la droga de esta familia ya es historia. La Policía usó arietes para entrar en el búnker

La Policía desmantela el «clan de los gordos» POLICÍA

CARLOS HIDALGO

Era el «24 horas» de la Cañada Real. Era. Porque la comisaría de Villa de Vallecas ha noqueado, por segunda vez en un año, al clan de «Los Gordos», una de las familias de la droga con más raigambre en la Cañada Real. Veinte detenidos, ... entre miembros de la estructura de mando de esta parentela de los Montoya y los Motos (ocho en total), y sus «machacas», algunos de ellos con entre 30 y 40 reseñas en los archivos policiales y a los que mantenían en su fortín de Valdemingómez en condiciones de semiesclavitud. Así lo demuestran las anotaciones en una suerte de agendas que se han incautado.

A principios del pasado otoño, los especialistas en la lucha contra el narcotráfico de la comisaría del distrito recibieron información muy valiosa por parte de algunos clientes de «Los Gordos». Aunque el clan sufrió un fuerte aldabonazo policial en febrero, con la detención de 13 de sus miembros en el marco de la operación «Taller», sus tentáculos familiares y quienes se libraron de la cárcel no tardaron en repartirse el pastel del negocio. Hasta que el pasado día 19, a la una y media de la tarde, los arietes y los gatos hidráulicos del Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas tiraron el portón de entrada la finca. Aprovecharon un momento en que se abrió para comenzar la entrada y registro al lugar.

De poco sirvió que sus más corpulentos «machacas» se colocaran como escudos y dieran el «agua» a las vendedoras. Los agentes invadieron el solar y la construcción de dos plantas, en cuya parte trasera se escondía un «búnker». Allí, las mujeres del clan, Alicia, Adela y Argentina, de entre 30 y 40 años y emparentadas con el cabecilla y su lugarteniente —que no han caído en esta operación—, utilizaron varias estufas de leña para quemar la droga que escondían. Un humo blanco e intenso espolvoreó el cielo del infernal Camino de Valdemingómez.

Las mujeres eran las que allí trabajaban, aunque también había dos hombres, miembros del «consejo de administración» de la banda, Johnatan y Óscar. Siempre era un varón el encargado de reponer la mercancía y recoger el dinero que iba entrando en el negocio. Nunca dejaban grandes cantidades en el fortín y, a pesar de ser un clan de etnia gitana, habían dado un impulso de sofisticación a su seguridad: su mayor preocupación era dejar el menor rastro de droga a su paso. Sin embargo, los perros policía y el narcotest no dejaron lugar a dudas de que allí se movían importantes cantidades de droga a diario.

Tenían un acceso «VIP»

Es más, el lugar estaba a pleno rendimiento en el momento de la operación policial, en la que intervino incluso un subgrupo de «antidisturbios». Entre quienes estaban comprando y quienes consumían (había un fumadero en un rincón de la finca), se contaban 45 personas. Todas fueron identificadas, a efectos de si tenían pendiente alguna requisitoria.

Los investigadores «apenas» tardaron tres minutos en penetrar en la construcción: había multitud de puertas blindadas, reforzadas además con vigas de acero, para impedir el paso. Lo que allí se encontraron era una verdadera fortaleza de ventanas tapiadas y enrejadas. Cada vez que se tiraba uno de los blindajes, aparecía otro. Había incluso un «burladero» en la trasera del solar y un pasillo lateral para los compradores «VIP»: aquellos que adquirían cantidades superiores a lo habitual, unos 50 gramos de cocaína y heroína —era la mercancía que más se trabajaba, aunque también, en menor medida, el hachís—, y eran de gente confianza.

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