Coronavirus
«Un nuevo confinamiento, mal explicado, puede ser una auténtica bomba»
José Manuel Sabucedo, catedrático de Psicología Social de la USC, analiza en esta entrevista el impacto de la segunda ola de Covid en la sociedad
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Iniciar sesiónEspecializado en comportamiento y medio ambiente y psicología política, José Manuel Sabucedo, catedrático de la USC y miembro de COSOYPA y CRETUS, analiza el impacto de la segunda ola de la pandemia de Covid en la sociedad.
¿Hay hartazgo, cansancio o una mezcla de ... ambos sentimientos?
La situación se ha vuelto a agravar y no ha habido, a mi modo de ver, una previsión de estos escenarios que podían venir. Cuando percibimos una situación de amenaza, lo primero que hacemos, como especie, es saber cómo debemos reaccionar. Si no encontramos unas normas claras eso puede producirnos miedo, temor y por otra parte puede producirnos ira, que va dirigida contra aquellos a los que nosotros atribuimos la responsabilidad de no haber sabido gestionar bien la crisis. Cuando hay percepción de amenaza y tengo ira lo que hago es: me reafirmo en mis creencias, afirmo que son las únicas válidas, que el adversario está equivocado, y un elemento más, que es incluso más peligroso, que como me creo en posesión de la verdad, me siento obligado a imponer a los demás mi verdad.
¿A qué conduce esto?
Entramos en un terreno social y político muy peligroso: el terreno de la crispación, el terreno de la desazón, el terreno de la desafección política. Todo esto, además, ocurre en un contexto de enorme polarización política. Parece que la clase política no es lo debidamente o necesariamente consciente de lo que está ocurriendo a muchos de sus conciudadanos, que están enfrentándose a una situación muy complicada. En este ámbito no son legítimos los juegos a corto plazo, los juegos de ventajas partidistas. Si la clase política no es consciente de esto, la ciudadanía, en un momento u otro puede sentir un enorme hartazgo.
¿Cuál es el mar de fondo?
Lo que nos están demandando son básicamente cambios en nuestro comportamiento: poner mascarillas, lavar las manos, guardar la distancia de seguridad. Cambios en nuestras rutinas, en nuestras normas sociales cotidianas. Y también supone una ruptura con todo lo que veníamos conociendo hasta ahora. Cuando las personas nos enfrentamos a situaciones nuevas, a las que no estamos acostumbrados, hay una especie de shock cognitivo y emocional.
Normalmente en nuestra vida cotidiana actuamos en base a un sistema de procesamiento de información que se llama sistema 1. Actuamos básicamente en base a rutinas, hábitos, prejuicios, ideas formadas. Es muy bueno, porque supone un gran ahorro cognitivo, no tengo que pensar cada día lo que voy a hacer. Lo que pasa es que hay momentos extraordinarios, como la pandemia, que la ciudadanía no sabe cómo enfrentarse.
En esos momentos surge lo que llamamos una demanda epistémica, surge la necesidad de conocer qué está ocurriendo, qué puedo hacer yo, y justo en ese momento la población lógicamente dirige su mirada hacia las clases dirigentes, aquellas encargadas de velar por la seguridad del conjunto de la población y explicarnos qué es lo que pasa.
¿Qué falló?
Faltó una explicación muy serena, muy sensata respecto a cuál era el alcance real del problema y realmente qué se nos demanda para colaborar, la norma concreta y exacta. Porque muchas veces, en este proceso, hay normas incluso que, la gente que las quiere cumplir, no sabe muy bien qué tiene que hacer. Y en tercer lugar, hay normas que son de difícil cumplimiento.
¿Qué ocurre en tal situación?
Lo peor que puede existir en la sociedad es que haya normas que no se puedan cumplir. Porque una norma que no se cumple es como el experimento de los cristales rotos. Cuando una norma no se cumple, las demás normas también dejamos de cumplirlas. Todo parece un cachondeo, se pueden cumplir o no se pueden cumplir. A esto no se prestó en su momento la debida atención.
¿Comó cree que reaccionaría la sociedad a nu nuevo confinamiento?
Yo creo que en este momento, dado el estado en que se encuentra la población, el estado económico en que están muchas familias, o eso va acompañado de una explicación muy profunda de por qué y diciendo que eso va a ser económicamente salvado a través de tales medidas concretas, si no se hace eso, en este momento puede ser una auténtica bomba.
¿En qué medida?
Si tú me obligas a estar en casa, porque si no salgo a la calle no voy a contagiar a los demás, estoy haciendo un servicio social a los demás, solidario. No puedes penalizar mi solidaridad. Y si esa solidaridad la penalizas, no quiero ser solidario. Y si no sabemos que la gente hace ese tipo de razonamiento, las medidas que adoptaremos estarán abocadas al fracaso. Si en este momento hay un confinamiento como el que se hizo... Por cierto, esta fue la sociedad más obediente de Europa. Con diferencia. Yo creo que este país más obediente no puede ser. Llegamos a un punto tan delicado, en donde por otra parte vemos comportamiento quizás no modélicos de nuestros representantes políticos. Yo aquí no entro en colores, me importa un rábano la ideología, estoy hablando como científico social. Creo que aquellas personas que son las encargadas de marcar las pautas son las que tienen que dar ejemplo de su cumplimiento. Deben servir como modelo.
¿De lo contrario?
Si se lanzan normas que ello mismos no cumplen, primero, no tienen autoridad para penalizar a quien tampoco las cumple; y segundo, lo que más me preocupa: que gente que a lo mejor estaría dispuesto a cumplirlas, le da la justificación, la legitimación para no hacerlo. Una parte importante de nuestro comportamiento es a través de observación de modelos. Hacemos lo que otros que son modelos para nosotros hacen. Y si vemos que actúan incorrectamente, y no les pasa nada, yo voy a hacer lo mismo. Con más razón. Al fin y al cabo, yo no decido la norma. Yo tengo que cumplirla, y no me gusta, pero la cumplo aunque no me guste, porque creo que tengo que cumplirla. Pero si veo que cumplimos unos, y otros no, es preocupante.
Las restricciones fueron el detonante de incidentes graves en Italia que ya se han reproducido en varios puntos de España.
Nuestro comportamiento no se basa únicamente en características personales. Hay factores situacionales que hacen que todos y cada uno de nosotros podamos ser un día gente muy generosa, muy altruista y solidaria, y al día siguiente esas mismas personas se convierten en victimarios. Lo vemos todos los días en los conflictos bélicos. En un caso que es una situación de pandemia mundial requeriría, por parte de los líderes políticos, un discurso de cooperación, en lugar de confrontación. Además en un terreno abonado. Recuerde las reacciones que hubo ante la crisis económica de 2008, 2009, que tuvo consecuencias políticas muy importantes. El «America first» de Trump. El Brexit y los PIGS. Hay el riesgo de que ciertos grupos asuman que se salvarán si realmente miran hacia dentro y excluyen al resto. Y lo mismo ocurrió con el caso de Cataluña, el auge del independentismo. Es lo mismo, el «America first» de Trump es aquello de «España nos roba». En situaciones como esta, de amenaza, se puede provocar este tipo de fenómenos, jugar al nosotros versus ellos, vamos a salvarnos nosotros frente a ellos. A medida que se percibe esa amenaza, puede ocurrir lo que decía antes: el grupo se encierra en sí mismo, el adversario en otro.
Un discurso bélico.
En las pandemias esto es un error que yo, modestamente, vengo denunciando desde el principio: recurrir a metáforas como de la guerra. En la guerra hay enemigos. Si a mí me dices: guerra contra el cáncer. Vale, perfecto, no me importa. Pero si decimos guerra, enemigo, en el caso de la Covid es muy distinto, porque al final la percepción que tiene la gente es: quien me infecta no es tanto el virus, me infecta una persona determinada, un grupo determinado. ¿Recuerda lo que pasó aquí en Galicia, en verano, cuando llegaban los madrileños? De la noche a la mañana los madrileños, gente bien recibida aquí todos los días, amigos, hermanos, conocidos... «No a los madrileños». Eso no llegó a más, porque se acabó, tienen nuestra misma identidad. Dese cuenta del peligro. Cualquier tema mal gestionado puede crear divisiones intergrupales que den lugar a hechos indeseados, que hoy en día nos parecen difíciles de concebir, pero que de la noche a la mañana pueden ocurrir.
Se ha puesto el foco en los jóvenes.
Yo soy profesor de la USC. Veo a mis estudiantes todos los días que llegan a clase, cogen sus papelitos, cogen el gel, cada uno limpia su sitio... Es posible que algunos de ellos, fuera, realicen conductas poco apropiadas. Por supuesto. Pero lo que en este caso no me gusta, porque creo que es injusto, es que el comportamiento de unos pocos lo generalicemos. Aquí en Santiago, ¿cuántos miles de estudiantes hay? ¿Y cuántos hacen botellón? 100, 200, 300, 400, 500... La minoría, siempre la minoría. Si estigmatizamos a un exogrupo, a estudiantes, a mayores, estamos desviando la atención quizás de otros responsables o de las personas que a lo mejor habrían tenido que haber hecho más por que esto no sucediese. No sería justo señalar a la gente cuando durante mucho tiempo, a lo mejor, la gestión no se llevó de manera correcta.
Si la situación se prolonga, ¿cuánto tiempo seremos capaces de soportarla?
La especie humana es tremendamente resiliente. En nuestra historia evolutiva hemos pasado momentos muy complicados, y se han superado siempre, como decía Darwin. Tiene esa frase que yo repito con frecuencia: la especie humana llegó hasta aquí por un mecanismo básico, el de cooperación. Porque siendo una especie frágil, la única forma que hay de subsistir en un medio hostil es cooperando. Cuando yo sé que mi cooperación sirve para que yo me salve y nos salvamos todos, yo coopero. Pero si a mí me demandan algo, y el único que sufre las consecuencias soy yo, no, entonces rompemos la baraja. El discurso de la épica funciona. Aquello del «sangre, sudor y lágrimas» funciona cuando hay alguien -es importante- con credibilidad, con autoridad moral, que explica muy bien el objetivo, los pasos que damos cada uno y cómo se va a salir de esto.
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