Historia de un cayuco: «No sabéis lo que han visto estos ojos...»
Miró al policía. Era uno de los 248 supervivientes. Había visto morir a unos 50 compañeros, algunos por accidente, otros agotados y muchos más asesinados. Y decidió hablar...
Desde Nuackchot y Nuadibú: cómo la falta de pesca empuja a los jóvenes africanos a las pateras
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSokone es una tranquila ciudad de la región de Fatick, en el centro de Senegal y a pocos kilómetros de la costa. Está enclavada en el delta sureste de Sine-Saloum, entre manglares. A ella llegan muchas personas, sobre todo de ese país y de ... Gambia, pero también de otros –Benin, Guinea Bissau, Mali, Burkina Fasso, Sierra Leona...– que esperan a subir a un cayuco rumbo a Canarias en casas de seguridad de las mafias que trafican con seres humanos. No emprenderán jamás el viaje si no lo pagan antes. Las tarifas son variadas, pero no de menos de 3.000 euros.
En la primera semana de agosto –en esta historia las fechas sólo pueden ser aproximadas– los traficantes de esta 'carne de cañón' ponen la maquinaria en marcha. El cayuco que va a zarpar es de un tamaño considerable: 20 metros de eslora por tres de manga y cuenta con un par de motores, viejos, de 60 caballos. Está en un punto del río alejado de la ciudad para evitar miradas indiscretas, pero desde el que tampoco se ve el mar. Allí espera a que los 'clientes' lo vayan llenando. La navegación es responsabilidad de tres o cuatro patrones, gente de mar, pero a bordo hay una quincena más de la red mafiosa con distintos roles.
Desde el principio está claro que la historia de este viaje será distinta. Lo habitual es que los migrantes lleguen a la embarcación en pequeños grupos de diez o quince personas a bordo de 'cayucos taxi' tripulados por pescadores de la zona. No llaman la atención de las autoridades porque por su tamaño es imposible que lleguen a Canarias, pero sin embargo tienen un papel relevante. Lo normal es que en estas operaciones se tarde unas horas; en este caso se prolongan cinco días, con gente dentro del cayuco desde el primero...
Detenidos los patrones de un cayuco en el que pudieron morir varias decenas de personas de forma violenta
Laura BautistaLos supervivientes narraron asesinatos, muertes por hambre y sed y que varias personas fueron arrojadas por la borda
El 14 de agosto, día arriba o abajo, comienza la travesía. A bordo hay unas 300 personas. Les esperan 1.500 kilómetros hasta las costas canarias. La embarcación apenas navega a 4,2 nudos, unos ocho kilómetros por hora. Si todo va bien, necesitarán algo más de de una semana para llegar, a lo que hay que sumar los días de espera hasta que se zarpó.
Las condiciones: muchos, de pie; otros, agazapados en la parte baja, con el inconveniente de que allí caerán excrementos, orines y desperdicios de los que viajan en la parte superior; el combustible, y el agua serán escasos, porque las garrafas y bidones quitan sitio para más gente y las mafias no quieren perder dinero; la comida se reduce a unos pocos frutos secos y galletas, también por razones de espacio; los días son abrasadores mientras por la noche el frío en la mar se hace insoportable... Y a todo ello se le suma la angustia, agarrada al pecho, compañera inseparable de todos ellos.
Pasados los primeros días comienzan las bajas. Algunos caen al mar, por agotamiento o descuido; otros directamente no soportan ese infierno y se tiran al agua para acabar con la pesadilla. Hay también quien sufre alucinaciones. Los responsables del cayuco no esperan, aunque un padre o un hijo, de la edad que sea, vean horrorizados cómo se ahoga su familiar. Son las reglas del juego, nadie se rebela, y el que levanta la voz sabe que tendrá problemas.
Las horas parecen siglos, pero la gente aguanta. El cayuco sigue navegando, así que queda menos para el objetivo. Pero a los seis/ocho días ocurre lo lógico: los motores, achacosos ya antes de empezar la travesía, se averían. La embarcación queda a la deriva. Ahora sí que la cosa se pone fea. Muy fea.
Los patrones y sus secuaces tratan de calmar a la gente. Al principio lo consiguen, pero a medida que pasan las horas, los días, el nerviosismo empieza a extenderse. Hay reproches hacia los jefes, así que estos deciden actuar. «¡Si se han parado los motores es porque hay aquí gente que ha hecho brujería!», gritan para convencer al 'pasaje'. Pero no se detienen ahí: los señalan y los tiran al mar; a ellos y a los que, según ellos, han 'contaminado' con sus prácticas. Este episodio es el que da nombre a la investigación policial por estos hechos: operación Marabú (brujos, en Senegal).
A pesar de la brutalidad las cosas no se calman del todo. Algunos, ya sin agua potable, empiezan a beber del mar, lo que horas después les provoca fuertes dolores en todo el cuerpo. También ellos son un lastre, así que de momento los dejan en el fondo del cayuco, entre excrementos y orines. Luego, por la noche, también son arrojados al mar...
Otros se rebelan, y la respuesta es también brutal. Los responsables de la embarcación detectan a los cabecillas y los golpean con fuerza, para que el resto se achante. Se vive una mezcla de angustia, terror, agotamiento que se hace insoportable.
«Hemos oído a marinos mercantes decir que no es posible que los migrantes pasen todo ese tiempo en esas condiciones, que tiene que haber buques nodriza que los acerquen a tierra... Pero lo cierto es que nunca se ha visto a ninguno, y son zonas muy controladas por vía aérea. Así que sí, son capaces de pasar por eso», dicen los responsables de la Comisaría General de Extranjería y Fronteras consultados por ABC.
Sin noción del tiempo
A bordo, los hombres, mujeres y niños han perdido ya la noción del tiempo. Para que no falte de nada, una embarazada se pone de parto. La criatura nace en perfecto estado. Para un creyente es fácil atribuirlo a un milagro... Sin cortar el cordón umbilical, la madre amamanta al bebé.
Cuando la desesperación empieza a apoderarse de todos, un buque que navega rumbo a Cabo Verde divisa el cayuco. No puede, ni tampoco debe, rescatarlos, porque es una operación muy peligrosa y lo más probable es que si lo intenta vuelque la barcaza al descompensarse por el movimiento de personas. Tampoco los patrones lo tienen claro: «¿Dónde vais?» «A Cabo Verde»... «Pues seguid vuestra travesía». Antes, el capitán alerta al servicio de rescate. Primero al marroquí, que no puede atender la emergencia, y luego al español, que actúa de inmediato.
A las 2:45 horas del 24 de agosto la tripulación de la Guardamar Urania, formada por una decena de personas, logra subir a bordo a los 248 supervivientes. No hay incidentes en la travesía, pero la situación es tensa. Alguno de los migrantes está muy mal estado. Se teme por su vida.
A las 15:20, casi doce horas después, la Guardamar atraca en el puerto de Arguineguín (Gran Canaria). Les esperan los equipos médicos, personal del CATE (Centro de Atención Temporal de Extranjeros) y policías de la Brigada Provincial de Extranjería y Fronteras y de la UCRIF Central que han viajado desde Madrid. Los heridos son llevados al hospital, pero uno muere por una perforación intestinal. El resto sale adelante sin demasiados problemas.
Trato exquisito
La Policía actúa como siempre. Lo primero es tratarlos como seres humanos, incluso con delicadeza. Hay cinco menores acompañados, otros 16 que viajan solos y 12 mujeres, incluida la parturienta, aún unida a su hijo por el control umbilical pero aliviada y a salvo... Los agentes hablan uno por uno con los migrantes en su idioma para darles más confianza. No son interrogatorios, sino charlas. No más de 15 minutos, porque saben que si están más con alguno los mafiosos sospecharán de él como chivato. Les preguntan de dónde vienen, las rutas hasta llegar al cayuco, si ha habido violencia a bordo...
Uno de los hombres mira al policía que le pregunta: «No sabéis lo que han visto estos ojos», le dice. Y comienza a hablar. Al agente se le hiela la sangre. Otros compañeros confirman su relato y además aportan más detalles del infierno. Comienza la investigación para detener a los malnacidos que están emboscados entre las víctimas.
La niña tiene dos años como mucho y ya la han vestido con ropa limpia, aseado y peinado con trencitas. A pesar de todo lo vivido, sonríe, y los 'duros' policías, hombres y mujeres, apenas contienen la emoción. Manuel, el responsable del CATE, le da una chocolatina y sus ojos son los de una cría feliz. Luego va de brazos en brazos de los agentes, con los que no para de jugar. Su madre la mira, ya tranquila. En el centro hay juguetes para todos los pequeños.
Pasados los días los agentes de la UCRIF, de la Brigada Provincial y la Comisaría General toman más declaraciones para aclarar los hechos e identificar a los responsables de esta monstruosidad. Se llega a la conclusión de que en torno a unos 30 migrantes han sido asesinados. En varias tandas se detiene a 19 individuos por favorecimiento de la inmigración irregular, homicidio, lesiones y torturas. Todos están en prisión incondicional.
Lo más duro es tener la absoluta seguridad de que hay otros muchos cayucos como este, cuya historia jamás se conocerá...
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete