El garabato del torreón
Allá lejos, Carmiña
Demasiado exigente, demasiado inteligente y demasiado ingeniosa
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Iniciar sesiónLo que la presuntuosa Simone de Beauvoir pensaba de sí misma (aunque se lo adjudicase a otras) lo aplicaba yo a Carmen (Carmiña) Martín Gaite: demasiado exigente, demasiado inteligente y demasiado ingeniosa. Con ella, el adjetivo indefinido se convertía en el perfil exacto de su ... retrato. Lo indefinido la definía. Este año cumpliría un siglo y yo la vuelvo a ver, como una evocación remota, sentada en el café, esperando a su hija Marta, que era por entonces novia de un hijo de Carlos Castilla del Pino, también de nombre Carlos. Ya no queda nadie. Hago memoria de aquel tiempo y me echo a temblar. Los chicos de Haro Tecglen, Aníbal Núñez, Antonio Valente… ¿Fue el sida, fue la heroína o fuimos todos, jóvenes y viejos, carcas y progres, beatles y rollings? Nunca lo sabremos.
Si bien nacida en Salamanca, donde su padre era notario (y gran lector, por cierto) en Carmiña pesaba mucho Galicia, la patria de su madre, y en la casa familiar de San Lourenzo de Piñor –tierras de O Carballiño, tan caras a doña Emilia– están soñadas y escritas muchas páginas de su obra; ahí quedan, para demostrarlo, Retahilas y, sobre todo, los relatos de Las ataduras.
Guardo entre los mejores tesoros de la memoria algunas tardes con Carmiña en el Madrid del declinante franquismo. Era reciente el divorcio con Sánchez Ferlosio. Carmiña trabajada en una de esas inabarcables enciclopedias universales que cuentan sus méritos por tomos. Allí tenía despacho de mando intermedio. Gracias a ella gané cuatro perras. Lo celebramos comiendo lentejas.
Carmiña tenía una única hermana, Ana, un poco mayor que ella y tan inteligente como ella. La gran amiga de Ana era lucense, Pilichi, hija de Manuel Taboada Salgado –magnífica planta de caballero– a quien recordamos como secretario de la delegación de Educación. Echo la vista atrás y nos veo a Ana Martín Gaite y a mí en un concierto de Ars Musicae, el coro que dirigía Margarita Guerra.
Pido perdón al lector, si alguno tengo: las digresiones personales nunca deben trasladarse al papel. Pero Carmiña solía decir que escribir era otro modo de conversar. Disculpen, pues.
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