Un caso fuera de quicio

Como no hay costura por donde no se cuele el piojo de la política, los curas hablan de cristianofobia y los munícipes de 'bngfobia', pues resulta que, casualmente, los alborotos festeros son competencia del clan nacionalista del gobierno local.

O sea, desmelenados los unos y desmelenados los otros. Y pillada en medio, la señora alcaldesa, siempre escrupulosamente institucional y correcta, como cuando estudiaba en las monjitas ribadenses del Sagrado Corazón.

Quizá estemos, como otras tantas veces, ante un caso de hipersensibilidad epidérmica: los curas, porque consideran que la catedral y su entorno han de quedar a salvo de contaminaciones poco respetuosas con la Ley del Patrimonio, la urbanidad y hasta el buen gusto musical, y los del Bloque porque creen que la jerarquía eclesiástica les quiere pasar factura por la ofensa que le infieren con su absentismo en procesiones y otras solemnidades confesionales.

Hay quien ve en estas desavenencias la confirmación de que, en efecto, no hay peor cuña que la de la misma madera, pues es bien cierto que los nacionalismos no son otra cosa que unos catecismos sacramentales y dogmáticos. Estaríamos pues ante una guerra de religión. Pero tranquilos: ni habrá una nueva matanza de San Bartolomé ni será necesario redactar una versión lucense del Tratado de Westfalia.

Conociendo la casta política y presbiteral de unos y otros contendientes está claro que, afortunadamente, no llegará la sangre al Miño. Rebajemos, pues, la calificación del conflicto y situémoslo en su verdadera dimensión: una tormenta en un vaso de agua.