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Coronavirus Galicia

Las otras veces que padecimos epidemias

Los historiadores Fernando Ponte y Ofelia Rey analizan el impacto de las grandes pandemias en la humanidad y su papel promotor de los avances científicos

El Hospital Real de Compostela hacia finales del siglo XIX, que acogió enfermos durante las epidemias en Galicia ABC

Christian R. Pereira

Desde la peste negra de 1347 hasta la gripe española que llegó a Europa en el siglo XX, las epidemias que ha padecido la humanidad han sido un revulsivo constante para las dinámicas sociales, pero también un acelerador del progreso científico . Los Estados se han visto obligados a lo largo de los últimos siglos a gestionar las crisis sanitarias con rapidez, y en cierta medida, adelantarse también a la siguiente promoviendo diversos mecanismos de prevención. El motivo, un enemigo común y la avalancha de pérdidas humanas que algunas epidemias, como la viruela, causaron la muerte de hasta un tercio de la población. Con la actual pandemia de coronavirus de fondo , los historiadores de la Universidad de Santiago, Fernando Ponte y Ofelia Rey, repasan las mayores epidemias históricas, los factores que las provocaron y su impacto en los avances científicos.

«Cuando hay una epidemia, la producción industrial y la investigación científica se aceleran y todos los esfuerzos se dedican a enfrentar la enfermedad en un momento crítico. Hoy en día, con el desarrollo de las telecomunicaciones, el proceso se precipita aún más», destaca el profesor de historia de la ciencia, Fernando Ponte. Es en estas circunstancias cuando los descubrimientos en un principio reservados a grupos selectos dan el salto a la sociedad civil para resolver un problema generalizado. Un impulso en un momento de crisis que abre la puerta a continuar con las investigaciones con visión de futuro . «Es de esperar que hayamos avanzado en la vacuna contra el sida y que pronto se generalice», ejemplifica Ponte, y con respecto al coronavirus cree que se incentivará «el desarrollo de antivirales, como ocurrió después de la II Guerra Mundial con la penicilina, cuando había millones de personas con infecciones bacterianas», explica el doctor.

Por su parte, la catedrática de Historia Moderna de la USC, Ofelia Rey, evidencia las meritorias soluciones que la sociedad ha puesto contra las epidemias siglos atrás. «Las epidemias destruyen siempre las formas de vida previas y obligan a extremar la solidaridad entre las comunidades en el corto plazo, y también a las autoridades a organizar sistemas de prevención y control, como los cordones sanitarios», señala la investigadora. Ya en el siglo XVIII, la aplicación del método científico dio lugar a uno de los mayores logros, la vacuna de la viruela por parte del ilustrado Edward Jenner. «Desde mucho tiempo antes se había logrado mitigar los efectos de la viruela, pero la vacuna consiguió al fin subsanar un contagio mortífero», apunta Rey.

Las epidemias han afectado a toda la población, pero son las capas más bajas de la sociedad, tanto urbanas como rurales, quienes las han padecido con mayor dureza. Los focos de contagio se han caracterizado por ser lugares donde la población vivía hacinada, en viviendas con poca ventilación y condiciones de calefacción y limpieza deficientes. «Con la Revolución Industrial, una gran masa de campesinos se trasladó a las ciudades para trabajar en fábricas con bajos niveles de control sanitario», expone Ponte, y añade que en la actualidad «de alguna manera se reproduce esta dinámica en los extrarradios de las metrópolis». En lo que respecta a Galicia, las autoridades no implementaron medidas para el control y la prevención de epidemias hasta finales del siglo XVIII . «Comenzó a construirse la red de alcantarillado, con un notable retraso con respecto a capitales de Estado como Londres, París o Madrid, lo que repercutiría en una mejor gestión del brote de cólera entre 1847 y 1854 en estas ciudades», reseña Rey.

En el ámbito rural la población jugaba con una doble baza. Por un lado, el aislamiento y los entornos diseminados característicos del contexto gallego, ayudaban a contener los contagios . Por otro, las condiciones de higiene y atención médica eran las mismas y una gran parte de las infecciones epidémicas afectaban a animales y humanos: «la vaca gallega era altamente tuberculosa», señala Ponte. El impacto económico de las epidemias fue también menor en estas áreas. «Las sociedades agrícolas se recuperaban antes: al haber una alta mortalidad entre las personas de más edad, sus descendientes heredaban, tenían hijos, y se reestablecían los niveles demográficos y las cosechas con relativa rapidez», explica Rey. Es complicado predecir las consecuencias económicas del coronavirus en base a los registros históricos, pues «en la Edad Moderna no existía ni el turismo, ni la hostelería, un motor esencial de la economía actual», agrega la historiadora.

Las consecuencias demográficas de las epidemias son difíciles de medir según la época y su reinterpretación cambia según la población global del momento. « En el siglo XIV Europa tenía 70 millones de habitantes antes de la peste negra , no es comparable con el mundo más poblado y extenso que acogió la gripe española en el siglo XX», observa Ponte. Una de las epidemias más desconocidas es, sin embargo, una de las primeras con datos fiables es la peste bubónica entre 1597 y 1603. «Los registros parroquiales calculan que en España murió una cuarta parte de la población», dice Rey.

Pero sin duda la epidemia más mortífera hasta ahora es también la más reciente. «La epidemia española de 1918 se llama así porque España no estaba en guerra y publicaba las estadísticas», cuenta Fernando Ponte acerca de esta enfermedad que dejó 50 millones de muertos. Su origen coincide con la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial y fue una epidemia larga y tediosa que se prolongaría hasta 1920. «Está demostrado que un grupo de soldados de Kansas fueron los primeros transmisores en Europa. Una de los motivos de tan alta mortalidad fue entonces mucha gente se desplazó desde áreas aisladas hacia zonas con enfermedades a las que no eran inmunes», agrega el historiador. Se trató de una enfermedad contraria al coronavirus, con una mortalidad mayor entre los jóvenes. «La gente más mayor había desarrollado cierta inmunidad tras padecer la conocida como gripe rusa a finales del siglo XIX», concluye.

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