a contracorriente
Izquierda desubicada
NOS asombran estos días las durísimas palabras que la izquierda vierte a cuenta de la sentencia del Supremo sobre Baltasar Garzón. El tribunal ha defendido, en sentencia modélica y unánime, el derecho a la defensa, tan caro en teoría a la izquierda. Pero la izquierda que España sufre no es como las demás. Su ideología no se basa en afirmaciones sino en negaciones. No defiende la igualdad, sino la envidia. Por eso, frente a una derecha que ha aportado a Occidente alguna figura descollante (Balmes, Donoso, Ortega y, actualmente, Huerta de Soto) la única aportación de nuestra izquierda es la de la furia anarquista.
Ahora la vemos intentando vencer la guerra civil que perdieron hace 75 años. Y al decir «perdieron» falseo la historia. Pues ni siquiera la lucharon. Mientras las tropas subversivas avanzaban, las republicanas se entretenían en asesinar burgueses y curas; cuando estos dejaron de existir, empezaron a matarse entre ellos. En situaciones críticas, surgieron en otros países los Lenin y Trotsky, los Robespierre y Saint-Just. En España, la izquierda presume de un Manuel Azaña que, en medio de la guerra, se escondió en la presidencia para así escribir cómodamente sus memorias. No nos engañemos: la izquierda que sufre España no es equiparable, ni de lejos, a sus homólogos europeos. En Galicia, también sufrimos su degradación intelectual.
Aquí, incapaz de alzarse sobre las ruinas de su vieja ideología, se aferra a pueblos, lenguas, normalizaciones. Son ideas propias de la derecha reaccionaria pero que en España defienden las izquierdas. Y no quiero decir con ello que tengamos que volver a los tiempos del centralismo jacobino. Esos tiempos ya han pasado, y es tendencia general de la época la añoranza del terruño. Pero no tanto como para abrazar el nacionalismo más radical con el entusiasmo del converso. Cualquier persona sensata pensaría que el socialismo gallego ya se habría dado cuenta de ello.
Durante el bipartito, en lugar de defender sus ideas, se limitaron, al modo de la nueva derecha, a llevar bien las cuentas. Mientras lo hacían, permitían que sus minoritarios compañeros de gobierno forzaran un programa educativo y cultural propio del nacionalismo radical. En aquel momento, el entonces presidente Touriño hubiera podido enmendar al BNG y situarse en el centro del mapa político gallego, asegurándose por el camino el triunfo electoral. Sin embargo, su aquiescencia ante los excesos del Bloque le llevó a una derrota que le dejó estupefacto y mudo. Su partido sigue todavía hablando, pensando y protestando en nacionalista. Madrid. Santiago. Garzón. Nacionalismo. Son prismas de una misma realidad: una izquierda desubicada.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete