Pescanova: el triste final de una huida a ningún sitio

Todo funcionó ordenadamente mientras Caixa Galicia y Caixanova fueron accionistas de la multinacional, en aquellos años noventa de vino y rosas. Las cajas del norte y del sur llegaron a ostentar casi un 30% de las acciones de Pescanova. La relación con la entidad coruñesa era de tal afinidad que Fernández de Sousa llegó a representar a Caixa Galicia en el consejo de administración de Unión Fenosa entre 2002 y 2005. Yago Méndez Pascual, hacía lo propio en el de Pescanova, como rostro de la corporación que aglutinaba las participaciones industriales de la caja que dirigía su padre, José Luis Méndez.

En este escenario de estrechas relaciones, la financiación ofrecía generosas condiciones para atajar uno de los habituales problemas de Pescanova: la deuda a corto plazo. La necesidad de liquidez para afrontarla se convertía en un problema crónico, sobre todo a partir de la apuesta por la acuicultura. Como recoge la sentencia en sus hechos probados, la matriz invirtió 833 millones de euros entre 2007 y 2013 en este campo, con la ambición de convertirse en un gigante industrial a nivel internacional. Salmón, rodaballo y langostino criado y engordado en granjas con las que dar un salto cualitativo y cuantitativo.

Pero algo falló. «Algunos de esos proyectos sufrieron determinados problemas que impidieron que las inversiones empezaran a generar flujos de caja positivos», recoge la sentencia. Solo en la planta de Mira (Portugal), –proyecto firmado en Lisboa por Fernández de Sousa con un ministro del gobierno socialista de José Socrates– se enterraron 140 millones. Cuando en 2009 se inauguró, con el primer ministro luso presente, el patrón de Pescanova vaticinaba 7.000 toneladas a finales de ese mismo año saliendo de la piscifactoría. Nunca fue así. Un problema técnico se llevó por delante los peces. La planta, dentro de su filial Acuinova, fue vendida en 2017 por la banca acreedora portuguesa.

Incluso en los proyectos de acuicultura que sí tenían una expectativa más sólida de éxito era necesario «respetar el ciclo biológico de las crías, que en algunos casos, era superior a los dos años»; o bien «los precios finales tampoco eran los esperados« mientras que los gastos de mantenimiento eran muy elevados. Esto, sumado a que alguna de las sociedades filiales »carecieran de caja suficiente para hacer frente a la devolución de la inversión« que les transfería la matriz, empezó a apretar la soga.

Fernández de Sousa ya no tenía a aquella Xunta de Manuel Fraga que tantas veces salió a su rescate. En 1994 el gobierno gallego había aprobado un contrato programa para inyectar 8.000 millones de pesetas en Pescanova, junto con otros 2.000 millones en obligaciones a través de una sociedad de capital riesgo, financiando además una parte de los intereses crediticios que tuviera contraídos. La maniobra buscaba reforzar a la compañía ante el interés de la multinacional holandesa Unilever. Don Manuel había sido un estrecho amigo de José Fernández, el fundador, y lo fue también de su hijo. Cómo no serlo, con Pescanova convertida en una compañía que surcaba todos los continentes y se dirigía desde la vieja sede de Chapela, a las afueras de Vigo. Era 'marca Galicia'.

Estamos en 2012. La Xunta de Alberto Núñez Feijóo atraviesa lo más crudo de la crisis, con presupuestos de trinchera. No hay oxígeno para Pescanova. Tampoco en los bancos. Las dos cajas gallegas se fusionaron en Novacaixa Galicia, posteriormente NCG Banco, que en el verano de 2011 vendió sus participaciones en Pescanova para aligerar el agujero dejado por la gestión de los otrora 'todopoderosos' José Luis Méndez y Julio Fernández Gayoso. La obra de uno y otro acabó necesitando 8.600 millones de euros públicos para el rescate de la entidad. Ya no hay banca amiga. Había que recurrir a otros mecanismos.

La sentencia sitúa ligeramente antes el inicio de la ingeniería contable en Pescanova para obtener liquidez. «Se creaban facturas que, en realidad, no guardaban correspondencia con operaciones comerciales reales, para después negociar con dichos documentos en las correspondientes entidades bancarias«, vía descuentos o cediendo esos créditos a las entidades. La matriz vendía pescado a las filiales –o hacía que vendía– a un precio muy superior al del mercado y con esas facturas los bancos prestaban.

La Audiencia Nacional vio aquí un delito de falsificación de documento mercantil y una estafa agravada a los bancos; el Supremo fue más clemente con Fernández de Sousa, y consideró que eran una suerte de 'letras de favor', por las que Pescanova siempre fue respondiendo, y que generaba un notable beneficio para las propias entidades prestadoras. Pero de estas operaciones solo saben el presidente y su núcleo más próximo. No hay rastro de ella en la contabilidad oficial de una compañía que presenta beneficios, cotiza en bolsa y capta inversores.

Todo se tuerce el 25 de febrero de 2013. Fernández de Sousa convoca en Madrid a varios de sus consejeros para, antes de presentar las cuentas del año anterior, comunicarles que en marzo hay que hacer frente a una cuota de 50 millones de un préstamo sindicado de 150 millones, y que la situación económica se ha tensado tras no venderse una planta de salmón en Chile. Pide a José Antonio Pérez Nievas (Iberfomento), Alfonso Paz Andrade, José Carceller (Damm) y François Tesch (Luxempart) que hagan como él y presten a la empresa fondos para superar el bache. Ninguno lo hace. Tampoco le firman las cuentas de 2012. A Pescanova no le queda más remedio que notificarlo a la CNMV el día 28. Es el principio del fin. El 1 de marzo solicita preconcurso de acreedores.

Al castillo de naipes le empiezan a caer las cartas, una tras otra. Pero antes del derrumbe total, ese mismo primero de marzo, Fernández de Sousa transfiere desde Pescanova a una cuenta compartida con su mujer 6 millones de euros de los que le había prestado a su compañía días antes, cuando pensaba que era posible salvarla. El dinero acabará en «dos cuentas bancarias en Portugal», donde Rosario Andrade a su vez lo pretendía transferir a otra cuenta abierta en Hong Kong.

«Su intención no era ocultar patrimonio a los inversores de Pescanova, sino poder utilizar su patrimonio a la vista de los inconvenientes derivados de la situación económica de la sociedad», reconoció el propio Fernández de Sousa, según la sentencia judicial. Alzamiento de bienes de manual, y por ella el Supremo le ha confirmado año y medio de cárcel, y seis meses para su mujer, además de consignar estos fondos para resarcir a los damnificados por su gestión de Pescanova.

El 15 de abril la compañía presenta la solicitud de declaración de concurso voluntario de acreedores ante el Juzgado de lo Mercantil nº1 de Pontevedra. Al día siguiente Fernández de Sousa reconoce que entre diciembre y febrero había estado vendiendo acciones de la sociedad. Cuando en julio de 2013 se conocen los primeros detalles de la auditoría forense de KPMG, las dimensiones del problema tomaron forma real.

En sus últimos balances públicos la compañía arrojó una deuda financiera de 1.034 millones de euros, un patrimonio positivo de 653 millones y un resultado en el ejercicio de 36,6 millones de euros a su favor. Todo falso. La deuda era tres veces superior, arrastraba un patrimonio negativo de casi 1.500 millones de euros y el resultado real era de casi 800 millones de euros en pérdidas. Las cuentas llevaban la firma de BDO Auditores, condenado por la Audiencia Nacional pero amnistiado por el Supremo. De tener responsabilidades no son penales, dice el Tribunal. Quizás sí civiles.

El 29 de abril, Fernández de Sousa reconoce que sus datos contables no se corresponden con la realidad, y que su deuda ronda los 3.000 millones de euros. Las cifras definitivas hablarán de 3.600 millones, la mayor quiebra en una empresa española, descontando las vinculadas al ladrillo. Algunos accionistas como el Royal Bank of Scotland venden sus participaciones tan pronto pueden; otros, como Damm o Luxempart, se querellarán contra el presidente.

El maquillaje contable se prolongó en los ejercicios 2010, 2011 y 2012, año este en el que Pescanova acometió una ampliación de capital, y precisamente uno de sus atractivos era su solvencia y buena salud financiera. Por el falseamiento de las cuentas anuales, el Supremo le rebajó la condena a Fernández de Sousa de seis a cuatro años y medio de prisión. Seis en total, si se añade la pena por el alzamiento de bienes. La Fiscalía pedía 28 en su escrito de acusación.

Cambio de metáfora: del castillo de naipes a las fichas de dominó. Una tras otra van entrando en concurso de acreedores las filiales: Chile, Brasil, Argentina, Acuinova... El 17 de julio de 2013, Manuel Fernández de Sousa-Faro dimite como presidente de Pescanova, la empresa fundada por su padre y con la que soñó surcar los mares empresariales de uno a otro confín. La grandeza que no llegó, la miseria que le aguardaba en el banquillo de la Audiencia Nacional en diciembre de 2019. El juicio se vio suspendido por la pandemia. La primera sentencia no llegó hasta octubre del año siguiente. Ahora la casación del Supremo.

Se acuerdan de él los accionistas que un día creyeron en su gestión y apostaron su dinero, ese que solo van a recuperar en una proporción ínfima, porque al absolver el Supremo a BDO Auditores, la capacidad patrimonial de los condenados es realmente limitada para asumir las indemnizaciones. «Yo soy el mayor perjudicado, lo he perdido todo«, se quejaba amargamente Fernández de Sousa durante el juicio en diciembre de 2019, que pese a todo se felicitaba por el mantenimiento de la actividad de la compañía. «No lo habremos hecho tan mal».

En todo este tiempo, Pescanova se ha añadido el prefijo 'Nueva' para abrir un cortafuegos con el oprobio de la pasada gestión mendaz. Primero quedó en manos de la banca acreedora, que capitalizó sus créditos para copar su accionariado, con el consiguiente perjuicio de los pequeños inversores. Quien mostró auténtico interés fue Abanca, que posee el 90% de sus participaciones. Hoy la compañía vuelve a ser rentable, y mantiene su prestigio como marca en los mercados de alimentación. Nadie mira atrás. Tampoco nadie pregunta por el hijo del fundador, aquel que quiso ser y no fue.