Defensa de la institucionalidad
En un sólido discurso, Felipe VI elogia la democracia, que considera encarnada en la Constitución de 1978, y a Europa como los dos grandes pilares que aseguran el futuro de España
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Aquellos que debatían sobre si Su Majestad el Rey debía referirse a ... la rabiosa coyuntura política en su discurso o pasar de puntillas sobre el asunto, muy pronto habrán salido de dudas. Ni Felipe VI parece ser el tipo de monarca que mire para otro lado cuando las cosas se ponen difíciles ni la actual coyuntura política ofrece un burladero eficaz: el debate político se ha desbordado tanto que es imposible no aludir a él cuando se recuerdan los principios esenciales de la convivencia democrática. En ese sentido, el noveno discurso de Nochebuena de Felipe VI es una pieza extraordinaria, porque, dentro de su brevedad, tiene el rigor y la contundencia suficiente para iluminar y situar en su justa dimensión -que es lo que precisamente se le exige a una institución transgeneracional como la monarquía democrática- los factores de discordia que hoy consumen nuestros debates.
Tras situar el marco de referencia de un año 2022 en el que estábamos superando la pandemia y fuimos sorprendidos por la invasión rusa de Ucrania, el Rey afirma que esto ha causado una crisis energética y una subida de precios que provoca «inseguridad» en los hogares. Pero el monarca nos recuerda que España ya ha superado situaciones parecidas. Sin embargo, además de autoconfianza, el rey pide «el mayor compromiso de todos con nuestra democracia y con Europa», a las que define como las columnas vertebrales de nuestro presente y futuro.
Vierte, a continuación, dos potentes reflexiones sobre estos asuntos. Respecto de la democracia liberal, asediada en el mundo por diversos factores, el Rey advierte sobre tres riegos particulares de nuestro país: la división, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones. Y enseguida nos recuerda la gran lección del siglo XX español: «Un país o sociedad dividida o enfrentada no avanza, no progresa ni resuelve bien sus problemas, no genera confianza». Para conjurar ese peligro el rey reivindica el legado de la Constitución de 1978, que «representa la unión lograda por los españoles» y «nos garantiza una convivencia» que según Felipe VI «es nuestro mayor patrimonio». En esa tarea el Rey ofrece la clave más política de su discurso y recuerda su preocupación por unas instituciones sólidas, que deben estar al servicio de los ciudadanos y responder al interés general, pero que deben desarrollar sus funciones «con colaboración leal, con respeto a la Constitución y a las leyes y (que) sean un ejemplo de integridad y rectitud». Y lanza una advertencia absolutamente contingente: «En estos momentos, todos deberíamos realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar esos riesgos puede tener para nuestra unión, para nuestra convivencia y nuestras instituciones».
El segundo compromiso que es objeto de la reflexión del monarca es Europa, que representa para España la consolidación de la libertad y la prosperidad. El Rey se muestra confiado en que los españoles ofrecen motivos para mirar al futuro con esperanza. Y lo hace empeñando su propia experiencia, la de «una España que conozco bien» y que describe como «valiente y abierta al mundo: la España que busca la serenidad, la paz, la tranquilidad; la España responsable, creativa, vital y solidaria. Esa España es la que veo, la que escucho, la que siento en muchos de vosotros; y la que, una vez más, saldrá adelante».
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