Los rostros gallegos de la pandemia: el testimonio de quienes plantaron cara al Covid
Cumplidos cinco años del estallido de la crisis sanitaria más grave que se recuerda, ABC habla con médicos, enfermeros y políticos que estuvieron en la primera línea

El tiempo es relativo, dejó dicho Einstein. Los cinco años que pasaron desde el estallido de la pandemia en España y la declaración del Estado de Alarma que confinó a la población en sus casas parecen hoy lejanos, pero en realidad son un pasado demasiado ... próximo. Aquella fue una batalla principalmente sanitaria, que ganamos con las armas de ciencia y, sobre todo, gracias al trabajo de un colectivo que se hizo imprescindible para salvar vidas. Desde el primer enfermero hasta el último médico, pasando por los gestores del ámbito político, todos tuvieron un papel protagonista. ABC da voz a distintos rostros que de un modo u otro formaron parte del extenso batallón que combatió desde Galicia al virus, convirtiéndola en uno de los territorios con una menor incidencia durante aquella desconcertante primera ola, en la que nada se sabía del coronavirus procedente de China y que estaba marcando nuestras vidas para siempre. Estos son sus recuerdos de esas primeras semanas y meses de lucha a ciegas contra el SARS-CoV-2.
Aunque no todo estalló de golpe en marzo de 2020. A Manuel Vázquez Lima, coordinador de Urgencias del Hospital del Salnés y presidente de la Sociedad Española de Medicina de Emergencias, la primera alerta le saltó a finales de 2019. Una red interna de compañeros de su especialidad «nos va informando de unas neumonías un poco extrañas en zonas de Madrid y Valencia» en noviembre y diciembre. Se hacía «raro» que se limitara a «una gripe que evoluciona mal». «Y seguro que eso ya era el Covid, que estaba circulando» aunque «con un índice de reproducción muy bajo».
En diciembre de 2019 Julio García Comesaña era gerente del área sanitaria de Vigo. Leyó en prensa días antes de Nochevieja la situación que vivían en China, «y tuve una especie de 'deja vu' con la gripe A». Pero cuando al entonces conselleiro de Sanidade Jesús Vázquez Almuiña se le encienden las alarmas «es tras ver cómo estaba el norte de Italia; si había llegado allí, aquí va a llegar, y al poco tiempo pasó». Vázquez Lima es más gráfico: «Cuando hablamos con los colegas italianos y vimos las imágenes de sus servicios absolutamente saturados y desbordados se nos pusieron los huevos de corbata; ahí es cuando nos dijimos que eso sonaba muy mal».
Ese febrero de 2020 Galicia constituye su primer comité clínico, una versión reducida del que llegaría en marzo, con una treintena de integrantes. Adopta las primeras decisiones clave, «como comprar respiradores, a buen precio», apunta Comesaña, que garantizaron stock suficiente para lo que estaba por llegar. «No teníamos clara la magnitud final, pero sí que había que comprar materiales», admite Almuiña. Esa anticipación iba a ser clave.

«Hubo liderazgos muy importantes, y casi todos estaban en el comité clínico, que nos ayudó a anticiparnos a muchas cosas»
Julio García Comesaña
Ex gerente del área sanitaria de Vigo
El Gobierno decreta el Estado de Alarma el 14 de marzo, y con él el confinamiento forzoso de la población. Los españoles se escondían del virus para romper la cadena de transmisión. De un día para el otro, las calles se vaciaron, los negocios cerraron, ciudades y pueblos se convirtieron en desiertos. «Lo que más me impactó fue el silencio», admite Chus Domínguez, médico internista en el Hospital Clínico de Santiago, «por la mañana salías de casa y no había tráfico, ni personas, parecía que había caído una bomba y que no quedaba nadie». La realidad en los hospitales era precisamente la contraria. De la llegada de pacientes contagiados con cuentagotas empezó un goteo creciente e interminable que parecía no tener fin. El virus que se instaló en los sanitarios pasó a ser otro: la incertidumbre.



¿Cómo se gestiona ese invitado inesperado? «La teoría es sencilla», contesta Pedro Rascado, jefe del servicio de UCI en el hospital compostelano. «Intentas protocolizar todo lo que se conoce, aplicar los procedimientos de manera ordenada, y esta teoría la sabemos todos», pero «la práctica es más complicada», porque aparecen las dudas «y era un momento en el que cualquiera de esos protocolos cambiaba de una semana para otra».
«Sabíamos que iba a venir, que iban a aumentar el número de casos, pero no sabías ni cuánto ni cómo», continúa Rascado, «los días de muchos ingresos y los momentos en que no sabías hasta dónde te podían llegar las camas eran complicados». Galicia contó, no obstante, con la pequeña ventaja de un «decalaje de diez o quince días» respecto a la situación que se vivía en Madrid o Barcelona, calcula Comesaña. Y ese margen permitía a los sanitarios conocer qué funcionaba y qué no, y anticiparse a situaciones. «El libro estaba en blanco, y había que escribirlo día a día», resume Almuiña.
El miedo
Combatían una enfermedad para la que no se conocía tratamiento. Su medicina era su propia formación. «Por encima de todo eres profesional sanitario, y si además te dedicas a las urgencias, tienes que intentar hacer lo posible para que ese paciente salga adelante», explica Vázquez Lima; «para algunas enfermedades hay tratamiento específico, para otras hay que esperar que el propio organismo haga su función», añade el intensivista del CHUS.
«Intentábamos ayudar con todo lo que podíamos», pero como confiesa Domínguez, lo peor era que «nunca habíamos vivido una situación en que personas jóvenes y sanas se ponían en una situación crítica, de necesitar ir a la UCI o acabar entubados». Vázquez Lima echa mano de un viejo proverbio escocés «que dice que no hay medicina contra el miedo, y creo que muchos profesionales sanitarios sintieron un poco de miedo». ¿Cómo no sentirlo? «Es lícito», responde, «yo lo que tuve miedo es a que hubiera que asumir una situación de emergencia sanitaria de nivel 4, lo que se llama medicina de catástrofes», como si fuera una guerra en la que disponiendo de recursos limitados «se elige qué se atiende y qué no». «Y esa decisión nunca tuve que tomarla, ni yo ni nadie en Galicia», sentencia. Ese nivel extremo estaba contemplado en el plan de emergencia sanitaria aprobado por el comité clínico.

«No sé si miedo, pero sí que hubo angustia», cuenta Manu Fariña, enfermero de la UCI en el Complejo Hospitalario de Orense (CHUO), «pasaron muchas cosas y muy gordas en poco tiempo, y todos pasamos por estrés y quebranto emocional». No se le borra la imagen de «compañeras que temblaban antes de entrar en las unidades de críticos, cuando se abrían las puertas estancas. Se vivía mucha tensión, hubo muchos nervios», porque «tuvimos gente de treinta años, de cuarenta y de cincuenta, no solo se ingresaban en la UCI gente mayor y con obesidad, y si lo ves cara a cara es cuando lo entiendes de verdad».
Chus Domínguez no pierde nunca la sonrisa. «La gente estaba más angustiada en sus casas que nosotros en el hospital», y se vale de un símil muy visual. «A veces tienes más miedo cuando estás en la puerta de la cueva y no ves al monstruo que cuando estás frente a él y te dices cómo vas a defenderte».
Del miedo tampoco se libraron los centros de salud, que siguieron abiertos durante la pandemia. Ángeles Mera coordinaba entonces –y aún hoy– el servicio de enfermería en el de Ribeira. «Yo no tuve miedo en ningún momento», aunque en los primeros momentos «fuera un poco caótico» y la gente «acudiese asustada al centro». «Nos contactaban telefónicamente para que les informáramos cuando decían tener síntomas» de la infección. Uno de los síntomas del miedo es el caos, y en los ambulatorios sucedía cuando «la gente no atendía» las indicaciones de los enfermeros para respetar los circuitos para pacientes con Covid y aquellos con otras patologías.
Mera pone en valor el cariño con el que la enfermería hacía el seguimiento telefónico a los pacientes confinados en sus casas, algunos de ellos de avanzada edad. «Los llamábamos para que no se sintieran aislados», porque sus familiares «no podían acceder a ellos» por las restricciones impuestas. «Me sentí tan útil como enfermera en ese momento...». Repetirá varias veces esta idea durante la conversación.
Uno de los efectos del miedo es que nos atenaza y deja inermes ante el peligro. Pese a todo, eso no sucedió en los hospitales. «Todo el mundo daba pasos adelante, estaba dispuesto a trabajar, a hacer más guardias, a hacer más horas», pone en valor Pedro Rascado, «no veías a nadie que diera un paso atrás». Entre los enfermeros «la experiencia nos unió», subraya Manu Fariña, «una de las cosas que dignifica nuestra profesión es la cercanía con el enfermo, y eso intentamos no perderlo».
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«Todo el mundo daba pasos adelante, estaba dispuesto a trabajar, a hacer más guardias, a hacer más horas»
Pedro Rascado
Jefe de UCI del Chus
Comesaña había heredado en Vigo una situación enquistada con un numeroso grupo de jefes de servicio, que renunciaron a sus puestos. Y sin embargo «llamé a varios y les dije que tenían que ponerse al frente de sus centros de salud porque eran personas con liderazgo, y que ya arreglaríamos las diferencias más adelante; y muchos aceptaron y luego siguieron». «Todo el mundo daba lo máximo», coincide Almuiña, «colaboraban día y noche, lo que hiciera falta, para redactar protocolos, contar experiencias, dar informaciones o lo que fuera; los profesionales sanitarios se unieron». Para Chus Domínguez, «salimos adelante porque el Covid fue un ejemplo de cómo trabajar en equipo es indispensable para llegar lejos; si quieres llegar rápido vas solo, pero si quieres llegar lejos tienes que ir acompañado».

«Trabajar en equipo es indispensable para llegar lejos; si quieres llegar rápido vas solo, pero si quieres llegar lejos tienes que ir acompañado»
Chus Domínguez
Médico internista en el Clínico
De esa labor de equipo surgían las mejores iniciativas. Se remodulaban los espacios de UCI y urgencias en los hospitales para facilitar la atención, se afinaban los sistemas de detección como el 'pooling' o el famoso Covid-Auto que empezó en el párking del Meixoeiro y fue copiado dentro y fuera de España. Incluso ingenieros de Vigo estudiaban cómo un respirador podía dar servicio a dos pacientes. «Se hicieron muchas cosas innovadoras», se felicita Comesaña.
Las familias
El miedo no era solo por lo que pudiera pasarle a los sanitarios que miraban dentro de la cueva que dibujaba Chus Domínguez, sino por las consecuencias que pudiera tener volver a sus casas al acabar la jornada laboral con el monstruo adosado y contagiar. «En los primeros meses, cuando no sabíamos mucho, regresabas a casa y tenías el mínimo contacto con la familia», confiesa Rascado, «era una preocupación que teníamos todos».
Vázquez Lima se instaló en el sótano de su casa, mientras el resto de su familia vivía en la planta superior, para esquivar cualquier remota posibilidad de infección. «Más que ducharme, yo creo que casi me esterilizaba», bromea ahora recordándolo. Comesaña, con un hijo «saliendo de un proceso oncológico», optó por irse a otro domicilio para prevenir riesgos, por pequeño que fuera. Manu Fariña estuvo a un paso de hacer lo mismo.
Todos habían visto los estragos del virus y su capacidad de generar dolor. Comesaña trae el caso «de una persona que vino de Madrid al funeral de una tía suya, y probablemente contagió él a sus padres, que murieron, y a mas familiares». Ese hombre arrastra aún hoy la culpa de ser el verdugo involuntario de sus seres queridos.
El dolor también era por las familias ajenas, las de los pacientes. «Había una sensación nada agradable, que era la de informar por teléfono de los fallecimientos», un procedimiento obligado por las circunstancias «pero poco humano, complicado para quienes están acostumbrados a tener información cercana», apunta Pedro Rascado. El Covid alcanzó una crueldad inédita: «había gente que dejaba a su familiar en la puerta de urgencias y se lo entregábamos en una urna», se lamenta Almuiña, «y eso es terrible a nivel emocional». La herida fue tan lacerante que la Consellería articuló un protocolo para que las familias pudieran despedirse de los enfermos más graves en los hospitales, pertrechados con EPIs y de manera controlada.
La batalla diaria de los sanitarios se convertía en una gota malaya, que aisladamente se resistía pero que cronificada en el tiempo se colaba por las rendijas de la resistencia física y psicológicas, y abría grietas. «Esto genera cansancio, pero es que a mí me formaron para esto», aunque Vázquez Lima confiesa que «yo he visto gente muy talludita, con muchos años de experiencia, llorando como un niño y muy tocado psicológicamente». ¿Y de ahí se vuelve? «Muy poco a poco». Manu Fariña vio cómo compañeras «acabaron muy quemadas» y llegaron «a pedir un traslado a otro servicio» fuera de la UCI. «En algún momento me pasó por la cabeza, pero me gusta mucho lo que hago», reconoce, y reclama que «debe trabajarse más esa gestión emocional» del trabajo, porque cuando el Sergas habilitó medidas de apoyo a sus profesionales «llegaron tarde y resultaron insuficientes».
Una de las causas es que desconectar del trabajo aquellos días y semanas de extensión en el tiempo desconocida era imposible. «Uno se lleva de manera habitual sus pacientes a casa pensando en cómo van a ir», comenta Rascado, «pero es que desconectar era difícil si además participábamos en cosas más organizativas, de gestión», que llevaban a estar consultando literatura médica que se actualizaba constantemente, revisando protocolos de nueva creación y elaborando informes diarios, como los que Comesaña redactaba antes de irse de madrugada a su casa para detallar la evolución de la pandemia en el área sanitaria de Vigo. Almuiña recuerda estar al teléfono con el presidente de la Xunta a la una de la mañana, y desvelarse en mitad de la noche dándole vueltas a alguna situación pendiente.
Optimistas en la oscuridad
La fatiga se deja sentir y socava las reservas de esperanza de los sanitarios, en un combate con un virus sin vulnerabilidades. «Necesitábamos ser optimistas», sostiene Rascado, «sabíamos que las capacidades tienen un límite, pero no sé de un día que hubiéramos pensado que al siguiente nos íbamos a desbordar». Domínguez también estaba afiliada al optimismo, aunque como admite Manuel Vázquez Lima, «llegas a pensar que el final del túnel está muy lejos; pero si eres un guerrero, nunca pierdes la esperanza. ¿Si hubo gente que la perdió? Sí, hubo quien se sintió superado, y es humano».
Para prevenir ese momento de quiebra, los equipos se las idearon para arroparse unos a otros y preservar el ánimo. «Nos ayudábamos siempre para favorecer el clima de trabajo y mejorar el que nos rodeaba», destaca el enfermero del CHUO, «hubo que hacer coaching». «Yo era rara la semana que no le enviase a mi equipo unos mensajes de apoyo, de estímulo, diciéndoles que lo estaban haciendo bien y que teníamos que seguir adelante», reconoce Vázquez Lima, «y algunos eran prácticamente emocionales, porque al final eso es también importante para que la gente no se venga abajo». «Una de las razones por las que muchos decidimos salir en los medios no era porque quisiésemos hacernos famosos, sino para dar sustento emocional a nuestros profesionales e intentar dar ese hálito de esperanza a la población», añade.
En una sala amplia de la quinta planta del Clínico de Santiago «inventamos unas charlas que se llamaban 'sesiones covidianas para no perder la cordura'», cuenta Chus Domínguez, «que podía organizar cualquiera que estuviera en la planta Covid, menos los pacientes, y en las que se podía hablar de cualquier tema menos de algo médico». Alguien pedía la vez, se preparaba un tema y disertaba por espacio «de una hora y algo, una vez a la semana», de lo divino y lo humano. «Se trató la inteligencia de las plantas, la belleza, la guerra de los chimpancés... fueron muy variadas», explica entre risas.
Era necesario romper con la rutina. El exconselleiro no olvida sus largos paseos por los pasillos del edificio del Sergas en San Lázaro, móvil en mano, para compensar la imposibilidad de caminar por el monte, una de sus aficiones favoritas. Ni una ni dos veces tuvo al teléfono al ministro de Sanidad mientras subía y bajaba escaleras, y cruzaba corredores sin ver un alma.
A veces bastaba con que esa luz en la oscuridad fuese información veraz. Comesaña trasladaba a diario «a todos los trabajadores del área» un correo electrónico «contando el minuto y resultado de la pandemia, y eso creo que la gente lo agradecía mucho», hasta el punto de que «un día no lo pude mandar y se montó un follón tremendo». Cuando dejó el cargo, su sucesor tuvo que seguir haciéndolo.
Almuiña visitaba en persona los centros hospitalarios, «sin tanto bombo de cámaras y fotos», tan solo «para estar con los profesionales, animarlos y preguntarles qué necesitaban». A él también le pasó factura la gestión de la pandemia. Después de las elecciones de julio de 2020, le dijo a Feijóo que «ya que empezaba un nuevo periodo, era mejor buscar una alternativa». «Para Sanidade se necesita una persona al 150%, porque el 100% no llega», y menos en mitad de una pandemia. Su sustituto sería García Comesaña.



Pese a todo hubo momentos malos, difíciles. El político los atravesó preocupado porque los sanitarios que dependían de él no se contagiaran, como sí sucedía en otros territorios. Los profesionales, con la angustia de si el material sería suficiente. «Los primeros días, los médicos de mi servicio tenían la mascarilla FPP2 en un sobre, la utilizaban cuando iban a ver a los pacientes, y luego la volvían a guardar en el sobre. Y se ponían una quirúrgica para estar por el servicio», revela Vázquez Lima, «luego sí entró stock, pero inicialmente no había».
Fariña recuerda el caso de las 'mascarillas fake' de algunos proveedores desaprensivos, que provocó «muchos contagios» en su hospital. Rascado matiza que si bien en los primeros días «la cosa fue complicada», en su unidad «no tuvimos problemas de equipación». «No estuvimos como en otras Comunidades», aclara. Almuiña y Comesaña coinciden en que el servicio de compras del Sergas funcionó, así como el centro logístico de Negreira, que atendía directamente las necesidades de hospitales y centros de salud. Adquirir materiales se volvió una proeza, en la que «Inditex fue un aliado muy importante», subraya Almuiña. Los mercados se convirtieron en una subasta al mejor postor. Un pedido de 200 respiradores chinos ya pagados fue paralizado el mismo día de su envío para revenderse a Gran Bretaña. «Tuvimos que esperar un mes para que nos llegaran».
Menos aplausos
Ocho de la tarde, y España entera salía a los balcones y terrazas a cantar al Dúo Dinámico y a aplaudir a los profesionales sanitarios. «Me pareció bien, era algo espontáneo, nos ayudaba un poco», admite Fariña. Pero lo que «al principio reconfortaba», fue torciéndose con el paso de las semanas «y tuvimos episodios de gente sublevándose, porque veían injusto que nosotros tuviésemos protección o vacunas y ellos no», cuenta Ángeles Mera, «menos aplausos y que empatizasen más».
«A mí me reconforta que reconozcamos que tenemos un buen sistema sanitario y se apoye a los sanitarios», reclama Vázquez Lima, «pero no que un día hagas una manifestación maravillosa de aplausos y al cabo de veinte días estés criticando porque te tienen encerrado en casa. No éramos héroes de nada, hacías tu trabajo lo mejor posible, y nada más; el aplauso habría que dárselo a la población que estuvo cuatro meses encerrada en un piso de sesenta metros con dos o tres hijos, la pareja y los abuelos, las 24 horas del día».

«No éramos héroes de nada, hacías tu trabajo lo mejor posible, y nada más»
Manuel Vázquez Lima
Coordinador de Urgencias del Hospital do Salnés
La pandemia dejó enseñanzas en todos. «Lo más importante es darnos cuenta de lo valioso que es todo, y disfrutar de cada pequeña cosa que tenemos, porque todo puede cambiar en un momento», reflexiona Chus Domínguez. «Aprendimos que somos finitos y vulnerables», escoge Vázquez Lima, «los países desarrollados pensábamos que éramos intocables, y probablemente fue una cura de humildad». Para Ángeles Mera, con una lectura más sanitaria, aquello sirvió para visualizar que «todos en el sistema sanitario somos muy importantes, del primer médico al último enfermero o auxiliar».
La última es de Pedro Rascado: «Los recursos humanos son los que salvaron la pandemia; podemos tener muchos respiradores, que sin médicos, enfermeras, auxiliares o demás personal que sea capaz de atender al paciente, ese respirador no sirve de nada; y la sanidad pública es fundamental para eso». A ver si nos enteramos.
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