Obituario

Paula Alvarellos

Decidió dedicarse a los lucenses en jornada de veinticuatro horas

Morir en acto de servicio es un privilegio reservado a muy pocos políticos. Antes, en los tiempos del terror anarquista, podían descerrajarle dos tiros al presidente del Gobierno cuando su berlina atravesaba la calle del Turco, o tronarlo con pólvora compuesta desde una motocicleta, o ... agujerearle la cabeza ante el escaparate de una librería. Pero desde que el terrorismo vasco ocupa escaños, la munición de la discrepancia es meramente dialéctica. A mayores, resulta que los políticos actuales suelen estar protegidos por una doble coraza de agentes profesionales y pelotas ocasionales. Ese no era el caso de Paula Alvarellos, la alcaldesa de Lugo, y por ello tuvo que morir abatida por ese homicida que todos llevamos dentro, súbito y silencioso, a la izquierda del esternón; esa descarga fulminante que hace diana en el corazón y que ni siquiera tiene la gallardía de avisarnos de que viene a por nosotros.

Paula Alvarellos llegó a la Alcaldía de Lugo en razón de sustitución forzada y sin más aspiraciones que trabajar por la ciudad que la había acogido hace ya muchos años y que ella había elegido para formar su familia. Colgó la toga, cambió el Código Civil por la Ley de Bases del Régimen Local, ocupó su despacho en la casa consistorial y decidió dedicarse a los lucenses en jornada de veinticuatro horas, o sea, esa disponibilidad total que los imbéciles llaman 24 por 7. Tal vez fue eso lo que apretó el gatillo.

A diferencia de tantos logreros como hoy trampean en la política, al asalto y para asegurarse el porvenir, Paula Alvarellos tuvo la decencia y la generosidad de renunciar a una vida cómoda y holgada, bastante más confortable que la que acarrea dirigir un Concello urgido de problemas y sobrado de ingratitudes. A veces, enfrentarse a contrincantes obstruccionistas y a socios fanáticos exige tener un corazón de acero. El de la alcaldesa era, simplemente, el corazón de un ser humano. Un corazón que, minutos antes de que el Carnaval alzase el telón, dijo las palabras que ponen fin a la ruleta de la vida: «No va más». Ahora, quien vaya a sustituirla tendrá que demostrar que en la política honesta obras son amores y no exaltaciones. Si puede y sabe, que lo haga al menos como Paula Alvarellos.

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