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Palacio de Comunicaciones

La «catedral» de Cibeles celebra su primer centenario

Actual sede del Ayuntamiento, obra de Palacios y Otamendi, fue inaugurado en marzo de 1919 al servicio de Correos

Una heliotipia de 1919 FOTOS: ARCHIVO DE ABC / MUSEO DE HISTORIA DE MADRID
Adrián Delgado

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Catedralicia e imponente. Palaciega, y no solo porque le diera nombre y vida el arquitecto Palacios -junto con Otamendi-, su fachada abraza la plaza de Cibeles aunque ella, desde su fuente, le dé la espalda. Cosa de diosas griegas o, tal vez, el fruto de un pétreo síndrome de Stendhal -ella huye, sin moverse- que roba protagonismo a la belleza de uno de los edificios más espectaculares de Madrid: el Palacio de Comunicaciones (también de Telecomunicaciones). Vivo, al borde de los cien años, celebra su siglo acompañando el ritmo frenético del Madrid del peatón que lo obvia y del turista que duda desde qué ángulo sacar la foto.

Con el Banco de España, el Palacio de Buenavista y el de Linares, conforma las cuatro esquinas de un «ring» arquitectónico difícil de superar en el que pone paz al ajetreo del tráfico el Salón del Prado. Llamada Nuestra Señora de las Comunicaciones, su inauguración -el 14 de marzo de 1919- fue el símbolo del nacimiento de una España al encuentro de lo moderno, capaz de sacrificar un jardín histórico -el del Buen Retiro- para hacer más eficiente un servicio público, en este caso el postal.

El perjuicio fue suplido con la monumentalidad de un ejercicio magistral de eclepticismo, imprimiendo en su estilo la megalomanía norteamericana, la volumetría francesa, las referencias historicistas de estilo medieval y otros muchos caprichos. Como si aquel joven Antonio Palacios y su compañero Joaquín Otamendi -ambos tenían 30 años cuando ganaron el concurso público para levantarlo- quisieran demostrar, de golpe, todo lo que llevaban dentro. Hacerse con este proyecto en 1904 fue crucial para sus carreras, aunque recibieran, según los historiadores, más críticas que palmadas en la espalda.

El pasaje de Ruiz de Alarcón para el reparto en 1978

El Ayuntamiento de Madrid es su más reciente inquilino. Hace 12 años que el entonces regidor de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, trasladó allí la sede de la alcaldía . Hasta entonces, y desde finales de los años 80, el edificio vivió un lento declive aparejado al del servicio postal que auspiciaba desde su inauguración. En su patio de operaciones , impresionante para la época, el eco de los matasellos dejó de escucharse en 2005.

La nostalgia de un cambio de era, que casi hizo desaparecer la última forma tangible de comunicación -la carta-, dio paso a un uso cultural, bajo el nombre de CentroCentro, que acoge exposiciones durante todo el año con artistas invitados por el Consistorio . David Bestué es el primero de ellos en el nuevo ciclo anual «El Palacio visto por…», con motivo del centenario del edificio. El objetivo no es otro que ofrecer una «lectura personal del palacio» -desde varias disciplinas, incluida la propia arquitectura- que podrá plasmarse en diferentes tipos de propuestas, como la escultórica y gráfica que ha presentado Bestué. Textos, dibujos e imágenes se mezclan con referencias y materiales históricos, así como con fotografías tomadas por el artista durante el período de investigación previo a esta muestra. Estará abierta al público en la planta 4, con entrada libre, hasta el 12 de enero de 2020 (de martes a domingo, de 10 a 20 horas).

«Morriña» en la fachada

El Palacio de Comunicaciones, conocido popularmente como de Cibeles, esconde en pequeños detalles los caprichos de su autor. Algunos, marcados por la «morriña» de Palacios a su tierra, Porriño (Pontevedra), y tan atrevidos como sustituir el escusón central del escudo de la fachada por el blasón de Galicia . Donde deberían ir las tres flores de lis de la Casa Borbón, van el cáliz y las siete cruces gallegas. Un detalle prácticamente inapreciable a ras de calle.

El patio de operaciones

Declarado BIC en la categoría de monumento en 1993, su fachada acoge algunas esculturas de gran valor, obras del romántico Ángel García . Entre ellas, destaca una figura femenina envuelta en motivos vegetales a la que los madrileños de los años 20 apodaron «la rubia». A ella se suman, en las alturas de sus torres, los bustos de conquistadores como Magallanes o Hernán Cortes, y cabezas de diosas egipcias, romanas o aztecas. Un sincretismo cultural que adornó un espacio tan estético como perfectamente funcional, capaz de adaptarse a cualquier tiempo presente y futuro.

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