Bandas latinas: veinte años de las escuelas de criminales más jóvenes y sanguinarias
Estas pandillas viven de nuevo un repunte, especialmente en Madrid, con miembros cada vez más jóvenes. Policías, un sociólogo, Fiscalía y hasta tres exlíderes de estas organizaciones asesinas narran la terrible realidad de estas mafias callejeras en España
Fernando (nombre ficticio) es ecuatoriano, tiene 33 años, está casado y es padre de una niña. Es operador de radio y tiene casa propia. «Y paz, alegría y a Dios en mi vida», asegura. Ha dado un giro de 180 grados. Hace 18 años entró en los Latin Kings y ha participado en dos asesinatos. «Entré en la banda en el momento más vulnerable de mi vida. Con 15 años, fumaba, bebía, me daba igual todo. Apenas llevaba dos años en España y un amigo me presentó a los Latin Kings. Sentía un gran vacío en mi interior». Así fue cómo fue escalando en el grupo y se convirtió en ‘rey’, el segundo del escalafón. Entre porros de marihuana y ‘chinos’ de base de coca, trapicheaba con drogas en las discotecas y a las puertas de los colegios, robaba y, con el dinero, compraba machetes y cuchillos: «Éramos 30 en el ´capítulo’ de Pirachocha, en el barrio de Sainz de Baranda».
Se sentía poderoso, nos explica con tono muy calmado y un léxico magnífico, sin rastro del pandillero sanguinario que fue. «Teníamos el control de barrios», explica, y recuerda una reyerta en Nuevos Ministerios en la que uno de sus compañeros recibió una puñalada en el corazón: «Lo mataron. Llegué a ser ‘rey’ porque me vi involucrado en muchos asesinatos y reyertas». Uno de los crímenes fue el de Jimmy Junior Ureña del Villar, de 17 años, cosido a puñaladas y apaleado en la dársena de autobuses de Ciudad Lineal el 5 de noviembre de 2005. «Le di una patada en la cabeza, cuando el chico cayó. Pensaba que era un líder ñeta y fue la venganza por la muerte de uno de mi banda en la Plaza Elíptica mes y medio antes». Es el homicidio con más detenidos de la historia de Madrid: 39 personas, entre menores y mayores de edad.
En otra ‘entrada’ (ataque), en Vallecas, «hubo muchos heridos». «Uno quedó parapléjico e intentábamos rematarle con patadas en la cabeza y en el pecho. Murió un chaval de 15 años», recuerda. Reconoce que ha disparado algún arma de fuego y que ha estado detenido«muchísimas veces, pero solo dos veces en prisión provisional». Hasta que un día dos ñetas se toparon con él en el Metro y se libró por poco de que lo arrojaran a las vías cuando pasaba el tren.
Permaneció en la banda doce años: «No dormía por las noches, tenía en mente los asesinatos, las reyertas, palizas recibidas, tenía mucho miedo. Llegué a agredir a mi padre y amenazarle de muerte, y él me denunció». Tocó fondo, conoció el Centro de Ayuda Cristiano, entró en su grupo Fuerza Joven y no solo consiguió redirigir su vida.
El origen de todo
Sábado, 3 de mayo de 2003. Madrid vive el puente festivo de la Comunidad. Una pareja se encuentra compartiendo un rato de intimidad en su coche en la Casa de Campo. De repente, dos individuos les asaltan con extrema violencia, meten al chico en el maletero y violan a su novia. La investigación de esta agresión sexual, sin embargo, sacaría a la luz una realidad que llevaba tres años asentada en España pero era desconocida. En los registros practicados a los dos autores del asalto se halla documentación (en el argot, ‘literatura’ o la ‘biblia’) de una organización criminal nacida en Chicago en 1954 y extendida por EE.UU. a lo largo de los años 70: los Latin Kings. No en vano, los dos arrestados eran los ecuatorianos Giovanni Francisco Mantilla y Eric Javier Velastegui. Ambos miembros de la banda y el segundo, concretamente, su creador en nuestro país. El que redactó las normas fundacionales el 14 de febrero de 2000 en Galapagar.
Así empezó todo y así se encuentra ahora la situación: alrededor de una treintena de asesinatos, cientos de heridos y mutilados en reyertas, decenas de encarcelados, otros deportados, muchos arrepentidos y reinsertados… Y una lacra que avanza entre su segunda y tercera generación. Ya no son solo los Latin King y los Ñetas (nacidos en el ámbito carcelario de Puerto Rico); los primeros son casi residuales, tras tantísimos golpes policiales; sus eternos rivales resisten, aunque en menor número que antaño. Desde hace una década los más numerosos y activos son los Dominican Don’t Play (DDP) y una de sus escisiones, los Trinitarios, ambos del país caribeño.
ABC ha entrevistado a un experto policial de la Comisaría General de Información, con responsabilidad en toda España, y al jefe de bandas latinas de la Brigada de Información de Madrid, región que aglutina prácticamente al 95% de los integrantes y casos. «En estos veinte años, lo único que ha cambiado son los actores: pasamos de ecuatorianos a dominicanos. Pero en realidad son ya todos españoles. Y, en cuanto a la casuística, es una hoja de sierra en la que nos encontramos ahora en un pico», reconocen.
Y sale la eterna pregunta: ¿Cuántos de estos pandilleros existen? Los datos policiales hablan de entre 300 y 400 activos, con una reincidencia alta. Cada año se practican entre 150 y 200 detenciones, aunque entre ellas muchas tienen a los mismos encartados. En el primer semestre de 2021 ya van 61 arrestos, 59 en Madrid, lo que otorga un reflejo de la centralización actual del problema, más allá de algunos ‘capítulos’ (grupos) en Castilla-La Mancha, Baleares o Andalucía. Otras fuentes elevan la cifra a 3.000 filiados. Los jefes de grupo aclaran: «Muchos coquetean con las bandas, pero no se integran en ellas. Además, un enfrentamiento entre ellas se considera cuando ambos bandos son de pandillas opuestas», aclaran, en referencia a aquellos sucesos en los que uno o varios sujetos de una banda agreden a alguien que no pertenece a ninguna.
Enorme trasfondo social
Otras dos fechas importantes. El 28 de octubre de 2003 (casi seis meses después de la violación en la Casa de Campo) muere asesinado a las puertas de su instituto Ronny Tapias, en Barcelona, al que los latín Kings ‘acusan’ de ser un ñeta. Es el primer asesinato de estas características en España. El 14 de noviembre, en el parque Cantoria de Carabanchel, los ñetas matan a Jesús Rafael Amaya Díaz, de 20 años. El fenómeno cobra fuerza y alarma social, por lo que el Ministerio del Interior emite la instrucción 23/2005. Poco antes se crea el primer grupo operativo contra bandas latinas y la Delegación del Gobierno en Madrid ordena un informe detallado al respecto y un plan de acción. Había entonces cierto temor a que el siguiente paso fuera la implantación de maras, lo que supondría un salto mucho más preocupante. Los investigadores consultados son taxativos: «La Policía tiene parte del trabajo, pero no es un problema policial. Hay que hacer algún tipo de intervención social. Contra el absentismo escolar, dar alternativas a esta juventud, ayudar a las familias desestructuradas».
La última memoria de la Fiscalía de Madrid, con datos de 2019, pone énfasis en que casi la mitad de los veinte asesinatos cometidos por menores ese año fueron a manos de estos grupos. Y su violencia dejó rastro en buena parte de las 2.514 diligencias por agresiones y 35 riñas tumultuarias. Todo en ascenso.
En la línea de los inspectores transita el diagnóstico del sociólogo Lorenzo Castro, experto en estos asuntos y que cuenta con una bibliografía y hemeroteca impresionante. «El fenómeno de las bandas juveniles es clásico y es fundamentalmente urbano. En los años 50 y 60 en España estaban los Ojitos Negros. Desaparecieron con la llegada de la heroína, que arrasó con todo. Luego, llegaron los rockers, los mods, los punkis… Y en los 80 y 90, las bandas relacionadas con el fútbol, como Ultras Sur y Bases Autónomas», de ideología neonazi e «incontrolables».
«La tercera fase –explica Castro– es a finales de los años 90, con el proceso de inmigración y la falta de integración. Las bandas latinas son de importación». Aunque realmente podría hablarse más de imitación, puesto que fueron pocos los pandilleros llegados de sus países para replicar aquí el fenómeno, que en España, pese a todo, es mucho menos peligroso: «Son ‘maquetas’ de mafias, pero podrían llegar al narcotráfico y el proxenetismo». Relaciona esta eclosión con la identidad latina, sobre todo ecuatoriana y dominicana, y apuesta por «dos políticas: represiva y de integración». En tres frentes: encarcelar o deportar (cuando se pueda) a los líderes; controlar a los elementos «periféricos» y «trabajar en el plano preventivo, social y de involucración de las familias, porque este fenómeno no se acaba, sino que se transforma». Algo que, a su juicio, «ha funcionado muy bien en Barcelona, donde los Latin Kings se convirtieron en asociación cultural». Coincide con la Policía en que «es gente bastante desarraigada, con padres que trabajan mucho». «El factor de desestabilización familiar les lleva a reagruparse y crear una microsociedad que consiste en estar juntos y tener enemigos», analiza.
Wilmer es un claro ejemplo de ello. Este colombiano de 27 años se mudó a Villaverde, en Madrid, y comenzó a estudiar en el instituto Celestino Mutis. «Tenía 16 años y los DDP tenían a todos aterrorizados», dice. A raíz de una discusión por una cadena, le amenazaron. Pero el mismo día que le iban a dar una paliza a la salida, llegaron los Trinitarios. Y se libró. Así fue como se hizo uno de ellos. La rueda comenzó a girar: alcohol, drogas, reyertas, robos y armas. «Me sentía alguien superior, de la familia. Primero fui ‘tesorero’ (encargado de guardar los collares, las armas y el dinero) y luego me encargué de ‘disciplina’: exigíamos puntualidad. El que fuera impuntual recibía veinte puñetazos en cada hombro o cinco rondas de tres golpes en cada costilla o le dábamos con una correa en el trasero». De Villaverde, pasó al ‘capítulo’ de Cuatro Caminos: navajas mariposas, bates de béisbol, catanas, machetes y pistolas: «Lo más grave que he hecho fue apuñalar a un latín king 16 veces». Sobre cómo consiguen las armas, hay dos métodos: comprarlas de fogueo y manipularlas para que detonen dos veces (las llamadas chilenas), a un coste de entre 45 y 65 euros (pagando a un mayor de edad para que pusiera su DNI) o adquirirlas en el mercado negro, a través de contactos o por internet.
Estando en prisión, le hizo una promesa a Dios y entró en el programa de Fuerza Joven. Ahora es transportista y jamás ha estado en paro desde que salió de la cárcel. Ha estudiado gestión administrativa. Está casado, tiene una niña y es «súper feliz»: «Doy gracias a Dios por estar vivo, porque muchos han muerto».
El 35 por ciento son menores
A lo largo de estas décadas, el efecto mimético ha desembocado en la permanencia de los cuatro grandes grupos referidos. Pero hay más, casi un centenar, muchos de carácter meramente local o incluso de barrio. «Tenemos censados, además de las bandas de referencia, a los Blood y los Blood 91. De estos derivan 73 grupos subordinados y 15 independientes. Pese a que los principales están considerados desde hace años organizaciones criminales por el Tribunal Supremo, los casos que protagonizan no llegan a la Audiencia Nacional porque uno de los requisitos es la permanencia en el tiempo», explican los inspectores.
La gran preocupación es la presencia en estos grupos de chavales cada vez más jóvenes (son el 35%), hasta niños de 12 años. Representan la impunidad judicial. «Estas bandas son una escuela de delincuentes. A los veintitantos años ya tienes un rol pero no el suficiente dinero y saltan al crimen organizado. Si entran en prisión y se juntan con butroneros, pues se dedican a ello, o al tráfico de drogas».
Escasa huella de las maras
El nivel de profesionalización no ha llegado al espanto de las maras centroamericanas. «Son auténticas organizaciones criminales, para hacer dinero y expandir sus negocios», explica el mayor experto de la Policía Nacional. Las maras Salvatrucha y la 18 planeaban instalarse en Europa. En 2003 se detectó un grupo en Barcelona. Al año siguiente, la Mara 13 asesinó a un marroquí en esa ciudad. En Gerona, a la salida de una discoteca, la Mara 18 mató en 2008, y en 2009 la 13 asesinó a un peruano en la Ciudad Condal. Hubo en 2010 una reyerta en Hospitalet y en Alicante, en 2014, una tentativa de homicidio de los Latin Kings por parte de una ‘clica’(pandilla) que sí tenía relación directa con El Salvador. «Realmente, son pseudomaras: inmigrantes que están aquí. Los que vienen es a raíz de la presión de Trump al cierre de la inmigración y porque hay vuelos directos desde esos países. Pero vienen huyendo de sus maras porque quieren dejarlo. Son detectados en Barajas y devueltos a su país. Se han intentado implantar. Es un asunto del que hay que estar pendiente».
Frank, ecuatoriano de 34 años. estuvo en los Yanquis de Ciudad Lineal a partir de los 16. Eran unos 50, junto a los Traviesos (100) y los Banquitos (50). Estuvo diez años. «Si alguien nos miraba mal, íbamos a por él. El parque de Ascao lo teníamos rodeado de cuchillos y catanas, enterrados entre los arbustos». Fue apuñalado y acuchilló a cuatro personas. Ha estado en la cárcel. Intentó suicidarse. Ahora tiene dos empleos, mujer e hijos: «Uno piensa que siempre va a vivir con miedo, pero se acaba con él».