El Palacio de Hielo ya está vacío: los cuerpos han sido trasladados a la Ciudad de la Justicia

Los últimos setenta cuerpos ya han abandonado este centro comercial, en el distrito de Hortaleza. La Unidad Militar de Emergencias (UME) los ha trasladado al tercer y último depósito que continúa operativo, en la Ciudad de la Justicia de Valdebebas , donde ahora reposan alrededor de 140 fallecidos. No obstante, el Palacio de Hielo todavía mantiene la infraestructura, único testigo, hasta su clausura oficial, de la tragedia de las últimas semanas. Los cristales tapados con lonas ocultan una cubierta sobre la superficie helada y una hilera de pasillos, con capacidad para acoger a 500 féretros.

«Ha habido momentos de estar casi al cien por cien del aforo. El pico más alto ha sido recibir unos 120 cuerpos en un solo día », asegura, en conversación telefónica con ABC, el director general de Seguridad, Protección Civil y Formación de la Comunidad de Madrid, Luis Miguel Torres. Apenas unos meses después de asumir el cargo, se encontró de bruces con una tarea inédita hasta la fecha: organizar la puesta en marcha de tres morgues provisionales . «De repente te ves en la dinámica de comprar los féretros por cientos y los sudarios por miles», describe Torres.

El traslado de los cuerpos al Palacio de Hielo, «sin la ayuda de la UME, habría sido imposible», añade Torres. El pasado 22 de marzo, los efectivos militares llevaron a los primeros siete fallecidos por coronavirus. Y, desde entonces, nunca los han dejado solos. «Ya que los familiares no pueden velarles, nosotros hacíamos ese acompañamiento, de día y de noche. Los veíamos como soldados caídos nuestros y no dejamos solo a un soldado », explica, por teléfono, el comandante de la UME José María Martín Corrochano, coordinador de los tres depósitos.

Entre 150 y 170 militares se han encargado en las últimas semanas de embolsar cerca de 1.700 cuerpos en los hospitales madrileños. Como ellos, el Cuerpo de Bomberos también ha recogido a aquellos que perdieron la vida en las residencias de ancianos. Siempre bajo unos estrictos protocolos; primero, para evitar el contagio —doble sudario y féretros desinfectados y sellados—, pero también para asegurar la identificación de todos los difuntos . «Hemos sido muy estrictos», afirma Torres. Tres etiquetas, en el sudario, en el féretro y en el documento acreditativo de defunción, única prueba de que las personas que ocupan los ataúdes tienen nombre y apellido.

A su llegada al Palacio de Hielo, a cada féretro se le asignaba una letra y un número, el lugar que le correspondía sobre el hielo —a entre 0 y 4º C de temperatura— hasta la llegada de los servicios funerarios. La entrega del féretro solo se realizaba si la funeraria presentaba el delego, el papel oficial que garantiza que los familiares han permitido a la empresa hacerse cargo de su ser querido. Sin esta primera morgue, donde trabajaban 60 empleados, la acumulación de cadáveres habría colapsado los centros sanitarios . «Ha sido un acierto ponerlo en marcha», declara Torres, que destaca la «perfecta colaboración de todas las administraciones» en un momento tan delicado.

«Desde los medios nos han llamado las “furgonetas de la muerte”; algún director de hospital me ha dicho: “No, sois las furgonetas de la vida”», recueda Corrochano. En sus 36 años de servicio, en los que ha pisado Irak y Bosnia, «esta ha sido la misión más exigente, más sentimental», asegura. Pero la clausura del Palacio de Hielo da alas a la esperanza: « Si se cierra es porque hay menos muertos . Esa es la mejor de las noticias», zanja Torres.