Génova se mira en el espejo de 1993 y se reajusta para un marcaje total al Gobierno
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Madrid
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Iniciar sesiónAlberto Núñez Feijóo ha materializado en los últimos días los cambios que conformarán la nueva estructura del Partido Popular para la incierta etapa de oposición que se avecina. En las decisiones que ha tomado Feijóo hay nombramientos que proyectan vocación de largo ... plazo. Pero no es esa la característica principal de los cambios realizados. Se trata de un equipo continuista con el que ha llegado hasta aquí, porque el presidente del PP quiere reivindicar las victorias electorales de mayo y julio. «Este equipo ha ganado las elecciones», justificaban en Génova.
Los cambios también dibujan la idea de unificación del partido y recuperación de activos. Un veterano del Congreso reconoce que la decisión «ha sentado muy bien» en el grupo parlamentario. Siempre hay personas que podían tener aspiraciones mayores. Pero en líneas generales no puede hacerse la lectura de que una generación o una determinada sensibilidad haya quedado excluida.
En especial en el Congreso de los Diputados se ha tomado la decisión de poner en primera línea a figuras de trayectoria contrastada para «hacer oposición desde el primer minuto». Además, los vicesecretarios del Comité de Dirección van a coordinar sus respectivas áreas en el Congreso de los Diputados y también tendrán ellos el foco cuando el asunto lo requiera.
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Oposición desde el primer momento. Es la consigna. Marcaje al Gobierno. Respuesta a todo. Ni un espacio sin llenar. Es la consigna de un partido que empieza a reestructurarse también en sus cuadros técnicos para redimensionarse como primera formación del país y hacer frente a un Gobierno con una gran capacidad de colocación de mensajes.
Desde el 23 de julio el PP asimila un resultado electoral por debajo de las expectativas que frustró el aterrizaje en La Moncloa que todos daban por hecho. «Hemos estado muy descolocados. Con demasiada gente que no sabía qué hacer y asumiendo cada uno sus propios fantasmas», reconoce un miembro de la cúpula de Génova.
«No pasaremos ni media»
Un sentimiento que se ha visto arrastrado durante muchos meses hasta que ha arrancado formalmente la legislatura, con la investidura de Pedro Sánchez. Y en el caso del PP, con los cambios internos, que han tenido al partido expectante durante muchas semanas. El PP se pone ahora a punto y el mensaje que se envía es el de un equipo que apuesta por una oposición muy dura al Gobierno. «No vamos a pasar ni media», resumen en la dirección.
Desde el día siguiente a las elecciones una fecha aparece como espejo en los análisis que se hacen en el PP. El recuerdo de la legislatura 1993-1996. Menos de tres años separaron unas elecciones de otra y ese mandato está instalado en la historia como una prórroga casi accidental de un felipismo asediado por los escándalos y los problemas económicos. Un tiempo añadido, pero que siempre tuvo escrita la idea de final de ciclo. El PP ha asumido ese marco y la sensación generalizada es que la legislatura no puede ser larga. «Será una legislatura insoportable para el Gobierno», opina un dirigente. «No hay una mayoría ideológica en el Parlamento y eso complicará el volumen legislativo».
Los argumentarios que maneja el partido y que repiten los distintos portavoces de la formación hacen hincapié en la idea de un presidente débil, secuestrado por Puigdemont y ahora hipotecado también en la guerra entre Podemos y Sumar.
Poco a poco ese sentimiento ha dejado paso a un temor. Altos dirigentes del partido comparten en privado un temor: una legislatura de prácticamente cuatro años de duración a la que sigan unas elecciones en las que un Feijóo cercano a los 66 años se tenga que enfrentar no a Sánchez sino a una mujer como candidata. Una hipótesis que no pasa de la especulación, pero que algunos dirigentes comentan en privado. Y desde luego, antes que autoconvencerse con la idea de una legislatura breve, pensar en el escenario menos favorable siempre es lo mejor. «Sánchez ha crecido fagocitando parte de su izquierda y con voto prestado del independentismo, pero ha demostrado que tiene un límite. Una sucesión ordenada y desde el poder es la única esperanza a medio plazo para el PSOE», reflexiona un dirigente.
En 1993, como en 2023, el PSOE activó la estrategia del miedo y cortó una dinámica descendente desde sus más altas cotas en 1982. El aumento de la participación le permitió subir casi un millón de votos respecto a 1989. Anulando la subida de casi tres millones de votos que registró José María Aznar. El paralelismo es evidente. La gran diferencia es que ahora Feijóo ha ganado las elecciones, pero en términos prácticos es lo mismo: el objetivo del Gobierno no se alcanzó. «El ejemplo que nos tiene que servir de 1993 es el tipo de oposición que se hizo, no tanto la duración», reflexiona un dirigente que en aquellos tiempos ya rondaba como asistente los pasillos de Génova 13.
Discurso del miedo
Génova afina su maquinaria para una legislatura de choque con el Gobierno. Pero el espejo de 1993 debe servir para entender que por entonces no fue suficiente con el «motor del rechazo», en aquel momento a un felipismo decadente. Y que fue superado por el «miedo» a una llegada al poder de la derecha que el PSOE exprimió por primera vez de forma nítida y agresiva. En el próximo lance nada cambiará en la campaña socialista respecto a aquella y respecto a la de este mes de julio. Pasados los meses en Génova ya se reconocen «errores» en una campaña que, centrada en la derogación del sanchismo, se basó en vender al PP como un contenedor de ese rechazo. Entre 1993 y 1996 Aznar entendió que el rechazo no iba a ser suficiente y combinó esa oposición dura contra los estertores del felipismo con la puesta de largo de un proyecto de mayorías y con la economía en el centro. Un importante alcalde cree que esto debe ser la base de un discurso «más esperanzador», que deje atrás el 23 de julio: «La reivindicación de la victoria debería hacerla cualquiera, menos Feijóo». Al líder se le reclama que la oposición vaya acompañada de un proyecto nítidamente alternativo al socialista en aspectos institucionales y sociales.
Infravalorar a Sánchez ha sido deporte nacional en la derecha en los últimos años. Primero un títere de Pablo Iglesias, luego de Iván Redondo... y ahora preso de sus socios. Es cierto que Sánchez necesita armar una mayoría complejísima para poder gobernar. Bildu y PNV ante unas elecciones vascas inminentes; ERC y Junts con las catalanas en el horizonte; y por si fuera poco, un Podemos emancipado de Sumar y dispuesto a convertirse en guardián de las esencias de la izquierda.
Entonces Aznar entendió que el rechazo a González no era suficiente y combinó la oposición dura con un proyecto de mayorías
Pero la clave para Sánchez es que no existe ningún automatismo que lo expulse del Gobierno por, por ejemplo, no aprobar un presupuesto. El presidente del Gobierno necesita a sus socios para legislar, sí. Pero no los necesita para mantenerse en el poder. El PP repite en sus argumentarios que esta legislatura durará el tiempo que quiera Puigdemont. Pero lo cierto es que durará lo que quiera o lo que pueda aguantar Pedro Sánchez. Puigdemont y el resto de socios –en el PP le dan mucha importancia a la fractura de Podemos y Sumar– condicionan. Pero no deciden cuánto dura la legislatura. El escenario de que alguno de esos grupos termine apoyando una moción de censura del PP, que necesitaría el concurso de Vox, es, por ahora, algo ilusorio.
Lo peor para el PP
De hecho en el PP hay quienes se muestran escépticos con presentar este trayecto como una carrera al esprint. Desde luego la estrategia del PSOE es enfrentar a Feijóo a un maratón de cuatro años. «También se hablaba de inestabilidad la pasada legislatura y fueron casi cuatro años de legislatura con Sánchez convocando cuando menos nos convenía. Con él siempre hay que pensar en lo peor que le vendría al PP», comenta un parlamentario con responsabilidades en Génova.
La perspectiva de una legislatura larga con Feijóo en la oposición es la mayor incertidumbre de un PP que, de forma unánime, concede que el actual presidente se ha ganado el derecho a tener una bala más para intentar alcanzar la Presidencia del Gobierno. En el PP no se piensa en un declive inminente, pero sí se estima que cuando pasen las elecciones vascas, las gallegas, las europeas y las catalanas, que como tarde se estarían celebrando en unos 15 meses, se va a condicionar el devenir de la legislatura. Y todas ellas van a tener una implicación nacional y una lectura en el ámbito interno del PP. En las filas populares el liderazgo de Feijóo al frente del partido está asegurado mientras él quiera y hasta el próximo duelo en las urnas. Pero también es cierto que es generalizado el sentir de que Feijóo «se juega muchísimo» en las elecciones gallegas. «Son casi más importantes para él que para el propio PP gallego», reconoce un presidente autonómico. La mayoría de los dirigentes y cargos del partido creen que Alfonso Rueda debe convocar cuanto antes.
«Feijóo se juega muchísimo en las elecciones gallegas. Son casi más importantes para él que para el propio PP gallego»
Luego está el escenario vasco, donde el PP aspira a mejorar resultados a costa del PNV por su colaboración con Sánchez durante los últimos cinco años. Es la apuesta estratégica de la dirección que motivó la elección de Javier de Andrés como candidato. Aunque a Feijóo le preocupa mucho que si se impone el marco en campaña de un plebiscito sobre Bildu lo que termine ocurriendo sea lo contrario.
Equilibrios difíciles
De los últimos sondeos se deduce que Bildu podría llegar a sumar con los socialistas para desalojar al PNV. El PSOE siempre ha venido eligiendo al PNV como socio cuando ha existido la disyuntiva. Y sabe que no hacerlo puede acercar a los nacionalistas vascos al PP, por más que eso sea la estrategia contraria a lo que ahora están intentando los de Andoni Ortuzar.
La cuestión clave es que esa suma PNV-PSOE podría llegar a necesitar al PP si los populares logran mejorar sus resultados. Luego llegarán las europeas, que el PP convertirá en un plebiscito sobre Pedro Sánchez y en particular contra la amnistía. En Génova se necesitará entonces no solo ganar, sino una victoria muy contundente.
Pero hay dos diferencias fundamental con 1993. La primera es obvia: Pedro Sánchez no tiene nada que ver con un Felipe González que ya entonces había dado muestras de hartazgo personal hacia el poder. La segunda está relacionada con Vox. Hace 30 años el espacio de la derecha había quedado unificado. La tarea ahora sigue pendiente tras ocho años de fracturas. «No van a parar. Ellos se están dando cuenta que pierden visibilidad», plantea un dirigente autonómico que, no obstante, cree que los Gobiernos autonómicos están «a corto plazo garantizados». Un miembro de la dirección observa a Vox en «un proceso de descapitalización» que los obligará a endurecer posiciones.
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