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Juan Soto - El Garabato del Torreón

Una familia mal avenida

Martínez no se cansa de lanzar a su partido un órdago tras otro

Un diputado provincial díscolo, ambicioso, tozudo y cabreado (para el cabreo no le falta razón) se basta para poner al descubierto las miserias de un partido, el suyo, cuyo balance apunta a la quiebra técnica: deserciones, desplome demoscópico, duelos a primera sangre, desorientación, puñaladas por la espalda, cruces de insultos y ajustes de cuentas. «Todos vimos que se hundía y nadie hizo algo por sacarlo a flote», dijo Indalecio Prieto cuando el naufragio del PSOE en el exilio mejicano, una catástrofe de la que no empezó a reponerse hasta octubre de 1974 en Suresnes.

El insurgente se llama Manuel Martínez. No es un diputado cualquiera: vicepresidente de la Diputación, alcalde de Becerreá y presidente de la Sociedad Urbanística Provincial. Más de tres decenios de militancia le contemplan. Cuando la mayoría de sus compañeros de partido veraneaban en los campamentos de la OJE, él ya estaba afiliado a la terminal gallega del PSOE. Ahora, Martínez ha vuelto a votar contra su grupo, dejando al candoroso presidente de la institución provincial literalmente con el tafanario a los cuatro vientos y obligado a una urgencia legalista que le permita controlar, como buenamente pueda, la gestión de varias residencias de la tercera edad. En cualquier provincia española estas cosas acabarían en dimisión o en cese. En Lugo, no.

Estamos ante un caso inaudito de debilidad por un lado y audacia por otro. El ciudadano —empezando por los desmoralizados votantes socialistas— lleva con la boca abierta desde hace años. Martínez no se cansa de lanzar a su partido un órdago tras otro. Y su partido responde bajando la vista o encomendándose a la eventualidad de una tregua en el futuro. Es que lo que está en juego es mucho: sueldo, clientela, contratos a dedo, coche oficial y presidencia en las procesiones. Demasiado para gentes que jamás habrían podido aspirar ni siquiera al cargo de pedáneo de barrio. Ante eso, no hay principio que valga ni dignidad que no se entregue.

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