Incendios forestales
Fin de un agosto negro: «Ahora nos queda lo duro, ver cómo no ha quedado nada»
Los fuegos que azotan Galicia comienzan a amainar, y las miras se fijan en la prevención de cara al futuro
La agricultura, la ganadería y el pastoreo, principales aliados para evitar el abandono de los montes
SANTIAGO
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Iniciar sesiónLas llamas comienzan a dar tregua, pero Galicia sigue encarando una de las olas de incendios más duras de su historia reciente, con Orense como epicentro de las cerca de 140.000 hectáreas que ardieron solo en agosto. Desde Larouco hasta Carballeda de Avia o ... A Mezquita, los alcaldes ponen voz a la calcinación forestal masiva de este año, con testimonios que reflejan la devastación, la resistencia vecinal y la urgencia de repensar la gestión del monte. El temor que comparten las zonas más afectadas es claro: que en el futuro vuelva a suceder.
En Larouco, el incendio ya controlado desde el jueves devastó cerca de 30.000 hectáreas. Es el recuento más alto jamás registrado en Galicia. Su alcaldesa, Patricia Lamela, describía hace unos días a ABC un paisaje desolador: «No nos queda nada por arder, el resto está arrasado. Ningún cortafuegos resistió, menos uno. Aquí no hubo nada normal. El fuego tuvo un comportamiento devastador, hacía remolinos, yo en mi vida vi eso». La regidora, que en su juventud fue brigadista, reconoce que nunca había sido testigo de un incendio tan virulento. «Ahora toca lo duro. Y lo duro es ver cómo no nos quedó nada», lamenta.
En Carballeda de Avia, donde el fuego calcinó más de 5.000 hectáreas, el alcalde Luis Milia admite que la pesadilla revive los recuerdos de 2017, cuando el municipio perdió el 70% de su superficie y falleció una persona. «El domingo por la tarde el fuego rodeaba a diez pueblos. Había mucha angustia porque recordábamos lo que pasó hace ocho años», relata.
Esta vez, la rápida movilización vecinal fue clave mientras llegaban los refuerzos: «La gente se portó como campeones. Los jóvenes hicieron un grupo de WhatsApp para avisar de focos incipientes y, cogidos al principio, muchos se pudieron apagar». Milia destaca la efectividad de un cortafuegos con cabras impulsado por Medio Rural tras los sucedido hace ocho años: «Se valló un perímetro con alambrada y metimos cabras para que fuesen comiendo (la maleza). Entonces, esta vez el fuego se quedó en esa zona. Es decir, que el cortafuegos que se hizo fue 100% efectivo. Eso evitó lo que pasó en el 2017».
El regidor advierte, no obstante, que el problema de fondo sigue siendo la falta de ordenación del terreno forestal: «Hace décadas el monte era un banco para los vecinos: lo limpiaban porque lo necesitaban. Hoy está abandonado». Precisamente de cara a rehabilitar estos terrenos, el alcalde señala una iniciativa pública en la que ya trabajan para crear huertas ecológicas, de manera que se garanticen para ellos limpiezas periódicas.
Por desgracia, el daño ya está hecho y, en buena medida, es irreparable. En A Mezquita, donde el incendio arrasó unas 10.000 hectáreas, el alcalde Rafael Pérez subraya el drama que afrontan los ganaderos: «Lo peor es para la gente que vive en el monte, que tiene ovejas o vacas y ha perdido el terreno donde pastan. ¿Dónde lo mandan si está quemado? El ganado necesita moverse y ahora el monte ya no está».
Recuperar entornos
Juan Picos, profesor de Ingeniería Forestal de la Universidade de Vigo, advierte en una entrevista ofrecida a Ep que la clave está en «intervenir» y «prevenir» con una vegetación «más verde, más sana y discontinua». «No puede ser que desde Maceda hasta Chandrexa de Queixa haya toda una autopista de matorral sin una discontinuidad que ayude a controlar un incendio», incide.
Barajando propuestas, Picos subraya la agricultura, la ganadería y el pastoreo como aliados de la prevención, junto a quemas controladas de baja intensidad en invierno que para combustible antes de que lleguen los veranos críticos. «Lo que los investigadores llaman pastorear el fuego», resume. El experto atribuye la virulencia de esta ola a una combinación de factores. Por un lado, la abundancia de biomasa y las temperaturas sin precedentes entre el 1 y el 20 de agosto, según la Aemet. «La vegetación son los ingredientes, pero el cambio climático los cocina y los prepara para el incendio», explica. Y, por otro, el comportamiento «extremo» de los fuegos: con los «remolinos» que citaba la alcaldesa de Larouco, su propagación acelerada y su intensidades imposibles de atacar con medios convencionales. «Estos incendios han sobrepasado la capacidad de enfrentarnos a ellos con seguridad», advierte.
Muy en sintonía con lo que opinan los alcaldes, Picos subraya que ahora no basta con «cerrar la carpeta» y pasar página, sino que es necesario evaluar los efectos en cada zona y actuar en función del daño. Algunas áreas podrán regenerarse de forma natural, pero en otras hará falta intervenir para evitar problemas de arrastre de ceniza y suelo con las primeras lluvias. Para ello, ya se están realizando evaluaciones con el objetivo de identificar las zonas más afectadas y aplicar medidas estabilizadoras, como el uso de paja, astilla o troncos cruzados que frenen la erosión.
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