el juicio del alvia

Los maquinistas señalan a los jefes de seguridad por el accidente: «Tenían que haber visto el riesgo»

El jefe de los conductores envió un correo alertando de la peligrosidad del tramo año y medio antes del descarrilamiento que costó la vida a 80 viajeros

En la sesión anterior, algunos testigos apuntaron que en los corrillos de los trabajadores ya se hablaba de la curva

El jefe de maquinistas José R. Iglesias Mazaira (izquierda), este jueves a su llegada al juicio del Alvia para declarar como testigo Miguel muñiz

Ya antes de aquella tarde del 24 de julio de 2003 en la que el tren descarriló a pocos kilómetros de la estación de Santiago de Compostela, cobrándose la vida de 80 viajeros y dejando más de 140 heridos, la supuesta peligrosidad de la ... curva de Angrois estaba en boca de quienes diariamente conducían por ella. En la sesión del juicio del miércoles, un maquinista y el vigilante de seguridad que viajaba en el tren accidentado confirmaron que el riesgo de ese tramo, en el que el convoy debía reducir de 200 a 80 km/h, era 'vox populi' entre el personal ferroviario: los maquinistas lo hablaban «en sus corrillos». Pero la jornada de este jueves ha corroborado que ese temor al viraje de Angrois había quedado también por escrito antes del siniestro.

José Ramón Iglesias Mazaira, formador de maquinistas y jefe de los de la demarcación gallega, era uno de los testigos más esperados de un juicio que está previsto que se alargue hasta el próximo mes de febrero. Y este jueves, durante su comparecencia, en las pantallas de la sala de vistas de la Cidade da Cultura se exhibió un correo electrónico por el que el testigo fue preguntado exhaustivamente. En ese escrito, que remitió el 26 de diciembre de 2011 a su jefe de cara a un reunión de seguimiento sobre una línea de alta velocidad que hacía solo dos semanas que había entrado en funcionamiento, Mazaira alertaba de la necesidad de implantar señales de velocidad para «facilitar el cumplimiento de las velocidades máximas». La de Angrois era una curva —decía en ese escrito— en la que los maquinistas debían reducir la marcha «de una forma brusca». Esa señal existía, pero bastante más adelante, en un punto en el que «de poco vale, puesto que de no haber reducido previamente la velocidad, nada se podrá hacer ya». Todo esto sucedió año y medio antes del siniestro.

«A criterio del maquinista»

Buena parte de su testifical pivotó sobre el correo. «No soy un experto en riesgos. Yo entiendo que los responsables de seguridad tenían que haber visto lo que yo vi como mero usuario de la infraestructura», reflexionó al hilo de una de las preguntas. E insistió en el riesgo de que en Angrois el control de la velocidad recayese solo «en el factor humano». «Quedaba todo a criterio del maquinista», añadió Mazaira. ¿Y cuál fue el recorrido de esa reclamación? No hubo una respuesta por escrito, pero sí de palabra. Un jefe de seguridad de circulación de Renfe justificó que esa propuesta no iba a trasladarse porque el sistema de entonces de la vía estaba «amparado normativamente». «La respuesta del 'amparado normativamente' me cerró todas las puertas, yo no podía hacer más», replicó Mazaira cuando una de las partes le cuestionó por qué no había elevado la queja a otras instancias. Después del accidente, Adif sí instaló las señales reclamadas y redujo el límite de velocidad de ese tramo.

Por el accidente de Santiago, la mayor tragedia ferroviaria de los últimos 80 años en España, se sientan dos acusados en el banquillo, que enfrentándose a una pena de hasta cuatro años de cárcel. Uno es el maquinista, Francisco Garzón, que trazó la curva a más del doble de la velocidad permitida mientras hablaba por teléfono con el interventor. Y el otro encausado es Andrés Cortabitarte, exjefe de seguridad de Adif, la empresa púbica responsable de la infraestructura ferroviaria. Y lo que se decidirá en este largo juicio será, a 'grosso modo', si el accidente fue responsabilidad del despiste de Garzón o de la supuesta falta de seguridad de la vía. O de ambas.

Una llamada «imprudente»

Otro de los ejes de la larga comparecencia de Mazaira fue esa llamada del interventor —que viajaba en el mismo tren— al maquinista para plantearle una cuestión de servicio pero que nada tenía de urgente: si al llegar a Pontedeume (La Coruña) —para lo que falta más de una hora— podía estacionar en una determinada vía para facilitar las maniobras a una familia. Una llamada que, además, se alargó durante un minuto y cuarenta segundos, mucho más de lo necesario.

Mazaira reconoció que el uso del móvil «distrae», aunque sea, como en este caso, el teléfono corporativo. El jefe de los maquinistas añadió que, bajo su punto de vista, «no era prudente la utilización del teléfono en ese momento», pero no estaba prohibido. Sobre este particular, la abogada del Estado, que defiende a Adif en la causa, le exhibió una guía de buenas prácticas para tratar de demostrar que la empresa pública alertaba del riesgo de utilizar el teléfono. Pero el jefe de los maquinistas matizó que ese documento era solo de «recomendaciones». En todo caso, añadió que él, en su trabajo como formador, siempre sugería un uso «comedido» del móvil.

Son muchas las cuestiones que han salido en el maratón de testificales de esta semana, pero lo que ha quedado claro estos días es que el riesgo de la curva de Angrois estaba en boca de los maquinistas mucho antes del accidente. Pero también inmediatamente después. En la llamada que hizo entonces al centro de seguridad, todavía desde la cabina y con las costillas rotas, Garzón aseguró a su interlocutor: «Yo ya le dije al de seguridad que eso era peligroso, que un día nos íbamos a despistar y nos la íbamos a tragar». Este jueves, un vecino de Angrois que socorrió al maquinista tras el accidente, relató lo que este le había dicho mientras lo llevaba abrazado hacia el punto donde estaban las ambulancias y los sanitarios: «Que se quería morir, que si cogía al de seguridad lo mataba».

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