Calle Alcalá: la frontera «absurda» contra el Covid-19 en Madrid
Vecinos de uno y otro lado están condenados a no encontrarse, al menos, durante dos semanas por las nuevas restricciones de movilidad
Última hora del coronavirus en Madrid
Si la alegría va por barrios, en Ciudad Lineal, el Covid va por aceras. Concretamente, las de la comercial y bulliciosa calle de Alcalá. Los afortunados del centro de salud Estrecho de Corea se han librado, por un puñado de metros (literalmente), de volver a ... esta suerte de confinamiento de segunda ola . Son los impares de la vía más larga de Madrid, con sus 10,5 kilómetros, pero que en este tramo de 2 se ha convertido en una confusa brecha. Los del otro lado, los pares, tienen más restricciones desde ayer, aunque muchos no saben ni cuáles son. Una paradoja con forma de avenida en las que sus vecinos de uno y otro lado están condenados a no encontrarse, al menos, estas dos semanas.
En la zona confinada: «Aquí se lucha contra el virus según vivas en los pares o los impares»
En el Bar López Bodega, esquina entre las calles de Francisco de Rioja y Luis Ruiz , Juan Manuel Rodríguez monta las pocas mesas que las nuevas restricciones permiten en la pequeña ele que rodea su barra. El chirrido de su cierre sirve de despertador cada mañana frente al parque de Ascao. Los primeros clientes entramos con recelo: «¿Se puede, Juan?», pregunta Antonio Rebollo , un septuagenario con puesto preferente en su nómina de fieles. «Vengo a bichear cómo estáis», confiesa, adelantando que hoy no consumirá. «Pues aquí, Antonio. Haciendo lo que nos dicen», resume con resignación Juan mientras indica a una clienta que no puede apoyarse en la barra y que tendrá que esperar en la mesa a su pedido para llevar: dos cafés con leche. «Suma otro». En la calle, nada diferente a cualquier otra mañana.
A Antonio, vecino de toda la vida de la calle de José Arcones Gil , en el epicentro de la zona de salud básica de Doctor Cirajas –con 447 casos confirmados en los últimos 14 días–, las nuevas limitaciones impuestas por el Ejecutivo de Isabel Díaz-Ayuso le parecen «una forma estupenda de fastidiar a un barrio que ha sido primordial». «Ojo, que ningún político tiene ni idea de cómo parar esto», añade a las conversaciones que, otrora, llevarían la coletilla «de barra de bar». Ni eso para un negocio que ayer tuvo que volver a hacer chirriar su cierre a las 22 horas. La controversia aumenta conforme se avanza hacia los límites periféricos de la «zona roja» –así se ha convenido definir en el barrio–. Los niños hacen cola en el Colegio Mirasierra: «A ver... 37,3º. Por los pelos», escuchamos a una profesora mientras mide la temperatura a uno de los alumnos. «No nos han puesto ningún problema para entrar. No había ningún control», aseguran varios padres en corrillo que viven fuera de este área de salud –matrícula en mano–, contigua a otras tres afectadas: Ghandi, Daroca y Elipa.
El camino sigue hacia la frontera imaginaria que no ha de atravesar el Covid-19: la calle de Alcalá y su cruce con la avenida de la Institución Libre de Enseñanza. Subimos por Emilio Ferrari , donde un escaparate luce una pintada: «No al confinamiento de clase». «Pero si tenemos pintada y todo...», advierte Silvia Morales a su marido, Paco Cabanillas y a una pareja de amigos que se han encontrado en la calle: Benigno Pérez y Rita Reyes. Ambos matrimonios representan una de las casuísticas que más dudas genera. Los primeros viven en la zona de Doctor Cirajas. Los segundos, en la de Ghandi. «¿Podemos movernos de una zona afectada a otra?», abordan a una pareja de la Policía Municipal que sale de un comercio tras mediar en una reclamación. «No deberían», responden los agentes. «¿ Y por qué no hay controles ?», insisten. «El mejor control es la responsabilidad ciudadana», zanja uno de los policías municipales antes de subir al coche y huir del debate. Lo cierto es que no nos encontramos con ningún tipo de control en el recorrido. Tampoco cuando llegamos a la calle de Alcalá. «Aquí luchas contra el virus según vivas en los pares o en los impares. Parece que el Covid-19 entiende de fronteras imaginarias porque si no esto no se explica. Es completamente absurdo», añaden. «Voy con la carpeta de mis papeles del médico por si me dicen algo. Tengo que ir a San Blas al centro de especialidades y para ello necesito salir de mi zona», dice Paco.
Aun sin ningún tipo de supervisión policial, los peatones dudan en los semáforos si cruzar a la acera de enfrente, en uno y otro sentido. «Esas dudas, en esto y en otras tantas cosas, son las que están destrozando al comercio en los barrios», nos cuenta Maritza Pinto apoyada en la puerta de su barbería, MTZ Barber Shop, en la acera de los pares de Alcalá, mientras despide al único cliente que ha entrado en su negocio. «Estas medidas generan miedo y 15 días así no las aguanta un negocio con cinco empleados. Me quita el sueño pensar en que no voy a poder pagarles», nos dice con los ojos vidriosos. «¿Y un crédito ICO?», pregunto. «Ya pedí uno para abrir hace tres años. No me van a dar otro ahora», prevé, agobiada. «El IVA, los suministros y los bancos no esperan más», concluye, avanzando que cruzará la calle, a la acera de los impares, a desayunar donde lo hace siempre. «Sé que no se debería, pero nos tenemos que ayudar los unos a los otros», confiesa.
Desde la acera contraria y el Metro de Pueblo Nuevo llegan grupos de jóvenes en ropa deportiva que se dirigen al gimnasio Basic Fit , que también cerró ayer media hora antes, a las 22 horas. «Ya se han tomado todas las medidas y la empresa será flexible con los afectados aunque, como muchos vivan enfrente, y solo tengan que cruzar un semáforo», dice su responsable, Covadonga Moreno. Probamos a cruzar para hablar con «Tano» (Cayetano), el quiosquero frente al centro comercial Alcalá Norte y nada nos lo impide. «Ni a cruzar a por el periódico os van a dejar», dice, resignado.
En la zona no confinada: «Vivo en Vicálvaro, pero estoy empadronada en un barrio restringido»
La acera de los impares de la calle de Alcalá no disimula su trasiego, entre divertido y rutinario, de cualquier lunes por la mañana entre Ciudad Lineal y Pueblo Nuevo . Bajar a la cafetería Anter a tomar el desayuno o el aperitivo es casi una religión en este barrio. En un velador me encuentro con David, estudiante de FP de 21 años que acude a clase en Julián Camarillo . «He venido en el bus y pensé que iba a haber más controles policiales. No sabía que esta acera no estaba confinada, creía que era el revés. Como llevo el carné de estudiante, no tendré problemas», dice, mientras apura una consumición con dos amigos. «Yo sí que vivo en una parte ‘prohibida’, junto al Arturo Soria Plaza», apostilla uno de ellos, pero le aclaro que es todo lo contrario.Es un ejemplo, de los muchos que me encontraré en este paseo por mi barrio, de gente de Ciudad Lineal que no sabe dónde empieza y termina la «frontera» del Covid: «Mira, los pares tienen restricciones y los impares no», le resumo. «Entonces, ¿no podríamos estar tomando nada en la otra acera en nuestro caso?». Les insisto que no. «Ah, por eso hemos ido al kebab de ahí enfrente y estaba cerrado...».
Miguel lleva años con su hermano al frente de la cafetería Anter : «Sí que se nota hoy que está el día más flojo». Le pregunto si es porque su clientela de la otra parte de la calzada no puede ya hacerles una visita. «No sé, pero también creo que es que hoy empezaban algunas clases de Secundaria». «Lo cierto –añade– es que todo esto es muy raro. La propia Policía ha comentado a algunos clientes de allí que sí pueden ir por ambas aceras. Esto es un lío y nadie se ha explicado bien».
Al salir, Wendy, que trabaja en Tala Cosméticos , una tienda de artículos de peluquería, me para: «Explícame qué tengo que hacer yo», dice con el gracejo dominicano que impera en este barrio.«Resulta que estoy empadronada ahí enfrente, una zona confinada, pero me he ido a vivir a Vicálvaro y hasta el día 28 no tengo la cita para cambiar el padrón. Y vengo en autobús a trabajar. Estoy a la espera de que me den el certificado del trabajo para poder moverme. Entonces, ¿me pueden multar?». Es una de las preguntas del millón. Y, como comerciante, se queja también: «La mayoría de mis clientas viven en Ascao. Entiendo que los políticos sabrán por qué lo están haciendo así, pero, por ejemplo, yo no puedo ir a la perfumería de ahí enfrente y sí a la que hay justo aquí al lado, que es de la misma cadena. No puedo ir a la tienda Orange que tengo justo ahí delante, sino que tengo que caminar hasta la de Quintana , porque está en los impares. Es absurdo», insiste Wendy. Dicho y hecho, me paro con una de las trabajadoras de la tienda de perfumes, a la que veo todos los días. Me explica que ella y sus compañeros, tanto los de su establecimiento como los de enfrente, llevan una copia de la nómina en el móvil, por si les para la Policía: «Es el primer día y los clientes tienen unas dudas espectaculares».
Lo mismo ocurre cuando paso por mi taller mecánico de toda la vida, Monan Auto , con uno de los profesionales más veteranos al frente, José Ángel Montejo. «Esto es un desastre. Esta mañana tenía que llevar un coche a otro taller, en Lago Constanza, al lado opuesto, y lo he hecho rápido por si me daban un disgusto», en referencia a una multa. Le han llamado ya muchos clientes de toda la vida que le habían pedido cita desde el miércoles para esta semana «y no saben qué hacer». La Asociación de Talleres ha emitido una circular sobre el asunto y están a la espera de novedades. «Nos falta información», denuncia.
Un farmacéutico de Alcalá sí considera necesarias las medidas: «Pero no podemos volver al estado de alarma. La economía no lo soportaría. Debemos aprender a convivir con el virus. Y un sector de la población, a cumplir las normas». Es hora de hacer la compra. Tengo un «súper» 24 horas justo delante de casa. Cruzo los cuatro carriles de Alcalá, hacia la zona «infectada». En la puerta, este cartel: «Desde el 20 de septiembre, cerramos a las 22 horas». Dentro, la rutina de siempre. Y, con las bolsas en la mano, regreso a mi acera con la sensación de que vuelvo a ser libre.
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