Antonio Salas Ellacuriaga: «Con la música, los genes se expresan en dirección correctora a la enfermedad»
No cree que el estímulo musical «pueda curar» enfermedades como la demencia o el Alzheimer pero sí producir «mejoras» en «capacidades cognitivas, comunicación verbal o actividad motora»
Santiago
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Iniciar sesiónEs uno de los padres del proyecto Sensogenoma, que estudia la reacción de nuestros genes al estímulo musical. Desde el Instituto de Investigaciones Sanitarias (IDIS) del hospital clínico de Santiago de Compostela, el equipo que lideran Antonio Salas y Federico Martinón lleva varios ... años tomando muestras de personas sanas y pacientes con distintas patologías antes y después de un concierto sinfónico de la Real Filharmonía de Galicia. Y sí, «la hipótesis era cierta»: nuestro cuerpo reacciona. La ciencia empieza a constatarlo.
—¿A qué responde el programa Sensogenoma?
—Intentamos entender cómo una persona responde a un estímulo, pero no a través de electrodos o de los test específicos que se utilizan en psicología cognitiva, sino estudiando las moléculas de forma muy amplia. Estudiamos cómo se expresa ese ADN, y nos pareció que la música era un estímulo tremendamente poderoso. Cubrimos un nicho que estaba absolutamente vacío.
—¿Pero cómo surge la idea?
—Cuando desde la ciencia formulamos una hipótesis de trabajo, existe un fondo detrás. Esto no es una cuestión de fe. La idea es que cuando una persona se entristece, tiene ansiedad, se estresa o sonríe, detrás de todo eso hay moléculas. No quiero ser tan simplista como reducir todo a moléculas, el mundo es algo más. Pero desde el punto de vista de la biología, hay muchos neurotransmisores y moléculas que se están poniendo en funcionamiento cuando sucede la respuesta a un estímulo. Detrás de eso, necesariamente, debía haber genes que se expresaban. Toda esa información está codificada en nuestro ADN. Ahora somos capaces de capturarla y, efectivamente, ver que incluso estímulos tan cortos como una píldora musical de una hora son capaces de estimular una respuesta, unas emociones que se traducen en una expresión génica diferenciada. Es decir, los genes cambian antes y después de recibir el estímulo.
—¿Es diferente esa respuesta entre personas sanas y otras con diferentes patologías?
—Llevamos años estudiando pacientes con deterioro cognitivo. Este año pudimos empezar con pacientes con trastorno del espectro autista (TEA) y con daño cerebral. Vemos que los grupos responden de manera diferenciada, y que esa respuesta está muy relacionada con el tipo de daño o afectación que tienen. Analizando la manera en que responden los genes en pacientes con daño cerebral, vemos que hay rutas metabólicas relacionadas que se mueven. Hay una respuesta porque el cerebro se pone en marcha. La música es un estímulo tan poderoso que activa todas las áreas del cerebro, y a lo mejor despertar zonas que están latentes, apagadas o que incluso están desconectadas porque hay daño. Los genes que vemos que están alterados están relacionados con la enfermedad, y generalmente se expresan en una dirección contraria, correctora.
«Hay más genes, más cambio y tendencia a la corrección en deterioro cognitivo, TEA y Alzheimer»
Antonio Salas
Catedrático de Medicina e investigador sanitario
—¿Y lo ven en todas las patologías?
—Sí. Empieza a ser casi una norma de respuesta. Los pacientes responden mucho más que las personas que no tienen una patología diagnosticadas, responden con más genes diferencialmente expresados y con más intensidad. O sea, hay más genes, más cambio, y además ese cambio tiende a la corrección en deterioro cognitivo, Alzheimer y pacientes con TEA.
—¿Cuánto dura ese cambio?
—Esa es la pregunta del millón. Me atrevería a decir que son pruebas de concepto. Para que las evidencias que estamos obteniendo sean firmes van a tener que llegar otros, en cualquier parte del mundo, que diga que esto que observamos en Santiago es correcto o no. La ciencia está para ser cuestionada. Nosotros vemos resultados de estímulos muy pequeños. Pero intuitivamente me lleva a pensar que, si los prolongamos en el tiempo, esa respuesta va a ser más intensa y quizás perdure más. Para eso creamos el proyecto satélite de Euterpe ADN, con sesiones más intensas a lo largo del año, con distintos tipos de intervención: música, canto, tocar un instrumento. Recogeremos muestras al cabo de tres y seis meses después de que cesen los estímulos. Creo que algo va a perdurar. Yo lo que sé es que a una persona con Alzheimer, que no se acuerda del nombre de sus parientes, le pones unos casos y de repente se despierta de manera inmediata una memoria que estaba ahí apagada. ¿Qué está pasando? Si yo soy capaz de entender qué se enciende ahí, estudiando las moléculas, quizás eso me puede llegar a iluminar alguna ruta, alguna diana terapéutica o farmacológica que pudiera a lo mejor apoyarse en esas rutas que yo sé que se despiertan por el estímulo musical.
—Lo raro es que ninguna farmacéutica les ayude a investigar...
—No me des ideas, porque lo que necesitamos es financiación. A mí es que siempre me llamó la atención eso. Si tú eres capaz de emocionarte y asustarte, y de ponerte a llorar en cuestión de segundos, ¿cómo no vas a ser capaz de medir las moléculas que están detrás de todo eso? Los fármacos en psiquiatría son básicamente moléculas análogas de neurotransmisores que están funcionando continuamente en tu cabeza, que son las que se encargan de transmitir los mensajes en el cuerpo. Imagínate que en la respuesta a la música de pacientes de Alzheimer somos capaces de recuperar biomarcadores de respuesta y, además, identificar cuáles son específicos de distintas patologías. Imagínate que somos capaces de llevar el expertise que tenemos en biomedicina al mundo de la música, e identificar guías específicas de respuesta en distintos contextos, más genéricos o más específicos.
—¿Hablamos de cualquier música o tiene que ser clásica, como la que emplean en los conciertos con la Real Filharmonía?
—Es otra de las preguntas recurrentes. ¿Por qué no otro tipo de música? No hemos tenido tiempo, la verdad. Hay que intentar aislar cuando más sea posible el estímulo musical de otros que puedan producirse en ese mismo momento. Por lo menos, mantener un escenario que sea lo más controlado posible, y un auditorio con una orquesta sinfónica nos lo permite.
—El otro avance que anunciaron tiene que ver con la microbiota bucal.
—La microbiota está asociada a tejidos que no son estériles. Todo lo que sucede en la boca tiene un correlato en el cerebro, igual que la sangre. No somos tan ingenuos de pensar que las bacterias van a ser capaces de escuchar música. Lo que sí son es máquinas perfectamente diseñadas para responder al medio. Hay hipótesis de trabajo que vinculan la microbiota bucal y patógenos concretos con la causa directa de la demencia y el proceso neurodegenerativo. En concreto, un taxón que se llama porfiromonas, y las gingivales ocasionan unas enzimas proteolíticas que deterioran el tejido, la bacteria penetra, atravesar la barrera hematoencefálica y llegar al cerebro. Se nos ocurrió analizar si la música era capaz de alterar de alguna manera el ecosistema donde vive la microbiota y que eso llevara a cambios en ella. Y vimos que, de los cinco taxones que se expresan de manera diferencial antes y después del estímulo muisical, uno son las porfiromonas. En TEA, hay bacterias que producen el ácido propiónico, relacionado con el trastorno. Qué casualidad, la única bacteria que hemos visto alterada es aquella relacionada con la gestión de ese ácido. Es algo muy llamativo. ¿Por qué no pensar que quizás la música actúa de manera positiva en un ecosistema global? No sabemos el alcance de ese cambio en la microbiota, pero por ahora sabemos que cambia, que no es poco.
—¿Podríamos empezar poniendo música clásica en los hospitales?
—Eso, tienes que creerme, estaba en el ideario inicial, montar un aula de experimentación musical dentro del hospital clínico de Santiago. Pero hacen falta medios. La idea era llevarlo incluso a quirófanos. No hacer un experimento puntual, sino un trabajo, un proyecto de hospital, con unas cabinas 'super cool' donde los pacientes podían sentarse a relajarse, a escuchar música, a aislarse de un contexto en el que no se está por placer. Esa idea de humanizar el hospital estaba en nuestro 'brainstorming', pero por ahora no hemos conseguido nada, porque hace falta una proactividad por parte de las instituciones. No tenemos queja de la Consellería de Sanidad, que nos ayuda en todo esto desde el principio. Pero hace falta una financiación que es muy difícil de conseguir.
—¿Cómo se gestionan las expectativas con estos datos?
—La música no va a ser capaz de curar el Alzheimer, ni la demencia ni ninguna otra patología. Pero sí puede ayudar a gestionar determinadas cuestiones, como por ejemplo emociones. No podemos generar falsas expectativas, pero sí es fácil de demostrar que se mejoran capacidades cognitivas, la comunicación verbal o la actividad motora. Ojalá mucha gente se sume a este carro. Que no seamos los únicos. Ojalá que de aquí a cinco años, docenas o cientos de personas estén trabajando sobre esto mismo. Sensogenoma ya es una marca, significa algo, ya no es una apuesta de unos locos. Tenemos nueve trabajos publicados y cuatro que están en marcha. El camino andado es mucho, pero en términos comparativos con otras áreas es muy poquito, porque este área empezaba de cero.
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