Al punto
El peluquero de Begoña
Siendo mucha la complicidad político-afectiva hasta ahora mostrada por el matrimonio Sánchez-Gómez, contratiempos como el lío judicial que pueden dañar su reputación dentro y fuera de España
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Iniciar sesiónDigan los casados, sean parejas y parejos, hombre y/o mujer, o viceversa si en algún momento de su convivencia no han tenido alguna crisis por las más variadas razones. Por muy sólida y estable que sea la unión, nada les garantiza que no pueda ... darse alguna desavenencia. En el caso de los famosos, una discrepancia conyugal puede convertirse en noticia si llega a oídos de algún sabueso de la prensa rosa –que más bien habría de colorear en amarillo- dispuesto a olisquear entrepiernas y también emponzoñar, porque de un lío pueden aflorar otros más, sean ciertos o producto del más calenturiento magín.
Las buenas noticias siempre se ha dicho que no son noticia, salvo que quien la protagonice sea alguien muy conocido o famoso. Pongo por caso al actual presidente del Gobierno de España que, en una primera carta dirigida a los españoles, iniciando un género epistolar inédito hasta ahora en la política española, confesó cuánto siente por su esposa, mujer, compañera, consorte, pareja, cómplice… tache el lector los términos que no considere apropiados para el caso. El marido-presidente hace uso de los dos primeros: esposa y mujer.
Dejó escrito Pedro Sánchez en su muy comentada epístola, que malicio en algún momento pudo tener tentaciones de dirigirla a los adefesios, que «muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer». En la segunda de las cartas, que hizo pública el pasado martes, pocas horas después de conocerse el requerimiento a Begoña Gómez para tomarle declaración en sede judicial el 5 de julio, el presidente y marido debe creer que los españoles ya damos por sabido que él es «un hombre profundamente enamorado…» razón por la que no vuelve a reiterarlo en su último escrito.
Aquella mandíbula apretada y el contrariado gesto que mostró Pedro Sánchez el 25 de abril, cuando desde su escaño en el banco azul del Congreso de los Diputados, respondió a Rufián diciendo «que seguía confiando en la Justicia», denunciaba su gran incomodidad y morrocotudo enfado. Quien tan pagado está de sí mismo, es lógico que trate de rebelarse ante cualquier contratiempo o dificultad que pueda terminar convertida en una inaguantable piedra en su zapato.
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Siendo mucha la complicidad político-afectiva hasta ahora mostrada por el matrimonio Sánchez-Gómez, contratiempos como el lío judicial que pueden dañar su reputación dentro y fuera de España, hacen mella en el ánimo y en la narcisista consideración que el presidente Sánchez tiene de sí mismo. Y, por colateral efecto, en el afecto hacia su mujer, de la que por mucho que haya dicho que «es una profesional honesta, seria y responsable», todo lo que le pueda suponerle algún infortunio al marido-presidente terminará dando pie a desavenencias político-conyugales-empresariales.
Cuando eso ocurre, cualquier nimiedad puede convertirse en escollo para la convivencia. Y una discrepancia antaño intrascendente dar paso a un turbión de imprevisibles daños. Los defectos del otro, que en los días de vino y rosas se pasaban por alto, terminan socavando los cimientos de una relación en la que su apariencia no era de inquebrantable solidez.
Quienes conocen los entresijos y tejemanejes monclovitas, me sugieren que ponga atención en detalles que pueden ser la clave y razón de disonancias maritales, por más las apariencias traten de disimularlas. En ese sentido apuntan la mucha responsabilidad del peluquero de Begoña Gómez, esposa del marido-presidente. Porque pudiera ser que aquello que más disgusta a Pedro Sánchez en estos momentos de tribulación, no sea otra cosa que el peinado de su mujer. ¿El peinado? Sí, eso dicen. Nunca lo hubiese imaginado, pero sí, puede que sea por eso.
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