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«La pasión por el Titanic no justifica un viaje así»
la leyenda va a más
Uno de los mayores amantes del transatlántico hundido en 1912, y presidente de su fundación, habla sin tapujos de los riesgos de esta aventura: «El piloto no estaba contento»
El negocio del Titanic, un mito inagotable
Galicia
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Iniciar sesiónEl Titanic descansa en el lecho marino desde la madrugada del 15 de abril de 1912, pero su leyenda no ha dejado de crecer. El último capítulo en la historia del transatlántico maldito lo escribió una suerte de batiscafo de apenas 7 metros de ... eslora que implosionó a pocos metros de los restos del barco más famoso del mundo, con cinco personas a bordo. Para el presidente de la Fundación Titanic, el gallego Jesús Ferreiro, la pasión por este capítulo de la historia no justifica correr un riesgo semejante. Tiene claro, asegura, que el motivo de la expedición a bordo del Titan «fue la pasión por el barco, no tuvo nada que ver con la adrenalina». «Está claro que los tripulantes querían hacerse una foto delante del pecio, y presumir ante sus amigos millonarios, pero yo creo que influyó mucho también la atracción por el Titanic y por lo que representa, aunque siendo un amante de este barco para mí es incomprensible un viaje así» reflexiona Ferreiro. «Hay que tener —retoma— 250.000 dólares, y querer gastarlos ahí, pero hay gente que lo hace hasta el punto de que había ya otros viajes organizados que han tenido que ser suspendidos después del accidente».
Yendo al detalle de lo ocurrido, este amante de la navegación no pasa por alto que el casco del Titán tenía solo 12 centímetros de grosor cuando lo mínimo exigible para descender a esa profundidad «con seguridad» hubieran sido, remarca, «17 centímetros». Sobre los riesgos que entrañaba la aventura, no esconde que la bisnieta de uno de los pasajeros franceses «muy amiga de la esposa del piloto del Titan» comentó que él no estaba muy convencido de realizar el viaje. «No estaba contento» matiza.
Ferreiro, vasto conocedor de la historia del Titanic, recuerda que los restos de este transatlántico —paradójicamente descrito como el 'insumergible'— se localizaron en 1986, y a partir de ahí «se han hecho numerosas expediciones técnicas, muchas de ellas para recuperar los objetos que estaban en el campo de restos». La primera vez que un vehículo tripulado descendió hasta el pecio, depositado a 3.700 metros de profundidad, fue un año después de su descubrimiento. Tres personas bajaron en una nave de inmersión profunda denominada Alvin. Sin embargo —y oscarizada película mediante— la visita al esqueleto submarino más famoso de la historia no se explotó turísticamente «hasta hace unos cuatro años», cuando se iniciaron inmersiones como la del Titan, pese a la oposición de muchos expertos que alertaron de los peligros de este tipo de inmersiones no profesionales.
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El negocio del Titanic, un mito inagotable
Helena Cortés
El entusiasmo de Ferreiro, natural de Corme (La Coruña), por el Titanic, nació cuando hacía un programa dedicado al mundo de la mar «en el que cada 15 de abril conectábamos con un superviviente del naufragio y sobre todo con Millvina Dean, la última de las supervivientes con la que tuve el honor de celebrar sus tres últimos cumpleaños. Y de ahí empiezas a hablar, a interesarte más y te nace esa vocación», asegura. De esas conversaciones en las que poco a poco fue desentrañando decenas de historias que se entrecruzaron en aguas del Atlántico, Ferreiro creó una Fundación de la que personalidades como Barak Obama, François Hollande o Rafael Nadal son patronos de honor. Su misión es rescatar del olvido un hundimiento que, insiste, va más allá de lo vivido aquella madrugada a a unos 600 kilómetros al sur de Terranova. Con el accidente del Titan presente, el experto no duda de que este capítulo pasará a engrosar un relato épico que aún no ha escrito sus últimas líneas. «Cuando se hable del Titanic, de forma restrospectiva, siempre se hablará del Titan y de la pérdida de cinco vidas humanas en él» incide.
Historias desempolvadas
A él lo siguen estremeciendo, relata, historias como la de los tripulantes más humildes, los que apenas veían la luz porque estaba en las carboneras, que murieron porque quisieron que el barco tuviese energía y luz para transmitir los SOS, y que continuaron echando carbón a las calderas aún cuando todo estaba ya inundado. «A mí me impresiona mucho, al igual que la ya conocida historia de los músicos», comenta. Ferreiro desempolva también la viviencia de Eleanor Elkins, una pasajera de primera clase que viajaba con su marido, su hijo y tres doncellas. «Regresaban de París a Boston y cuando saltó al bote salvavidas iba con su hijo Harry, de 16 años, al que no dejaron embarcar. Ella suplicó de rodillas, diciendo que no sabía nadar, pero el oficial le dijo que le pondrían un salvavidas». El hijo y el padre murieron y ella, al llegar a Boston, donó a la universidad de Harvard su biblioteca, una de las más grandes del mundo. Lo hizo con una condición, que a la entrada de la biblioteca pusiese un letrero que dijese «Jóvenes, antes de aprender a leer, aprendan a nadar» porque ella siempre tuvo en la cabeza que su hijo murió por no saber nadar cuando en realidad falleció de hipotermia. Además, uno de los músicos más jóvenes le dio a ella su alianza y un pañuelo, y le pidió que se lo entregase a su esposa y a su futuro hijo porque él tenía que quedarse allí «tocando para hacer menos dramática la muerte que le esperaba a muchas personas».
Sobre el renovado interés por los restos del trasatlántico, el experto calcula que son «una veintena de locos que tienen mucho dinero» los que han bajado al barco en los últimos años. Un riesgo que no justifica, insiste, «ni la pasión por el Titanic ni por un cuadro de Dalí». «Los riesgos hay que medirlos mucho» y en este caso, denuncia, «no se hizo en absoluto».
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