LAPISABIEN
Romancillo del intercambiador
Todo ese jaleo de maletas, de vísperas, que me genera una sensación un tanto naif de ilusión, de dicha
Ojos de ceniza
Cuando el sueño abate, cuando por 'lo que sabemos' llevamos el alma tontaina y estamos bajo tierra, el cuerpo entra en ese karma barato de los metros citadinos de los que, por seguridad y sentido común, no nos podemos bajar. Quizá ni queremos.
Avenida de América ... es, por estadística, mi segunda casa. A veces paro a un descafeinado corto, por ir calentando el sueño a la vuelta al lecho donde me digo que habito.
Y como ya he dicho, miro, escribo, indago lo que pasa y lo que no pasa en derredor. Curioso como a quien se le erige una ópera improvisada delante de las gafas, cada vez más lejanas de su función.
Algunos, los huelo a la legua, preparan un 'palo'; un equipo de waterpolo pierde o llega de un lejano autobús. La vida, más que en un metro, se encierra en un intercambiador, que ofrece algo tan necesario como es la huida en el vehículo que sea.
La fuga, quizá, hacia donde van y vienen proponiendo los carteles. Tierras del norte, paraísos prometidos. Todo ese jaleo de maletas, de vísperas, que me genera una sensación un tanto naif de ilusión, de dicha.
Un intercambiador madrileño es, además, un centro comercial barato, un aeropuerto gallináceo de gentes con la resignación en la mirada y un libro que les evade de la grisura de los días.
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O luego, en la esquina del propio metro, ese guitarrista con los acordes grabados que pone la voz exacta de José Luis Perales o de Kpnofler, o de Vicente Fernández. Quizá no sea el mismo y el sindicato de músicos ambulantes.
A lo mejor, un café de retirada y el intercambiador es ese paraíso en la otra esquina que precisaba; una zona de confort. No sé. Añádase que se evita el solano y el 'caloret'.
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