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la lupa

Blanco hundido, Rubalcaba quemado

Es improbable que el aspirante socialista a la presidencia mantenga hoy la defensa de su compañero de partido y de Gobierno

alfredo aycart

TOCADO desde que salieron a la luz las gravísimas acusaciones del empresario Dorribo, con el sugerente añadido de la cita en la gasolinera, el prestigio de José Blanco está irremediablemente hundido con la transcripción literal de sus conversaciones telefónicas ofrecida ayer por la extraordinaria periodista María Peral en «El mundo». Sólo la inaceptable dejación de su Gobierno y la afición de otros dirigentes de su partido a comportamientos similares —véase a Manuel «Mansiones» Vázquez— justifican que siga siendo ministro de Fomento y candidato por Lugo, para vergüenza de su provincia, y de los millones de escrupulosamente honrados votantes del PSOE.

A Guillerme Vázquez no le parece suficiente para solicitar su dimisión, evidenciando la amplitud de las tragaderas nacionalistas, convenientemente ampliadas en los múltiples bipartitos. Pero no parece que le quede otra salida a quien hasta hace muy poco reclamaba por cuestiones de infinita menor trascendencia la medicina que ahora se niega a aplicarse. La decencia y la higiene democrática exigirían un inmediato abandono. Que no lo vea el BNG es una muestra más del talante de una formación con indiscutibles raíces autoritarias.

Sí lo ve el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, que ya ha dejado de poner la mano en el fuego para colocarse de perfil al sugerir que es la Constitución la que determina la presunción de inocencia de su compañero de gabinete. Que no se sume al coro de los que exigen el cese describe la encomiable solidaridad de quien ha compartido decenas de Consejos de Ministros con el ahora señalado como presunto autor de un delito de tráfico de influencia y negociación prohibida a funcionarios, entre otros supuestos. Difícil lo tiene, por grande que sea su compañerismo, cuando hasta el fiscal parece encontrar indicios delicitivos que justificarían la inculpación.

A la hora de escribir estas líneas, aún no ha presentado su renuncia el ministro que encumbró a José Luis Rodríguez Zapatero. Su abandono sería el broche final de una legislatura marcada por las torpezas generalizadas de un Gobierno incoherente. Una mueca macabra para un presidente ninguneado ahora por quienes se pegaron a él hasta hace solo unas semanas.

Blanco hundido, se lleva por delante sin paliativos las últimas esperanzas del candidato socialista a seguir aspirando con cierta seriedad a la presidencia del Gobierno. Rubalcaba se ha quemado, literalmente, las manos en la cerrada defensa de su compañero en el cerrado sanedrín socialista. Es improbable que mantenga hoy los elogios que le dedicó en su reciente mitin en Ourense, cuando encomió públicamente su honradez cuestionada con inaudita firmeza por los indicios que se acumulan sobre la mesa. La cortina de humo de la campaña tendida por el PSOE suena a resignada excusa.

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