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Quince años de la tragedia

La lección de solidaridad del ‘Prestige’

Salvo en lugares recónditos, ya no hay fuel en Muxía, Fisterra y Carnota, los puntos más afectados por la tragedia

Voluntarios limpiando en la cala de Corveiro en Fisterra en 2002 MIGUEL MÚÑIZ

NATALIA SEQUEIRO

Pese a que el 13 de noviembre de 2002 había vientos de entre 70 y 90 kilómetros por hora, olas de ocho metros y lluvia intensa, el pesquero «Playa de Cruz» con base en el puerto de Muxía decidió salir a buscar pulpo. «Somos marineros, habíamos faenado en días peores», recuerda Felipe Sar , que por aquel entonces estaba enrolado en el barco de su padre. A unos 50 kilómetros del cabo Finisterre se encontraron con un petrolero escorado que había comenzado a soltar las 77.000 toneladas de fuel que transportaba . En aquel momento Sar no se imaginó todo lo que vendría después. En A Costa da Morte estaban acostumbrados a los naufragios. A lo largo de la historia a sus playas habían llegado cadáveres, bueyes, máquinas de coser, relojes de oro o hasta un cargamento de botes de leche condensada que sus habitantes confundieron con pintura. En 1968, el petrolero «Spyros Lemnos» había provocado la primera marea negra. Pero nunca antes un manto negro de chapapote como el del «Prestige» había cubierto su costa.

Quince años después de la tragedia ecológica, Felipe Sar conversa con Amador Vilela en la playa de Nemiña (Muxía) una de las más afectadas de Galicia. El tiempo es bueno y Sar, que ahora trabaja como guardapesca marítimo, ha llegado para surfear. «Si en aquel momento me dicen que esto iba a estar así de limpio no me lo creo» , relata. Salvo en «sitios muy recónditos de la costa», explica, no es fácil ver ya los restos del chapapote. El percebeiro Amador Vilela, que reside en una de las escasas viviendas existentes en las inmediaciones de la playa, recuerda sobre todo el intenso olor del petróleo. «Era como si vivieras al lado de una refinería», explica. Durante trece meses estuvo retirando el chapote que impregnaba hasta las persianas de su casa. Era un trabajo frustrante. «Limpiábamos hoy y al día siguiente al despertarnos la playa volvía a estar igual», subraya. «Todo pintaba muy negro, yo nunca pensé volver a ver las piedras blancas», reconoce. Tanto Felipe como Amador saben que no lo habrían conseguido sin los 70.000 voluntarios que llegaron a Muxía en el invierno de 2002-2003. «No tendremos vida para agradecérselo», indican.

Unos quince kilómetros al sur, en la pequeña cala de Corveiro en Fisterra, Xan Carlos Sar muestra los restos de chapapote que no fueron capaces de eliminar de algunas rocas. «Para mí lo más frustrante era pasarte todo el día rascando una piedra y no ser capaz de quitarle el chapapote», dice. Situada en un acantilado, los voluntarios formaban una cadena humana para poder pasarse los capachos. Sar es hoy concejal de Mar en la localidad que durante siglos se situó en el punto más occidental de la Europa conocida. En noviembre de 2002 estaba enrolado en un barco del puerto coruñés. Allí, como a prácticamente cada rincón de la costa gallega, también llegó el chapapote y las autoridades prohibieron la pesca . Él se volvió a su pueblo a limpiar, pero no todos sus compañeros de oficio se sumaron desinteresadamente a la marea de monos blancos procedentes de toda Europa. Ahora que el tiempo ha pasado, Sar ya puede romper un silencio autoimpuesto por vergüenza y relatar que el «Prestige» mostró la cara más solidaria de la sociedad, pero también dejó entrever sus miserias. «Había gente que les llevaba comida de sus casas a los voluntarios, pero la mayoría estaban en los bares porque les pagaban bien por no poder ir a faenar», recuerda . Con los ánimos caldeados, el Gobierno central decidió aplacar la ira de los marineros abriendo la cartera. Desde diciembre de 2002 recibían 1.200 euros mensuales y en los últimos meses la empresa pública Tragsa los contrató por otros 900 euros para que limpiasen el fuel. «Muchos se acostaban al sol y dejaban pasar la mañana, decían que cuanto más se tardase en limpiar más tiempo cobrarían las ayudas», relata Sar indignado. «En las Rías Baixas desde el primer día los propios marineros se habían lanzado al mar para recoger chapapote con sus propias manos. «Aquí también salimos pero cuando nos pagaron 60 euros por jornada. En cada salida traíamos entre 2.000 y 3.000 kilos de chapapote», indica el concejal.

El fuel comenzó a llegar a la costa de Muxía y de Fisterra tan sólo dos días después de que el monocasco griego lanzase su SOS. Pero en la vecina localidad de Carnota el primer impacto se produjo un poco después. Hubo que esperar a que el «Prestige» navegase más de 400 kilómetros con rumbo errático frente a Galicia para que acabase partido en dos y hundido a unos 234 kilómetros de Fisterra . Fue entonces cuando escupió el grueso de la carga. Tras varios días a la deriva, la gran mancha de fuel impactó de lleno contra la costa gallega. El entonces secretario de la cofradía de pescadores de Lira, Emilio Louro, acudió el 1 de diciembre a la masiva manifestación convocada por la plataforma Nunca Máis en Santiago de Compostela para protestar por la gestión de la crisis. Cuando regresó a Carnota el color negro había teñido todo el litoral. «Tirabas una piedra al mar y no se hundía», recuerda Louro , que hoy regenta una empresa de comercialización de productos pesqueros.

Frente a la playa de boleiros —piedras redondeadas por la erosión del mar— de Lariño, Louro se sigue emocionando al hablar de los voluntarios. «La lección que nos dejó el «Prestige» es la gran fuerza de la sociedad civil en situaciones de emergencia. Se volvió a ver ahora con los incendios. La sociedad civil es la única que puede cambiar las cosas, los gobiernos están a otra historia», manifiesta .

El secretario de la cofradía de pescadores fue uno de los encargados de atender a las miles de personas que llegaron a Carnota. «Esto era un desastre, tuvimos que hacernos cargo como pudimos, habilitar zonas para que durmieran, carpas para dar comidas. Al principio venían las vecinas con tarteras de sus casas. Hasta que apareció una furgoneta con tres personas que nos dijeron ‘queremos ayudar, nosotros lo que sabemos es cocinar.’ Era justo lo que necesitábamos», indica. Supermercados y grandes marcas se volcaron también en los siguientes días facilitando comida y materiales. Algunos de los voluntarios que llegaron se han establecido en el pueblo. Es el caso del alemán Sven Schwebsch al que Louro agradece que durante muchos años después de la tragedia siguiese trabajando «en una labor de hormigas» para eliminar por completo el fuel de los boleiros de Lariño. «Hicieron una labor, también de recuperación psicológica, nos levantaron el ánimo. Pensábamos que nunca más podríamos volver a trabajar en el mar», asevera.

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