LA GARITA DE HERBEIRA
Halloween como síntoma
Cabe rastrear en el Halloween norteamericano una tradición cética gala deformada, el samaín
ALFONSO DE LA VEGA
DECÍA René Guenon que lo que mejor caracterizaba a la sociedad occidental era su pérdida del sentido de la metafísica. Aquí, en Galicia y en España, para la culturilla progre, si no la pérdida, al menos la copia de novedosas tradiciones ajenas, sobre todo si ... proceden de los, para otras cosas, malvados EEUU en sustitución de las viejas europeas.
A diferencia de las antiguas tradiciones cíclicas relacionadas con el año solar, desde la Ilustración nos hemos acostumbrado a un sentido lineal del tiempo. Al goethiano conflicto fáustico, o el mito del progreso indefinido de la Humanidad. Pero las fiestas del uno de noviembre tuvieron su interpretación griega y luego romana. Participaban de cierto carácter sagrado común. En Grecia, al comienzo del Pyanepsion se celebraban las Noemenias o fiestas de la Luna nueva consagradas a Hécate, mientras se preparaban las Thesmoforias de los Misterios eleusinos. Una de las más importantes instituciones sagradas de la antigüedad, que representaban un profundo conocimiento del alma. El Cristianismo recalificó muchas de las fiestas y celebraciones del paganismo, cristianizando su elevada concepción metafísica acerca del alma.
Pero si decíamos que lo progre, a falta de conocimiento de sus raíces metafísicas y culturales, copia multiculturalmente lo primero que implique negocio, no seríamos del todo justos si no tuviéramos en cuenta cierta relación del Halloween americano con viejas tradiciones celtas. Y es que aunque lo de los celtas es recurso mitificador muy socorrido para los patrocinadores del hecho diferencial, la verdad es que cabe rastrear en el Halloween norteamericano una tradición cética gala deformada, el samaín.
Los antiguos druidas montaban dos manifestaciones anuales: la del muérdago del año nuevo, donde el gran sacerdote druida después de recortarlo del tronco de un quercus ofrecía un sacrificio de pan y vino que más tarde distribuía entre los asistentes; y la otra gran celebración, en otoño, de la renovación del fuego, una versión arqueológica de lo de Hacienda somos todos.
Para asegurar el pago del tributo anual a los druidas, los sacerdotes exigían que cada familia de su distrito apagara el fuego de su casa la última tarde de octubre y presentara en el templo el tributo anual para recibir el primer día de noviembre una parte del fuego sagrado que ardía sobre el altar, con el cual volvían a encenderle en sus casas. Si alguno faltaba quedaba excomulgado, como aquel amigos o vecino quien daba o permitía tomar fuego al delincuente.
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