Las consecuencias de la guerra civil del PP
La sucesión sobrevenida de Alberto Núñez Feijóo
La eventual marcha del barón gallego a Madrid abre un doble relevo en la Xunta y el PP gallego para el que se barajan distintos escenarios, aunque todos ellos con nombres conocidos en el gobierno y el partido
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Iniciar sesiónAl mediodía del miércoles 16, el PP gallego almorzaba tranquilo, trabajando en una planificación pausada de las elecciones municipales, la siguiente cita con las urnas según el calendario. Nadie sospechaba que seis horas más tarde, con la aparición de las informaciones sobre el supuesto ... espionaje a Isabel Díaz Ayuso ordenado desde Génova se iba a desatar una guerra civil en el partido que haría saltar por los aires su hoja de ruta. De buscar alcaldables para ciudades a verse inmerso en encontrar remuda a un Alberto Núñez Feijóo al que el partido reclama unánimemente en Madrid para salvar el PP.
La sucesión de Feijóo es un tema que el PPdeG ha arrumbado en un cajón mientras este se ha mantenido al frente del partido en Galicia y ha ido revalidando sus mayorías absolutas. El típico asunto que algún día habría que abordar, pero que los hechos acreditaban que nunca tocaba. Ya en 2018, cuando fue el relevo de Mariano Rajoy, el PPdeG se tentaba las ropas ante un escenario con el que no contaba, por mucho que se escribiera entonces. Superado aquel susto, el partido dio por hecho que Feijóo agotaría su carrera política en Galicia y no necesitaría prepararse ante una eventual salida del líder. Se equivocaron.
La dificultad estriba en que por primera vez el PPdeG debe afrontar un relevo desde el poder, y no tras la experiencia traumática de una derrota electoral, que suele —las más de las veces— servir como selección natural al descartar a una generación de políticos frente a otra. Esto no se ha hecho nunca y aunque todo se abre a la incertidumbre y la duda, tiene a su vez una ventana de oportunidad: hay dos años y medio por delante para consolidar al elegido . No hay prisas.
El escenario tiene dos vertientes. Por un lado, la sucesión en la Xunta; por otro, el relevo orgánico en el partido . Y aunque una y otra debieran recaer sobre la misma persona —o a eso induce la lógica— pudiera no ser necesariamente así.
Rueda, lo previsible
En el seno del gobierno gallego, el sustituto natural es Alfonso Rueda, obviamente. Vicepresidente primero, compañero de fatigas de Feijóo desde aquel enero de 2006 en que tomaron el control del partido tras la marcha de Fraga, el pontevedrés fue su secretario general hasta 2016 y es, desde su departamento autonómico, el interlocutor con el poder local del PP, un actor imprescindible para el éxito electoral de la marca. Feijóo ha mostrado muchas veces su predilección por la previsibilidad . Que el presidente fuera Rueda encaja ahí, en ese correr el escalafón, y premiaría una trayectoria de lealtad ligada a él desde el primer día. Asociarlo al Xacobeo tras la formación del último Ejecutivo, además, fue añadirle un plus de visibilidad ante la opinión pública. Ya no solo inauguraría juzgados, sino que estaría presente en los principales actos del reclamo turístico por excelencia de la Comunidad.
Habría una segunda opción, posible pero algo menos probable: el lucense Francisco Conde . El vicepresidente segundo posee un perfil menos político que Rueda, pero está en el día a día de los grandes asuntos industriales y empresariales de Galicia. De la máxima confianza de Feijóo, formó parte de su equipo de asesores en el primer gobierno y sustituyó al quejoso Javier Guerra en 2012 al frente de Economía e Industria, cartera que ostenta desde entonces.
Si lo que se le va a ofrecer a la ciudadanía es un sustituto que continúe con el proyecto político de Núñez Feijóo —aunque sin este—, cualquiera de los dos vicepresidentes encajaría en la horma y, además, sería reconocido por sus pares. La trayectoria es un grado nada menor.
Aunque, Estatuto en la mano, podría ser presidente de la Xunta cualquiera de los diputados del grupo popular en el Parlamento —descartando así al resto de conselleiros, que renunciaron a su acta en septiembre—, lo que abre la puerta al tercer nombre en la ecuación, el del vicepresidente de la Cámara, Diego Calvo , líder provincial del partido en La Coruña. Reúne las condiciones para ser elegido, pero carece de la trayectoria en el seno del gobierno autonómico que sí acreditan los otros dos. Sin embargo, por el recorrido que Calvo pudiera tener en la política nacional, no sería descartable que Feijóo se lo llevara en su eventual desembarco en Génova. Siempre es bueno tener alguien de quien fiarte.
Esta quiniela engarza lo institucional con lo orgánico de un modo difícilmente indisociable. Calvo y Rueda dirigen dos territorios de enorme peso interno (La Coruña y Pontevedra, respectivamente) mientras que Conde no, lo que de algún modo evoca a aquel Feijóo sin feudo en las primarias de 2005 que logró el voto de los afiliados mediante pactos —y el respaldo de Romay y Rajoy—. Es decir, no se necesita un territorio para garantizarse el control del partido en Galicia, aunque todo ayuda.
Bicefalia improbable
Lo que no parece contemplable es que una persona lidere la Xunta y otra distinta se ponga al frente del PPdeG. La hoja de ruta más probable es que, designado el nuevo inquilino de Monte Pío, ese se haga con los mandos del partido, sin necesidad de pasar por un congreso, dado que el último se celebró hace apenas nueve meses. Su mandato sigue vigente.
La fórmula está contemplada en estatutos. El comité ejecutivo regional puede designar de entre sus miembros a un nuevo presidente, que además podría mantener al resto del equipo, como el secretario general Miguel Tellado o al grueso de vicesecretarios y coordinadores. Un cambio mínimo, ruido mínimo, batalla mínima para que un relevo tan inesperado pueda fraguar a cortísimo plazo. Lo último que necesitaría este PP es añadirle más inestabilidad al actual contexto.
El hiperpresidencialismo de Feijóo ocupaba tanto dentro de la Xunta que su ausencia deja un hueco de dimensiones mayúsculas, y cubrirlo va a llevar tiempo y esfuerzos. El partido es consciente de que si quiere presentarse como una oferta solvente ante los gallegos en las próximas autonómicas debe alejarse de cualquier escenario de inestabilidad. Eso a pesar de que puedan existir (que existen) cuitas entre territorios por el poder. Principalmente por el pasado de Rueda como secretario general del PPdeG, una tarea dura e ingrata que lleva a imponer una disciplina no siempre aceptada por todos, y deja heridas sin curar. Tras el espectáculo ofrecido estos últimos días en Génova, más de uno habrá de preguntarse si tiene sentido replicarlos en Galicia.
Así las cosas, los cálculos que maneja el entorno del barón gallego es un recambio a medio plazo en Xunta y partido que permita llegar hasta las elecciones previstas en el verano de 2024. Distinto sería si en lugar de ascender a la presidencia nacional del PP, Feijóo hubiera abandonado la política. Desde Génova va a mantener una fuerte ascendente sobre lo que pase en Galicia . Y además, si hay suerte, el PPdeG puede tener el viento de cola de un Feijóo inquilino de la Moncloa, dado que las generales se prevén para el año próximo, pero nadie se atreve a formular tales cábalas ante el estado de devastación en el que el inquilino de Monte Pío va a recibir el partido tras esta cruenta guerra civil.
Si esas elecciones se ganaran, habrá que rellenar más páginas de periódicos con posibles escenarios. Pero si se pierden, todo apuntaría a que el candidato y presidente saliente cedería paso a una nueva generación. Al fin y al cabo, Rueda pertenece a la generación política de Núñez Feijóo, y otros como Calvo son el relevo de futuro , por más que a sus años ya atesoren la experiencia de haber presidido una diputación. El propio Feijóo ha reconocido en diversas ocasiones que él salió de unas primarias. Entra dentro de lo lógico que, si se pierde la Xunta en 2024, el PPdeG se aboque a otro proceso similar.
Queda como curiosidad que se ha necesitado la mayor crisis conocida en el partido hegemónico del centro-derecha español para que se ponga fin a la ‘era Feijóo’ en Galicia. Esto no estaba escrito en ningún sitio.
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