Pazguato y fino
La alcaldesa de Santiago al fin se quita la careta
Que Sanmartín se inventara una excusa para no ir entra en el guión, ¿pero y lo de Besteiro?
En política, casi como en cualquier aspecto de la vida, se puede hacer de todo menos el ridículo. La frase marmórea de Tarradellas resonaba este lunes por la Plaza del Obradoiro y la posterior recepción en el Hostal de los Reyes Católicos. Las malas decisiones ... son como una foto que se queda ahí marcada en el imaginario colectivo, y después no hay manera de borrarla. La valoración del ridículo depende, en buena medida, del contexto y la trayectoria, de las expectativas que se tengan sobre los actores.
Porque habrá quien esté sorprendido de que la alcaldesa de Santiago, Goretti Sanmartín, se enmendara a sí misma y, tras anunciar que sí acudiría a la entrega de la Medalla de Oro de Galicia a la Princesa de Asturias a apenas treinta metros de su despacho oficial –no tenía ni que salir del Pazo de Raxoi–, cancelara su presencia y diera la espantada. Lo extraño es que hubiera acudido, sobre todo con la trayectoria que acredita una regidora que prefiere que los condecorados tengan carné de su organización.
La institucionalidad precisamente impone una serie de normas de comportamiento que está por encima de las convicciones individuales. Cuando se representa a una institución se actúa en nombre del conjunto de la sociedad, ya sea local, regional o nacional, y no solo del porcentaje concreto de ciudadanos que te hayan votado. Y en el caso de Sanmartín es aún más grave, ya que ella es el rostro de una minoría política perfectamente definida: el 23,5% de los compostelanos. Si le sumamos a sus dos subalternos de Compostela Aberta no llegan ni al 33%, es decir, un tercio del electorado. Ignorar que hay otro 66% de ciudadanos que merecen una representación institucional a la altura de la capital de Galicia es su error, su mayúsculo error.
Cuando llegó el primer 25 de Julio argumentó que no acudía a la Ofrenda al Apóstol porque era un acto religioso, y que prefería quedarse esperando en Raxoi a la posterior recepción oficial. Cruzar el Obradoiro se le hacía una caminata insufrible, debía ser. Actos religiosos no, pero actos institucionales tampoco. Aunque surge la duda de si ella en realidad quería ir pero desde el BNG no se lo permitieron, lo que cuestionaría su autonomía política.
No se le pedía ni siquiera que sonriera, tan solo que cumpliera con lo que implica el cargo de representación pública que ostenta. Lo cierto es que Sanmartín no acudió. Como tampoco lo hizo nadie de su gobierno local. Insisto: no es una sorpresa, pero sirve al fin para que a la alcaldesa de Santiago se le caiga esa careta de falsa moderación con la que quería convencer a la inmensa mayoría de vecinos que no la votaron, y que tiene que sufrir su gestión en virtud de los distintos cambalaches entre BNG y PSdeG en la provincia.
Que Sanmartín se inventara una excusa para no asistir y que hiciera lo propio Ana Pontón –este lunes en Orense denunciando la situación del hospital materno-infantil– entra dentro del guión previsible y esperable. Lo que es más difícil de entender es que no acudiera el líder del PSdeG, José Ramón Gómez Besteiro. Prefirió irse a Navantia (¿?), en una especie de contraprogramación, para hablar de los compromisos cumplidos del Gobierno de España con los astilleros ferrolanos. Y sin duda es una visita loable y un acto de propaganda para colocar los mensajes que considera oportunos, ¿pero el día era este lunes? ¿En serio?
Uno rehúye las fotos cuando son sonrojantes y pueden perseguirle en un futuro. Que le pregunten a Núñez Feijóo. ¿Pero qué tenía que perder Besteiro retratándose junto a la Princesa de Asturias, cuando además la flanqueaban dos representantes del Gobierno de España como la ministra Elma Sáiz y el delegado en Galicia Pedro Blanco? ¿Qué perjuicio político le habría provocado exhibir su sentido de la institucionalidad, sobre todo él, que en su día presidió un organismo como la Diputación de Lugo?
Así que la conclusión que cabe extraer es que a este PSdeG le cuesta distanciarse del BNG, que va a rebufo de lo que este nacionalismo rampante decide que se puede hacer o no en la oposición, ya sea Altri, la CRTVG, la mina de Touro o una medalla a la Heredera de la Corona. El PSOE de antes no era así, desde luego.
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