Los viejos barcos de Ulises
El tamaño de la gesta de un ser humano lo determina no su miedo, sino su desesperación
Pasaron once días escondidos en la pala del timón de un petrolero, apenas a medio metro sobre el mar. Si esto es verdad, los hombres que llegaron a Canarias desde Lagos (Nigeria) fueron carne de desesperación o milagro. El tamaño de la gesta de un ... ser humano lo determina no su miedo, ni su valentía, sino su desesperación. Siglos después, los hombres y las mujeres siguen librando una guerra perpetua en el Mediterráneo.
Año tras año, África expulsa a los suyos en un viaje de más de 1.500 kilómetros y cinco días desde Mauritania hasta las Islas Canarias, la ruta más transitada en la que fue denominada en 2009 como la Gran Crisis de los Cayucos. Pero esta vez es noviembre. Hace frío y no abundan las embarcaciones. Y quizá por eso, justo por eso, se han trepado a esa pala como a un clavo ardiente. El desenlace lo decide el mar, la suerte o la muerte. Algo descarrila en cada naufragio y cada huida. No hay otra salida posible.
Una corriente oscura, empuja al viaje desde una muerte hacia otra y, si hay suerte, los conduce hasta la orilla de una amarga guerra: aquella que tendrán que librar quienes huyen del infierno que supone habitar un Estado fallido. Ulises ha tenido la peor de las reescrituras. El Mediterráneo libra aún su guerra perpetua. Ulises, a bordo de su balsa de hule. El Ulises que reciben a porrazos. Ulises, el polizón. Ulises, el inmigrante. Ulises, el ilegal. Ulises, el inverosímil. Ulises, el que nunca vuelve a Ítaca.