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Trágico saldo en Tui: Dos víctimas mortales y veinte familias sin hogar

El segundo fallecido fue localizado entre los cascostes de su casa. Es el esposo de la otra víctima mortal. Dejan dos hijos

La onda expansiva dejó muy afectadas más de sesenta viviendas. El detenido pasará hoy a disposición judicial

Estado en el que quedó una de las viviendas próximas al almacén, todavía humeante el día después MIGUEL MUÑIZ

Patricia Abet

El día después de la explosión de un almacén de pirotecnia ilegal en la aldea de Paramos arrancó con un triste hallazgo, el del cadáver de un hombre sepultado por el techo de su casa mientras dormía . La segunda víctima mortal de este trágico suceso es, a su vez, marido de la primera fallecida y padre de dos pequeños de 8 y 13 años que se han quedado huérfanos. De origen magrebí, el matrimonio vivía pared con pared con la nave donde el dueño de la pirotecnia «La Gallega» guardaba de forma clandestina decenas de kilos de material pirotécnico. Nadie tenía constancia de que estuviesen conviviendo con explosivos, aunque algunos vecinos reconocen que sí veían entrar a esta antigua nave de postes «furgones» procedentes del negocio clausurado el pasado año por problemas urbanísticos. «Pero quién iba a pensar tal cosa. Si lo hubiésemos sabido... fue el demonio» lamentaba una de las afectadas a ABC en medio de la montaña de cascotes en que la explosión convirtió la planta baja de su vivienda.

La potencia de la ola destructiva que alcanzó la casa de Sora y Abdlalk, la pareja muerta, fue tal que nada queda del hogar donde este matrimonio residía desde hacía más de una década. Sus dos hijos, también en el inmueble en el momento de la deflagración, se salvaron de milagro. Es más, fueron ellos los que alertaron de que sus padres estaban bajo los escombros. Ayer, los hermanos permanecían en un hospital vigués a espera de que los servicios sociales localizasen a algún familiar en Marruecos que se pueda hacer cargo de su tutela. Junto a ellos, un equipo de psicólogos que en todo momento los ha acompañado en el difícil trance. Mientras, la colonia musulmana de Tui se reunió ayer en un pabellón cercano para orar por las dos pérdidas. En plena celebración del Ramadán, ninguno acertaba a encontrar las palabras para describir el destino de esta familia, rota por el dolor.

Solo seis hospitalizados

El último balance de víctimas de la destructiva explosión revela que la mayoría de los heridos, casi una treintena, habían recibido el alta en las primeras horas y que al cierre de esta edición eran solo seis las personas que seguían hospitalizadas. La mayoría sufren quemaduras de distinto grado, contusiones o traumatismos que no revisten gravedad. En cuanto a los daños materiales ocasionados por la detonación, que dejó un enorme cráter donde antes había una manzana de casas, la nómina no parece tener fin.

Según las primeras estimaciones del Gobierno gallego, son al menos sesenta los inmuebles con secuelas importantes. De ellos, unas veinte casas prácticamente han desaparecido. El área de afectación, que se prolonga varios kilómetros a la redonda, deja un reguero de puertas reventadas y cristaleras rotas que ayer los vecinos se apuraba en reparar debido a las lluvias que amenazaron el lugar desde primera hora de la mañana. Muchos de ellos, además, perdieron sus coches y pertenencias personales . También los recuerdos de una vida. En otros casos, el acceso a estas viviendas sigue estando limitado por el riesgo de derrumbes y por las llamas que se avivaron ayer en algunas de estas estructuras, ahora esqueletos fantasmas.

Sin despertar de la pesadilla, los vecinos tocados por la tragedia recuerdan una y otra vez que el impacto fue similar «a una bomba nuclear o a un avión estrellado» y se emocionan al narrar su experiencia personal. «A mí la onda me elevó medio metro del suelo. Y solo pensaba en mis nietos, que estaba en el piso de arriba», confesó a ABC el dueño del bar del pueblo, apodado «Rodas» por sus conocidos. Su relato y las heridas aún visibles en su cara y en sus brazos resumen el miedo que perdura en esta pequeña aldea, depositaria durante meses de una auténtica bomba de relojería. «Todos lo conocíamos. Era buena persona, pero esto es imperdonable», coincidían muchos ayer a la hora de señalar al dueño de la pirotecnia de la que provino el material explosivo, que no residía en esta aldea y que utilizó una antigua nave heredada de su familia como escondite de su particular polvorín. El hombre, acusado de un delito de homicidio y otro de estragos, pasará esta mañana a disposición judicial.

«Un milagro»

Entre tanto, en la zona cero de la explosión el olor a humo perdura y los trabajos de desescombro apuran para permitir que los vecinos más afectados salven los pocos bienes que salieron indemnes tras la explosión. Entre techos caídos, vehículos dinamitados y animales desorientados, algunos todavía se sorprenden al levantar la mirada y ver la viga de la casa del vecino colgando de los árboles, a varios metros bajo el suelo. «Es un milagro que estemos aquí», mascullan.

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