180 años de alpargatas y cordones en el viejo Madrid
Es la zapatería con más solera de la capital. Casa Hernanz, que abrió sus puertas en 1845, sigue en manos de la misma familia, que, cada verano, calza a turistas y locales
Un siglo de vida y ventas: los comercios centenarios de Madrid resisten y suman cuatro incorporaciones

A dos pasos de la Plaza Mayor, Toribio Hernanz abrió en 1845 una tienda de alpargatas y aperos. Un espacio alargado y no muy ancho, con mostrador, bancos y estanterías de madera que anticipaban un almacén abarrotado. Entonces -y hasta la década de los ... 60, cuando el desarrollismo llegó a España- se trataba de surtir a los campesinos que faenaban en los arrabales de Madrid. Esparto, yute, mimbre, cuero o lona para elaborar cestas, canastos, cordeles y un calzado humilde del que, durante muchas décadas, tan sólo se ofrecían dos modelos en dos colores discretos. Ciento ochenta años más tarde, la tienda de Toribio sigue tal cual la dejó y en manos de sus descendientes. Un ejemplo de la fortaleza de una familia, los Hernanz, que, a lo largo de cinco generaciones, ha resistido revoluciones, guerras, crisis económicas, cambios de paradigma social y tecnológico, y la inevitable modernidad que arrasó con los oficios. Casa Hernanz es la más antigua de las zapaterías madrileñas, por delante de Calzados Toledo, abierta en 1857.
Basta con guardar la fila que recorre un trecho de la calle Toledo hacia la Plaza Mayor para comprobar el éxito de este comercio, que ahora gestionan los hermanos Marta y Jesús Hernánz junto a su padre, también llamado Jesús, como su abuelo y su bisabuelo.
Me llevo tres pares
Es viernes por la tarde, con una temperatura de 34 grados y tres cuartos de hora de espera de puertas afuera. Todos aguardan su turno. Una señora que pasa por ahí pregunta si es que regalan un bocata de calamares. Sirve la espera para repasar el abarrotado escaparate y decidir qué llevarse entre un festín de alpargatas de colores, rayas, estampados, 'brillibrilli'... Planas o con diez centímetros de altura, con cintas o con hebillas, en piel o en lona, de 11,50 o de casi 100 euros. Hay quien, como unas turistas italianas que sacan codos para que nadie se cuele, cambian de opinión dos o tres veces antes de entrar; y hay quien, ante la duda, se lleva tres pares de 'valencianas' para lucirlas en Miami. «Tampoco es que vendamos nada tan, tan especial. Sobre todo vendemos alpargatas, un calzado que hoy en día lo encuentras en cualquier sitio... Supongo que gusta mucho que sean artesanas, resistentes, que no pasen de moda.. Y que la tiendas siga igual que en tiempos de Toribio», explica Marta con sencillez. «Las planitas son las que más se venden, pues la gente las usa para estar en casa, ir a la playa, patear Madrid y tener los pies fresquitos. Podemos despachar, de este modelo, unos 300 pares al día. También hay turistas que se las llevan como recuerdo de viaje y para regalar. Mejor que la típica taza, unas alpargatas», añade.
Marta Hernanz reconoce un hito que apuntaló un negocio familiar que, por cierto, mereció una reseña en las páginas de 'The New York Times' en 2005, con motivo de su 160 aniversario. «Hubo un cambio de paradigma a principio de los años 70, cuando Yves Saint Laurent introdujo la alpargata en sus colecciones -en aquella ocasión, recurrió a la casa Castañer- y muchas famosas comenzaron a fotografiarse con un calzado que hasta entonces era modesto», dice. También ayudó, reconoce, que trascendiera la compra por parte de dos primeras damas de EE.UU.: Michelle Obama y Jill Biden. «Yo estaba en el almacén cuando a primera hora de la mañana entró Jill Biden, se probó unos modelos y compró. La atendió Ángel (un empleado) y fue todo tan discreto, que sólo me enteré de que había pasado por aquí cuando salí de la trastienda».



Las alpargatas de Casa Hernanz se confeccionan en La Rioja y es a finales de cada verano cuando empiezan a pensar en la siguiente temporada estival en función de los modelos que mejor hayan funcionado. «El catálogo es enorme, así que en la página web mostramos los más populares para no marear», dice Marta. «Nos planteamos hacer propuestas para novias, porque muchas sustituyen los tacones por las alpargatas para estar más cómodas. Lo probamos pero era tal el jaleo, nos desquició tanto, que lo dejamos. Ahora se llevan sus alpargatas para forrarlas con la tela de su vestido; también hay quien nos compra de golpe un montón de pares para decorarlas». Y en invierno, ¿qué? «Abrimos en el escaparate un hueco para las zapatillas de estar en casa, pero dos o tres filas, no más».
El esparto, en cestería, lámparas y objetos decorativos, también ocupa superficie de paredes y techos. «Se sigue trabajando de manera artesanal. Hacer el trenzado es difícil. No sé hasta cuándo lo tendremos, pues los artesanos se hacen mayores y hay poco relevo generacional. Ojalá que el actual repunte de la artesanía ayude a no perderlo».
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