Aquel Madrid de Elsa Arjona, segunda vedete de Celia Gámez
ABC rememora la edad de oro de las revistas teatrales y aquel tiempo en que la Gran Vía fue Nueva York, Viena y Buenos Aires
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Iniciar sesiónAquel Madrid. Así hay que empezar esta remembranza de otra ciudad y otro tiempo. «Cuando la elegancia paseaba por la Gran Vía» , años 50 del siglo pasado, con los matrimonios de la mano, los taxis de otro color, y la ciudad aquella que ... va quedando ya demasiado lejos. Tiempos del picante del cuplé, pero también los tiempos gloriosos de la revista , los de la gran Celia Gámez en cuya intimidad de escenarios, camerinos, padrinos y flores bajo el espejo se escribió parte de la Historia (recalquemos aquí la mayúscula) de España.
Son los recuerdos que con melancolía constructiva va hilando Mariana Arjona –Elsa Arjona, de nombre artístico–, y así deja por su barrio de Argüelles una prestancia de otros tiempos que el bastón, que es testigo de tanto baile frente al público, jamás podrá difuminar. Tampoco el sempiterno dolor de pies, del rayo que va del cuello al talón, que tantos aplausos levantó en su día y que ahora es un calvario. Mariana, que tiene la habilidad de comerse el escenario de un bar con el telediario encendido, hace bueno el verso de Manuel Alcántara de que por muy malos que corrieran los tiempos, «fueron los más nuestros» . O los más suyos.
A Mariana, «segunda vedette de Celia Gámez», consagrada como tal por los carteles y la prensa de la época, no le hace mal recordar aquel Madrid. La nostalgia, a veces, es un arma cargada de futuro. Y Mariana sonríe a su copa de cerveza, a Isabel, su amiga y espectadora del alma, porque ambas sabían y saben que «Celia era muy Celia», y jamás le agradecerán lo suficiente aquellos «cinco años maravillosos» , cinco, en los que Mariana se paseó por los carteles de Madrid y Barcelona con una sonrisa hierática de musa atemporal. La misma sonrisa que iban compartiendo los periódicos, a plana entera, cuando en Madrid hacía furor el refrigerador Super 8 Westinghouse y Miguel Mihura estrenaba en el Teatro de la Comedia su obra ‘A media luz los tres’. Mariana no dice su edad, tampoco se le pregunta tan prosaico dato, pero todo la sitúa «muy jovencita», acaso aún menor de edad , y en la inauguración del Lope de Vega, en el 57 de la Gran Vía.
Celia Gámez era el perfeccionismo de las variedades llevado al extremo, una estajanovista de la escena que supo ver que en Mariana había de eso que se quería en las tablas: belleza, saber estar, y una voz que Mariana había cultivado «estudiando ópera lírica y solfeo» en el Conservatorio de Madrid. Y antes, en un «piso de la calle Arenal, cerca del Teatro», donde quiere recordar a algunas estrellas del espectáculo, «que aquí nos conocemos todos». A Mariana Arjona la rebautizó como Elsa Arjona el maestro Padilla , «nombre artístico y eufónico», y la consagró la casualidad: su padre era médico de la compañía de la Gámez y fue esta misma casualidad la que quiso que aquella chica que dominaba las artes del solfeo y la dicción le entrara «por el ojo» a «la gran Celia».
Emperatrices de la escena
Mariana lleva la coquetería innata, y el día después de la m uerte de Raffaella Carrá llueve en Madrid y acude puntual a su cita. Antes, horas antes, ha pasado por la peluquería en la que quizá haya mostrado el cartel -una página entera en un viejo periódico- anunciando un bolo para el 12 de noviembre de 1953. ‘Yola’ se llamaba la obra, actuaba Luis Prendes y dirigía el cotarro Francisco Lucientes. A pocos les sonarán estos nombres, pero fueron los verdaderos emperadores y emperatrices de aquella Gran Vía inabarcable: merienda en Manila , consumición y orquestina en Pasapoga , buenos modales, señores que se quitaban el sombrero y daban la hora, y un centro de Madrid que tenía lo mejor de Viena y lo mejor de Buenos Aires.
Mariana/Elsa iba acompañada de su madre a las dos funciones, «una a las seis y otra a las diez». Y sí, «el cara al público» era un trabajo duro, pero allí estaba el «empresario, que pagaba religiosamente cada semana» . Buenas ‘perras’ en tiempos duros pese a que la escena, en general, estaba «muy prestigiada». Había censura, claro, pero «cuando sabíamos que venía el censor bajábamos el tono del número en cuestión» y no pasaba nada. Porque a quienes vivieron esa época, tampoco se le escapan esas complicidades entre autoridades y empresarios que vienen desde el Siglo de Oro. O incluso antes.
Lozana juventud
Mariana, que supo de primera mano el talante de Celia Gámez, quiere desmontar mitos mientras el bar Finisterre hace un foco moral en torno a ella. «Sobre Celia Gámez y sobre la revista se han dicho falsedades. Levantar una obra era costosísimo, y ni mucho menos era, como puede verse hoy, un oficio frívolo. Había muchísimo talento, desde el libretista al iluminador ». Era otra época, y así lo muestra un recorte del ‘Informaciones’ que nuestra protagonista desdobla: la crítica de Ángel Laborda nos habla de que «al público le hubiera gustado una participación en papel de mayor importancia de Elsa Arjona, cuya lozana juventud, excelente voz y natural elegancia hacen pensar fundadamente en que nos encontramos ante una primera ‘vedette’ que se manifestará en cuanto se le dé oportunidad para ello». Y claro que a la Gámez le llegó que los papeles contaban que «había una chiquita que destacaba» , y la Gámez, con su «forma de ser y todo» (insiste Mariana), aprovechó la crítica como un aldabonazo a la idea de que si Celia era única, también lo eran todos los engranajes de su compañía. Que Celia Gámez era de una exigencia espartana en lo suyo lo conocemos, pero Mariana jura y perjura que, pese a maledicencias que han ido quedando, «jamás obligó a desnudarse a una aspirante».
Mariana no quiere establecer comparativas entre su época y la actual, por dolorosas que puedan see. La última función solía acababa a las dos y media de la mañana, y Madrid era una fiesta amable . Sin aglomeraciones ni toques de queda.
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