LITERATURA
La capital celebra el 'Ulises' de Joyce a cuarenta grados
Muchos madrileños se unen a la tradición dublinesa de homenajear la célebre novela
Jesús Nieto Jurado
La torre del ministerio de Agricultura que da a Alfonso XII, vista a la distancia, con la imaginación de la Literatura, bien podía pasar por la Torre Martello del 'Ulises'. Y la cuesta de Moyano entera, con sus curiosos y sus casetas, por ... la playa del primer capítulo de la novela de James Joyce. Madrid doblaba la temperatura a Dublín, no sonaba una gaita y el Mar del Norte, abajo de Moyano, era el paseo del Prado con su tráfago cotidiano. Lara Sánchez , alma mater del Bloomsday a la madrileña, mezclaba a la alcaldesa de Dublín, al embajador, a Eduardo Lago y a actores vestidos de época.
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Durante mucho tiempo, Lara Sánchez había acariciado la idea de traerse el día de la celebración de una de las novelas canónicas - y más complejas de la Historia- a Madrid-. Y allí estaban las autoridades irlandesas, soportando un sol jamás visto a las orillas del Liffey, pero unidos por el amor a la Literatura.
Hermanamiento con Dublín
Algo similar con el Quijote sería difícil de imaginar; pero a pesar de los termómetros, en Madrid, cerrando los ojos, se podían ver hasta arpas, tréboles, y libros por doquier.
Este hermanamiento de Madrid con Dublín, con un recorrido completo donde se declamó a la vera de Baroja, de Velázquez o cerca de los huesos de Cervantes , tuvo mucho de aventura. Concretamente la de la resistencia al calor del lector fan de Joyce, que además de una materia gris nada desdeñable, es casi un atleta. Porque el recorrido del Bloomsday de madrileñas maneras empezó a las 11.30 y acabaría más tarde de las 19.00 en el Ateneo. Se trataba, decía una eufórica Lara Sánchez, del puente cultural.
Y las concomitancias entre una y otra ciudad no son pocas. Pérez Zúñiga veía similitudes entre 'Luces de Bohemia' y el 'Ulises'; quizá la temporalidad reducida, el viaje al fin de una /la noche y demás. También, cómo no, con El Quijote: al final de las dos novelas Sancho se 'quijotiza' y Alonso Quijano el bueno se 'sanchopanciza', según Eduardo Lago. Por eso la ruta del Bloomsday más castizo que vieran los tiempos tenía una de sus paradas más sonadas de este 'vía crucis' literario en la Tumba de Cervantes , Convento de las Trinitarias, y donde sería recitado el capítulo 6 de la universal novela de Joyce: aquel en que Leopold Bloom y Stephan Dedalus coinciden en un funeral.
Vestimenta eduardiana
Aunque el ambiente, frente al ardorososo ferragosto, fue feliz. Le leyeron fragmentos a Velázquez en la puerta del paseo del Prado, y según Ignacio, profesor de Literatura inglesa, el sevillano atendía con delectación. Era un espectáculo ver refulgir pecas irlandesas al inclemente sol de Madrid, y una multitud de damas y caballeros de todas las edades, vestidos a la manera eduardiana. Como se vestiría, sombrerito y paraguas, en aquel Dublín casual de un 16 de junio de 1904.
Todos coincidían en que la novela de marras no estaba hecha para entretener. Eduardo Lago recomendaba, «habiéndolo leído quince veces», dos vías diferentes de acercarse al libro. Asumiendo las «dificultades espontáneas» de su lectura, o con sherpas que «guíen la lectura». Él, caballero de la Orden del Finnegans, apostaba por la primera. De esa Orden, otro de sus miembros, Antonio Soler, proclamaba que el 'Ulises' en particular, y Joyce en especial, «nos enseñaron a escribir peligrosamente».
Algo parecido iba contando a la sombra de su caseta 11 en Moyano el librero Jorge Tkatch , quien dio a Lara Sánchez la idea de que Madrid homenajeara a Joyce, que se enamoró del libro a razón de un prólogo de éste a 'Las aventuras de Robinson Crusoe'. Que no «esté enamorado» del autor no le inhabilita para el aprecio. Y eso dijo este «traficante de libros», que es como Italo Svevo llamaba a Joyce en los días de Trieste. En los años que el autor irlandés estuvo en esa ciudad que, más que ciudad, es un entrecruce de lo eslavo y lo latino.
En el Pub James Joyce de Alcalá se brindó con borgoña y sándwiches de gorgonzola, y el abanico cañí se mezclaba con el sombrerito eduardiano. Una vidriera de Camilo José Cela miraba el conjunto, el festejo, con algo de extrañeza y de sororidades galaicas. Se hizo realidad lo que adivinó la escritora de ABC Karina Sainz Borgo: «El poder del Ulises o de la eterna juventud».
Madrid fue Dublín en el día que tocaba. A 40 grados. Pero lo fue. Quien quiera que relea hoy este hito de la literatura universal. Con ventilador y tiempo y encuentre ese «hilo invisible con España que defiende Lago.
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