'El alcalde de Zalamea': cómo un pueblo se hizo pueblo en torno al teatro
Seiscientos vecinos representan cada año, en las calles del municipio, el clásico de Calderón de la Barca
ADRIÁN GARCÍA DURÁN
Zalamea de la Serena (Badajoz)
Sin saberlo. Quizás, sin imaginarlo. Calderón de la Barca sembró, letra a letra, el mayor argumento de unión, hermandad y pertenencia posible para un pueblo. Uno que, como pueblo, pero en la acepción más pura de esa palabra tantas veces mal utilizada en estos tiempos ... rotos, lleva décadas percibiéndose en base a una obra de teatro que no solo relata su historia, sino que, efectivamente, es su historia.
Durante treinta agostos, con excepción de algún bache en forma de pandemia mundial, Zalamea de la Serena (Badajoz) no falta a su cita con la historia. Con su historia. La que escribió Calderón y ellos se encargaron de agrandar. Porque, por unos días, cada verano, Zalamea regresa siglos atrás para dar vida a una de las grandes obras de nuestra historia. Sin actores profesionales, sin una gran inversión detrás. Solo el pueblo por el pueblo.
Unos 600 vecinos, de un municipio que no llega a los 4.000 habitantes, representan, a lo largo y ancho del pueblo, El Alcalde de Zalamea. Sin grandes secretos, más allá de que cada uno, en su papel, fuera y dentro de la obra, aporte lo mejor que tiene, ya sea encarnando al honorable Pedro Crespo o colaborando con trajes y decorados. Cada vecino tiene su papel. Los que deciden subirse a las «tablas», que en este caso son calles, aceras, plazas y asfaltado, se comprometen a una preparación con meses de ensayos y un compromiso que no se sostendría sino fuese porque lo que les motiva, nunca mejor dicho, es el amor al arte. Al arte y al pueblo.
'El alcalde de Zalamea': puesta en escena clásica de un clásico
Antonio Illán Illán *En marzo, aproximadamente y dependiendo del año, la vida de los que conforman el elenco principal cambia drásticamente. Para llegar a tono a la obra, hay que renunciar a muchas cosas. Sobre todo, cuando quien actúa, por amor al arte, no vive precisamente del teatro, como reconoce uno de los directores, Miguel Ángel Latorre: «La obra se hace gracias al pueblo, es gente trabajadora que no siempre puede ir a ensayar». Ese es, de hecho, uno de los grandes encantos que tiene esta representación.
Encanto y reto, al mismo tiempo. Para los que actúan y, sobre todo, para quienes dirigen. Latorre comparte dirección con Tamara Carrasco. Es su segunda vez. Debutaron en 2024, con muy poco margen de maniobra. Ahora, han tenido un año para hacer «su» versión del clásico de Calderón. «Un reto organizativo inmenso», dice Carrasco, en el que ligar «planificación y motivación» es la única forma de llegar en forma al mes de agosto sin perecer en el intento. Son conscientes de que tienen la difícil tarea de tocar letras que, para los ilipenses, son sagradas, pero tienen claro que pueden ofrecer una obra más «dinámica y actual». Han incluido cambios escénicos, con iluminación, música o proyecciones, y han puesto el foco en el lenguaje: «Al final, de algún modo, mantenemos la esencia del Siglo de Oro, pero con una puesta en escena más clara, reforzando la palabra, naturalizando los textos, y reforzando con acciones visuales, para llegar a un público actual».
Lo que se mantiene, lo que es intocable, es el mensaje. El honor por encima de todo, la justicia más allá de la cuna, la defensa acérrima de la dignidad de la familia. Un mensaje tan universal, tan actual, que Calderón resume, sublime, así: «Que no hubiera un capitán, si no hubiera un labrador». No caduca.
De padres a hijo
Del 21 al 24 de agosto, las calles de Zalamea volverán a ser, pues, las de Pedro Crespo. No solo con la representación de la obra, durante todo el fin de semana, sino con un sinfín de actividades que la acompañan y convierten el municipio en punto de obligada visita. Este año, además del nuevo sello que le pongan sus directores, que apuestan por sorprender con la escena del rapto, mantendrá toda su fuerza.
El Alcalde de Zalamea no es solo teatro. Es fiesta. De interés turístico nacional, por cierto, y con intención de alcanzar carácter internacional. Y una fiesta no es fiesta si el pueblo no se la cree. En Zalamea ha ocurrido algo casi milagroso con el paso de los años. Los jóvenes siguen formando parte de la tradición, la han hecho suya. Es el caso de Raúl. Acaba de cumplir su mayoría de edad, pero lleva cuatro años en el elenco principal. Representa al hijo de Pedro Crespo. Irradia juventud, pero también la madurez suficiente como para haber entendido cuál es el significado de toda esta historia: «Aquí crecemos con esto, no es solo teatro, forma parte de nosotros, es representar a Zalamea».
Hasta los no oriundos, como José Manuel, se enamoraron de la tradición e hicieron propia la historia. En su caso, hace 17 años, cuando empezó a representar a Nuño. Después, hace cuatro ediciones, a Pedro Crespo, al que define como un hombre «orgulloso de su vida y de sus hijos». Paradoja o no, algo de Pedro Crespo hay también en él. Sobre todo, cuando habla de su joven hijo, que sigue sus pasos y comparte papeles con él: «Ver a todo lo que renuncia por esta pasión mutua dice mucho de él». Un adolescente que dice no a muchas noches de verano por el teatro.
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Todo nos lleva al principio. El éxito de El Alcalde de Zalamea radica en que, para el pueblo, es «un símbolo». Lo dice el propio alcalde de Zalamea, el actual, José Antonio Murillo: «La obra nos ha mantenido unidos con el paso de los años, nos ha dado visibilidad, nos ha dado vida». Agosto tiene una repercusión económica importantísima en el pequeño comercio local, que lo nota para bien el resto del año. Sin embargo, el teatro y Calderón, Calderón y el teatro, le han dado a Zalamea un tesoro aún mayor: el de tener identidad. Y, eso, los siglos no lo borran.
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