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Felipe II, el Rey que «inventó» Madrid en 1561

Hace 450 años, el monarca convirtió la capital en sede permanente de la corte y dejó una huella que aún perdura

SARA MEDIALDEA

Fue Felipe II el Monarca que decidió traer la capital a Madrid. Lo hizo en 1561, hace ahora 450 años. Y aunque por un breve paréntesis (1601-1606) se trasladó a Valladolid, Madrid fue ya Villa y Corte, y continuó creciendo y expandiéndose hasta convertirse en lo que hoy es. Pero aún es posible echar un vistazo al pasado y contemplar, en un simple paseo, lo que queda de aquel Madrid de Felipe II.

Es lo que hace María Pilar Queralt del Hierro en su libro «Las mujeres de Felipe II. Deber y pasión en la casa del rey», un texto que desvela la faceta más oculta del monarca que la investigadora ha encontrado mucho más humano de lo que hasta ahora se creía. Su libro le ha valido el premio IX Algaba de Biografía —compartido con Carlos Canales y Miguel del Rey—.

El Madrid de Felipe II era una villa de apenas 15.000 habitantes. Una pequeña ciudad que comenzó a crecer de modo exponencial desde el momento en que se convirtió en la sede de la poderosa corte del que posiblemente era entonces el monarca más poderoso del mundo.

Ese Madrid multiplicó la población y creció en extensión y en belleza durante las siguientes décadas. Ahora, 450 años después, todavía quedan en la ciudad algunas huellas de lo que era en aquella época.

Jardines de Sabatini En este lugar había una frondosa vegetación, explica la autora, que «se extendía por las abruptas laderas que caen hasta el río». En el siglo XVI, aún era lugar para la caza, abundante en la Casa de Campo hasta el Prado. Allí tenía Felipe II una finca de recreo para la familia de los Vargas. El Rey era muy aficionado a la jardinería, a la «humanización del paisaje», lo que queda manifiesto en lugares como el Campo del Moro, Aranjuez, Valsaín (Segovia) o El Pardo.

Calle Almudena Al pasear por el actual Palacio Real y la zona de la Catedral, «en los ribazos de la izquierda se levantaban los palacios del príncipe de Éboli, Ruy Gómez, fiel y eficaz secretario de Felipe II».

El príncipe de Éboli estaba casado con doña Ana de Mendoza y de la Cerda, mujer bella intrigante que al enviudar se convirtió en la archifamosa princesa de Éboli.

Algunos autores la ponen en amores con Antonio Pérez, el nuevo secretario real. Muy cerca de la casa de ella vivía el secretario de don Juan de Austria, llamado Juan de Escobedo, asesinado en el callejón de la iglesia de la Almudena el 31 de marzo de 1578, en el lugar donde hoy existe una placa que recuerda los hechos —calle de La Almudena—.

Plaza de la Villa Como recuerda María Pilar Queralt del Hierro, el mismo año en que nació Felipe II (1527), hijo primogénito de Carlos I de España y V de Alemania, éste firmaba un Tratado con el rey Francisco I de Francia, que ponía paz después de la batalla de Pavía. En ésta había sido hecho prisionero el rey francés y encerrado en la Torre de los Lujanes, un edificio civil que aún existe en la Plaza de la Villa y que se tiene como el más antiguo de la ciudad.

En el lado sur de esa misma plaza de la Villa, antigua sede del Ayuntamiento de la capital, se encuentra la Casa de Cisneros, levantada en 1537 por el sobrino del famoso cardenal del mismo apellido. En ella sufrió tortura y prisión el secretario del Rey Antonio Pérez, tras el asesinato de Juan de Escobedo. El 18 de marzo de 1590, ayudado por su esposa, Juana Coello, «consiguió escapar hasta territorios aragoneses», explica la autora.

Iglesia de San Ginés Este templo es otro pedazo de historia viva de Madrid. Se llegaba a ella bajando por la calle de Bordadores, muy cercana al lugar donde nació Lope de Vega en 1562 —su padre era bordador de profesión—. La de San Ginés era una iglesia dedicada a un santo francés, Ginés de Arlés, y ocupaba la primera línea fuera del antiguo recinto medieval.

En el siglo XVI se hizo céntrica, y como prueba el hecho de que muchos personajes de la época tienen alguna referencia en sus muros. Allí se celebraron los funerales por Tomás Luis de Victoria, el gran polifonista español, que fue traído de Roma para ser el capellán y maestro de coro del monasterio de las Descalzas Reales.

Descalzas Reales Enlazando con lo anterior, el último punto de este recorrido que señala lo que queda en el Madrid actual de aquel que Felipe II convirtió en capital del Reino es precisamente el Monasterio de las Descalzas Reales. Se encuentra en el lugar que ocupó el antiguo palacio en que vivieron Carlos I e Isabel de Portugal, padres de Felipe II, y donde nació en 1535 su hija doña Juana. «Ésta, ya viuda del Rey don Juan Manuel de Portugal y después de haber dado a luz al futuro Rey don Sebastián, fundó en 1557 este convento de monjas franciscanas descalzas», explica Queralt.

La princesa comunicó su proyecto de construir este monasterio al duque de Gandía, futuro San Francisco de Borja, y él para ese fin encargó a unas religiosas que vinieran del convento de Santa Clara de Gandía. «El 15 de agosto de 1559, cuando todavía no se había terminado la obra, las monjas tomaron posesión del monasterio, dándole el nombre de Nuestra Señora de la Consolación, aunque de antiguo se le conoce con el de las Descalzas Reales». El encargado de acondicionar el edificio fue el arquitecto Antonio Sillero, sustituido luego por Juan Bautista de Toledo.

Lo que más destaca del conjunto es la iglesia, cuyas obras terminaron en 1564. Fue inaugurado con toda solemnidad por Felipe II. También destaca la autora, en relación con este edificio, la decoración de la escalera principal, realizada por Agostino Miteli y Michaelangelo Colonna.

Una vez terminado, en este monasterio vivieron doña Juana primero y su hermana la emperatriz viuda de Maximiliano II, María, después, esta última hasta su muerte en 1603. Este de las Descalzas Reales era el lugar donde los niños y las mujeres de la casa del rey —sus hermanas, esposas e hijas— rezaban, jugaban y despachaban sus compromisos sociales.

El convento está aún hoy habitado por religiosas, y pertenece a Patrimonio Nacional. Es posible visitar parte de su interior, donde se contempla una magnífica colección de más de diez mil obras de arte de gran calidad, de artistas como Juan de Mena, Gregorio Hernández o Francisco Ricci, entre muchos otros.

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