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CULTURA

Adiós a Carmelo Lisón, el antropólogo de la «Galicia embrujada»

Fallece a los 90 años el pionero de la antropología social en España, buena parte de su obra se centró en el estudio de las costumbres y tradiciones más ancestrales de la Galicia rural, desde la Santa Compaña a las brujas

El antropólogo Carmelo Lisón, en una imagen de 2017 FUNDACIÓN LISÓN-DONALD
José Luis Jiménez

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En una Galicia en combate abierto contra la pandemia del coronavirus ha pasado desapercibida la muerte el pasado 17 de marzo de uno de los estudiosos que mejor explicó su cultura y tradiciones más ancestrales, el antropólogo Carmelo Lisón Tolosana. El considerado como pionero de la disciplina de la antropología social en España dedicó a mediados de los años sesenta buena parte de su abundante e importante obra a estudiar en profundidad la «Galicia meiga», el conjunto de tópicos y creencias que rodeaban un territorio como el gallego, fértil en leyendas . Lejos de procurar desmontarlas, Lisón Tolosana centró su carrera en explicar cómo era y cómo se articulaba una sociedad —principalmente en los entornos rurales— que, todavía a mediados del pasado siglo, creía en la brujería, la Santa Compaña o las posesiones demoníacas, e incluso yendo más allá de lo paranormal, en la identidad diversa de un pueblo milenario como el gallego.

Carmelo Lisón Tolosana, sin embargo, no era gallego sino natural de Puebla de Alfindén (Zaragoza). En la capital maña estudió Filosofía y Letras, y buscando especializarse en antropología, en 1958 fue admitido en este departamento del University College de Oxford y se formó junto a Evans-Pritchard, uno de los referentes de esta materia. Allí se doctoró en 1963 con una tesis sobre su pueblo natal y regresó a España con una nueva concepción de la antropología, moderna y revolucionaria , que desterró los superficiales estudios etnográficos que hasta el momento se habían hecho en el país. «Por el tópico de que Galicia era una reserva espiritual se vino aquí a mediados de los sesenta», explica el profesor Xosé Ramón Mariño Ferro, «y desde entonces vino todos los años para hacer trabajo de campo».

« Elegí Galicia porque conocía por lectura el variado espectro del folklore regional español siendo Galicia la que mayor impacto me produjo », escribió el propio Lisón Tolosana, «por lo leído presentí la creatividad cultural regional, sus ricas tradiciones con sentido local, la rica sabiduría folk y lo primario de la pequeña comunidad como algo específico y con carácter original, todo en un fondo de creencia entendida como valores, ideales y normas de sentido ecológico anclado en vocabulario ético y moral, en suma en su pathos y ethos peculiar que he plasmado en varias monografías». «Me confirmé en mi inicial presunción», sentenció.

Tal y como recoge el catedrático Marcelino Agís Villaverde en su «Historia del Pensamiento Gallego Contemporáneo» (Diputación de La Coruña, 2016), gracias a los fondos de la Fundación Calouste Gulbenkian , Lisón Tolosana se recorrió entre 1964 y 1965 unas 300 aldeas de la Galicia de interior y su fachada costera, hablando con 1.500 vecinos a pesar de que desconocía la lengua gallega . Y el universo de tradiciones y rituales que descubrió se fraguó en una de sus obras de referencia, Antropología Cultural de Galicia (Akal, 1971). «Yo fui profesor por su libro», admite Mariño Ferro, profesor de antropología jubilado de la Universidad de Santiago de Compostela, «fue una obra que me maravilló, me descubrió una Galicia rural, y eso que yo soy de pueblo». «Pueden imaginar la sorpresa y curiosidad que causaría entre las gentes la llegada de un forastero, con un magnetófono colgado del hombro y un cuaderno de mano», apunta Agís Villaverde evocando el trabajo de campo de Lisón por la Galicia profunda, a pesar de que no hablaba gallego.

El antropólogo Carmelo Lisón, durante sus trabajos de campo en Galicia FUNDACIÓN LISÓN DONALD

«Hasta el momento se conocían los trabajos de los etnógrafos de la Xeración Nós, como Vicente Risco o Xaquín Lorenzo», explica Mariño Ferro, «o el libro sobre medicina popular de Lis Quibén, pero este era sesgado porque coleccionaba las fórmulas y remedios populares para criticarlos». Sin embargo, «Lisón no va a hacer eso porque él tiene otra mentalidad, su pretensión es entender la razón por la que esa gente hace cualquier tipo de cosa, desde su organización social a sus creencias sobre medicina o brujería» . Ese fue el «cambio revolucionario» en la disciplina que introduce Lisón Tolosana, el de «pretender entender la realidad de un entorno y no criticarla desde la ilustración».

Brujas y poseídos

De ahí que en sus siguientes obras sobre la Comunidad, Brujería, estructura social y simbolismo en Galicia (Akal, 1979) o La Santa Compaña: fantasías reales, realidades fantásticas (Akal, 1997) ilustrara a todo color la cultura popular, las creencias, incluso las supercherías que para determinados colectivos tenían validez de ciencia. «Estudia ámbitos de la antropología que eran de los menos analizados hasta el momento», valora Mariño Ferro, «y lo hace para desvelarnos que detrás de todo eso hay un mundo interesantísimo, aportándonos una visión distinta». ¿Y cuál era su método de trabajo para moverse en una Galicia como la rural en plena década de los sesenta, cerrada para el foráneo y celosa de sus tradiciones más atávicas por temor a no ser entendidas? «Era un gran observador y tenía una enorme capacidad para entenderse con los campesinos» hasta el punto de que estos «son los trabajos más completos que haya hecho ningún antropólogo en España».

Lisón en Galicia FUNDACIÓN LISÓN DONALD

«Un antropólogo tiene que aparcar los prejuicios, porque si los tienes nunca llegarás a entender por qué la gente hace lo que hace», añade Xosé Ramón Mariño, «no puedes acercarte a la posesión demoníaca si crees que el poseído es un ignorante supersticioso , debes aproximarte para intentar descubrir por qué cree eso». Otra parte de la vertiente del trabajo de Carmelo Lisón es, precisamente, el estudio antropológico de los «endemoniados», a través de varios volúmenes publicados en los ochenta y noventa sobre esta casuística, tanto en Galicia como en España a lo largo de su historia (véase Endemoniados en Galicia, hoy , 1984; La España mental. El problema del mal o Demonios y exorcismos en los siglos de oro , ambos editados en 1990).

«Como científico [Lisón] puede no compartir las creencias, los sentimientos o el pensamiento y la cosmovisión de aquellas personas a las que entrevistaba, pero acepta la profundidad y la riqueza del universo simbólico-cultural que investiga», resalta en su libro Agís Villaverde, «una riqueza especialmente apreciable si lo que se investiga es el intangible mundo de las brujas» , las mujeres que «conocen el saber terapéutico tradicional, que tienen facultades especiales para el bien y para el mal, que pueden sanar o herir cuerpo y alma y que, invariablemente, poseen un halo de misterio y una aureola que las envuelve». «En sus últimos libros Lisón tenía una cosa importante que no hacen todos los antropólogos», señala Mariño Ferro, «que era incorporar al trabajo etnográfico los datos históricos que se pueda de un determinado tema, lo que amplía la perspectiva y demuestra que estamos ante un hombre culto».

No solo escribió y estudió sobre Galicia. Carmelo Lisón Tolosana también dedicó varios volúmenes a su Aragón natal y en los últimos años, de la mano de su mujer Julia Donald, creó la fundación que porta el apellido de ambos y que centraba su actividad en la introducción de la antropología en ámbitos extraacadémicos, «sacarla de las aulas universitarias para acercarla a todos aquellos interesados en su lugar de residencia», según recoge la web de la propia entidad. Lisón fue, además, catedrático emérito de Antropología Social de la Complutentense (1979), Palma Académica del Gobierno francés (1987), miembro honorario del Royal Anthropological Institute (1991), Doctor Honoris Causa por las universidades de Burdeos y Murcia, Premio Aragón en Ciencias Sociales y Humanidades (1993) y Medalla de Plata de Galicia (2005), así como conferenciante y profesor invitado en distintas universidades europeas y asiáticas. Su obra comprende veinte títulos y medio centenar de colaboraciones en publicaciones.

«Ojalá alguna institución gallega se interese por su legado y su biblioteca de más de 6.000 volúmenes de antropología» , expresa como anhelo el profesor Mariño Ferro, «quizás el Museo do Pobo Galego —la gran institución etnográfica de la Comunidad— fuera un lugar idóneo para toda esa obra».

El caso del Corpiño

Santa Eulalia de Losón es una pequeña parroquia del concello pontevedrés de Lalín, en el considerado kilómetro cero de Galicia, en su mismo corazón rural. Allí, desde el siglo XII, se veneraba la leyenda del Corpiño, unas apariciones de la virgen en el lugar donde siglos antes falleció el ermitaño Luisón. Y generación tras generación, todos los vecinos de la comarca del Deza acudían al santuario del Corpiño en busca de sanación (en el caso de los enfermos) o de incluso exorcismos para los «endemoniados» . «Se mezclaba el cristianismo con la creencia popular, cuando se deposita la fe y la salvación en objetos muy concretos como era la imposición de la reliquia del Corpiño, una especie de escapulario que, ante la bendición del sacerdote otorgaba la salvación y expulsaba a los demonios», cuenta el antropólogo local Carlos García Porral. A aquella realidad en blanco y negro se acercó con fascinación Carmelo Lisón, que dedicó una abundante ensayística a este particular.

«En su obra, Lisón analiza la cantidad de fotografías de los supuestamente curados que se colocaban en la capilla, e imponía respeto ver aquellas imágenes de hombres y mujeres de los años 40, 50 y 60», abunda García Porral, «porque en el Corpiño se mezclaba la ritualidad de la enfermedad psicológica, muchas veces algo de simple apariencia, con lo que la gente creía que era posesión demoníaca» . El santuario de Lalín se convertía en destino de peregrinación para gentes de toda la comarca en busca de expulsar al maligno del cuerpo. «Una posesión es una enfermedad psíquica, y como toda enfermedad se debe a problemas personales, puede haber condicionantes genéticos, conflictos con la familia o la vecindad», tercia Mariño Fero, «y ese es el nuevo enfoque que aporta Lisón con la antropología social», es decir, «que nada es debido a la ignorancia y la superstición». Lisón Tolosana dedicó más de una década a estudiar el caso del Corpiño «y venía todos los años», añade el profesor.

«En el Corpiño se habla, se cuenta, se re-imagina y transforma todo lo oído a todas horas, en cualquier lugar; hay que hablar, hay que escuchar, es necesario apropiarse de la palabra; el silencio destruye, aniquila. La palabra es terapéutica (...) Cada relato es, desde luego, un esfuerzo humano, una visión imaginativa con un fin curativo-funcional concreto; pero también es algo más: al ser los enfermos hablados por las narraciones que profieren y escuchan, esas mismas veriones les hablan, en lenguaje que entienden, de la experiencia humana del mal» (Lisón Tolosana, La España mental 2: el problema del mal ; Akal, 2004).

FUNDACIÓN LISÓN DONALD

El Corpiño hoy no es lo que fue, y ha ido abandonando paulatinamente —y de manera deliberada por parte de la Iglesia— su faceta más parapsicológica para convertirse en un templo mariano de adoración a la virgen. «De aquello que estudió Lisón queda muy poquito». García Porral, que de niño presenció todavía los ritos de exorcismo, reconoce cómo la lectura de la obra de Lisón le fue abriendo los ojos. «Adquirías una nueva perspectiva. ¿Que allí se realizaban exorcismos? Ya lo pones en duda. ¿Que acudía gente con problemas mentales? Eso seguro », expone. No obstante, «desde el punto de vista antropológico hay algo más», en su opinión, «y es la importancia de ese fenómeno del Corpiño como elemento identitario de una comunidad, que define la creencia popular de la religiosidad en las comunidades de carácter rural, y mezcla la ortodoxia del cristianismo con la heterodoxia de creencias antiguas que siguen depositando la fe en cuestiones más ritualísticas». «Esa identidad es esencial a la hora de que una comunidad se proyecte frente a otras, y la función del antropólogo no es acabar con una creencia que se cree irracional sino entender, explicar, qué importancia tienen esos fenómenos religiosos a la hora de conformar la personalidad de un pueblo».

«La mejor herencia que deja Lisón son sus libros. Era un enamorado de Galicia», apostilla el antropólogo García Porral.

La última palabra debe ser para Lisón Tolosana: «No pretendo ni mucho menos tener el monopolio de la verdad en la interpretación de la etnografía gallega pero sí que me enseñó un modo negociador sotto voce para afrontar paradójicas afirmaciones sin solución y la virtud social de la reticencia. Me instruyó también en la custodia de los labios, en el valor de la ambigüedad, del quizá, del como si, del asegún , del “Dios es bueno pero o demo no es malo” etc. muestra y parte de la artillería dubitativa discursiva regional; eso es también parte de lo humano». Descanse en paz.

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