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«Tengo 100 años, pero hasta el año pasado conducía»

Sober, con apenas 2.500 habitantes, es uno de los pueblos con más centenarios

Alfonso, uno de los centenarios de Sober MIGUEL MUÑIZ

P. ABET

Hablar de Sober es hacerlo de las decenas de centenarios que pueblan su padrón . Nadie conoce el secreto —aunque la mayoría lo achacan al vino de Amandi— pero la realidad es que se trata de uno de los pueblos con más centenarios de España en proporción , porque solo tiene 2.500 habitantes. Todos los vecinos conocen a alguno de más de cien años y el alcalde del municipio acude a cada cumpleaños para convertirlo en un acto social. El último fue el de José Diéguez, de la parroquia de Santa Cruz de Brosmos. Y las siguientes en engrosar esta nómina serán Concepción y Carmen, ambas de 99 años.

Aferrado al privilegio de las tres cifras, Alfonso presume de ser el más mayor de la residencia del pueblo , aunque nadie lo diría. Sombrero en mano, vuelve del dentista y se sienta con sus compañeros para reatar una vida en la que le ha tocado hacer de todo. « Yo quería ser mecánico cuando era joven, pero me tuve que dedicar al campo. Después me gané la vida como carpintero, albañil, y me acabé retirando como cartero ». Por el camino, que ha sido largo, Alfonso también ha hecho las veces de capador, de fontanero e incluso de taxidermista. «Lo que tocase», bromea. Su vida transcurre feliz en la residencia donde vive, pese la pérdida de su mujer hace cinco años. «Ella falleció aquí, después murió una amiga muy cercana y desde entonces ya no tengo tantas ganas de tocar el acordeón» —lamenta—, un instrumento cuya afición supo traspasar, sin embargo, a su hijo y a su nieto.

Ellos van a visitarlo a menudo y muchos días se lo llevan a comer y a pasar la tarde por la provincia , pero no quiere ser una carga. «Me vine a la residencia porque no quiero que nadie tenga que estar pendiente de mí, y aquí me encuentro bien». La filosofía de vida Alfonso explica su longevidad. «Un amigo mío decía que llegada una edad lo que hacemos es matar el tiempo mientras el tiempo nos mata a nosotros , y es así», afirma rotundo.

En su habitación, Alfonso guarda sus recuerdos y también alguna botella de Sansón con la que invita a las visitas. «También tengo moscatel», aclara. Bastón en mano, sale y entra de la residencia tanteando el tiempo. «Hace frío, eh», ríe, pero él no se resiente. Y mirando a la carretera confiesa: «Hasta hace un año conducía, pero ya no». Ahora, se deja llevar.

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