Las deudas y la ludopatía, móviles del crimen del empresario de Manzanares
«Que Dios me perdone... de espíritu», escribió Antonio Caba, presunto autor del asesinato del empresario Juan Miguel Isla
Crimen del empresario de Manzanares: «Te doy 25.000 euros si me ayudas a deshacerme del cadáver»
Madrid
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Iniciar sesión«Qué cojones me llamas, con la que hay... Y coge y me llama y me dice que vaya urgente... Pero tú te crees que es normal, hijo mío (...) Pero si es que eres muy tonto, Gaspar. Los que han ido han dicho que ... eres ludópata (...) Que tengo el teléfono intervenido, muchacho. Que tengo el teléfono 80.000 veces pinchado». Cuando los guardias civiles escucharon este monólogo hace un mes supieron que estaban a punto de resolver el crimen del empresario Juan Miguel Isla.
Quien habla es Antonio Caba, un intermediario de compraventa de fincas, un buscavidas de Manzanares (Ciudad Real), principal sospechoso de la desaparición de Isla. Fue la última persona con la que se le vio el 22 de julio del año pasado. Isla acababa de cobrar en metálico un pago de 50.000 euros en La Solana, en presencia de Caba, el mediador en la venta de una finca valorada en 1.350.000 euros, según el sumario al que ha tenido acceso ABC. Los compradores habían abonado ya 400.000 por transferencia y cuatro pagos en efectivo de 50.000 cada uno. Tras el último, al empresario se le perdió el rastro.
Soliloquios en el coche
Caba se sabía en el foco de la investigación y limitaba sus conversaciones telefónicas al mínimo, pero la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil había instalado un micro en su BMW 5. El pasado 2 de marzo empezó el derrumbe del sospechoso. Se sentía acorralado y se desahogó en varios soliloquios explícitos y esclarecedores. Hablar solo, en la privacidad de tu coche, no compromete. Eso debió de pensar. Doce días después, los investigadores hallaban en un pozo de una finca de Valdepeñas el cadáver del empresario y detenían a Caba y a su cómplice, el septuagenario Gaspar Rivera. Ambos permanecen en prisión desde entonces.
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Es Rivera quien abre la espita, el que desata el chorro de palabrería e indignación de Caba, cuando lo llama por teléfono y le conmina a verse, momentos antes de ese desahogo captado por el dispositivo instalado en su BMW. A Gaspar lo han llamado de la inmobiliaria en la que compraron la finca utilizada como tumba de la víctima porque la Guardia Civil les ha pedido datos de esa transacción. La habían adquirido solo cuatro días antes de que desapareciera el empresario.
«Hasta aquí hemos llegado», se resigna el buscavidas, que llevaba meses esquivando las pesquisas y acusando a Isla de haberlo estafado.
Los detuvieron el 14 de marzo después de recuperar el cuerpo del pozo en esa parcela apartada y comprada con prisas. Al día siguiente durante el registro de otra finca, esta vez en Manzanares, propiedad de la víctima en el catastro pero vinculada ahora a Caba y otros dos hombres, Gaspar se vino abajo y explicó los detalles que ya había confesado la tarde anterior a la juez.
El cuerpo, en una manta
Contó que lo llevó hasta allí Antonio, que entraron a un chalé por el garaje y en el salón estaba el cuerpo tendido en el suelo y tapado con una manta aquel 22 de julio. Antonio le dijo que iba a envolver el cadáver y a limpiar rápido y que miraran si había algún casquillo de bala por ahí. Ataron el fardo entre los dos, como adelantó ABC. El presunto autor del crimen le ofreció, según Gaspar, 25.000 euros por deshacerse del cuerpo y del Renault Clio de la víctima. Dijo que solo le había dado 500 euros y después pagos ridículos de menos de 50.
Rivera condujo el Clio hasta Albacete (más de 140 kilómetros) y lo dejó abandonado en un descampado hasta que una mujer lo reconoció a finales de enero cuando la Guardia Civil pidió colaboración ciudadana.
Las deudas de Caba y la ludopatía de Rivera sentenciaron a Juan Miguel. El primero vivía acuciado por esas deudas, que soslayaba sin responder al teléfono o con evasivas cuando le llamaban una y otra vez empresas de cobro de impagos. Debía, además, al menos 25.000 euros a otro empresario, Jesús María González, desaparecido desde junio de 2019 y que también fue visto por última vez con el sospechoso. González acababa de cobrar 14.000 euros en metálico por la venta de un coche en la que medió Caba.
El segundo detenido, Gaspar Rivera, atravesaba una situación económica extrema, al punto de que había días que no podía ni comprar comida. Estaba dominado por su adicción al juego. La tarde que llevó el coche de la víctima a Albacete la pasó jugando en la sala 'Emotiva 2', pero es que en seis meses estuvo en ese mismo salón de juegos 282 veces, algunos días iba y volvía en varias ocasiones y empleaba allí horas y horas.
El 8 de marzo, el círculo asfixia ya a Caba. Su gestor le llama y le cuenta que la Guardia Civil le ha pedido la documentación de la finca de Valdepeñas. Solo él y Rivera saben lo que pasará si los investigadores entran en el terreno. Tras la llamada, el micro colocado en el coche de Caba capta otro de sus desahogos, el «trascendental» y definitivo. «Esto está ya... listo para sentencia». Una semana después se acabó su libertad y sus enredos. No ha reconocido nada, no ha declarado, ni se inmutó cuando apareció el cuerpo.
En el piso de Caba, los agentes hallaron un arsenal de armas y munición: dos fusiles mauser, dos escopetas, un fusil K98, un rifle Sako, dos pistolas de avancarga y cajas y cajas de cartuchos de todos los calibres. Los investigadores (UCO y Comandancia de Ciudad Real) ya sabían que las utilizaba habitualmente, que hacía prácticas de tiro (tenía licencia) e incluso hablaba de compraventa de armas. «He preparado la ropa de mañana y he puesto mi pistolilla encima», cuenta con naturalidad en una conversación. También encontraron una curiosa nota manuscrita: «Que Dios me perdone... de espíritu».
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