AL PUNTO
Las fotos de muertos y asesinados
«Frente a todo cerrilismo, identifiquemos y enterremos dignamente a todos los muertos. Y que por ellos, unos y otros de ambos bandos, seamos capaces de reactivar los mejores valores de una Transición que fue ejemplar»
¿Dónde comieron ese arroz?
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Iniciar sesiónLa vacuna contra el cainismo, pandémico, endémico y crónico, que los españoles de bien nos inoculamos al final de la dictadura de Franco, fue la conocida Transición. Creímos que con sólo una dosis sería eficaz y suficiente, capaz haber lograr permanente inmunidad contra semejante ... y fratricida mal hispano. Craso error. La vacuna no tenía fecha de caducidad, pero sus beneficios podían perderse en el caso de ciertas prácticas que anulasen sus virtudes, en cuyo caso habría sido de lo más conveniente administrarnos una nueva dosis.
Rodríguez Zapatero, tan pronto llegó al poder, reparó en ello. Y decidió liberar virus y miasmas que no habían de tardar mucho en reavivar la saña de la que solemos hacer uso los españoles cuando de rompernos la crisma de trata. Porque no era su pretensión la de recuperar los restos de las víctimas que sufrieron represión, que no estaban identificadas ni inhumadas donde y como sus familiares hubiesen querido. Un deseo de obligado cumplimiento como lo es la séptima de las obras de misericordia, enterrar a los muertos.
Zapatero pretendió, a modo de reproche de la gestión Felipe González durante los catorce años de sus gobiernos, reescribir la historia de España del siglo XX. Eso de que el dictador Franco muriese en la cama era un estigma para quienes pretendían hacernos creer que la democracia llegó a España de la mano de un partido con cien años de historia, que los comunistas apostillaban, no sin cierta dosis de razón, «y cuarenta de vacaciones».
Zapatero promulgó la primera ley de memoria histórica, que su discípulo Sánchez decidió corregir y enmendar con su personal toque, convirtiendo a Franco y su obra en comodín, sacando sus restos de la tumba del Valle de los Caídos y sometiéndole a la damnatio memoriae, aquella misma con la que Roma condenaba a quienes consideraba enemigos, muchos de ellos sus propios emperadores que fueron asesinados o depuestos.
El pasado jueves, las Cortes Valencianas aprobaron la tramitación de cinco propuestas de leyes, entre ellas la de Concordia, junto con otras como Libertad Educativa, À Punt, Transparencia, y Agencia Antifraude, todas recibidas de uñas por las bancadas socialista y Compromis.
Para reforzar sus tesis contra el paquete legislativo defendido por el gobierno valenciano, los miembros de Compromis decidieron exhibir luto en su vestimenta. Allí que se presentaron todos, todas y todes vestidos de negro. El grupo socialista, por su parte, quiso dejar patente su oposición mostrando imágenes de valencianos que fueron víctimas de la represión franquista.
Viendo aquellas exhibición de iconografía, me imaginé por un momento la sorpresa qué se habría adueñado del hemiciclo si al vicepresidente Vicente Barrera Simó se le hubiese ocurrido exhibir delante de su escaño fotografías de cinco familiares suyos, que fueron asesinados en los primeros meses de la guerra civil. Manuel y José Simó Marín, fundador de la empresa La Paduana, y Gabriel Simó Aynat, de 15 años, murieron fusilados en el Picadero de Paterna en octubre de 1936.
Otros familiares del vicepresidente, también fueron asesinados a manos de milicianos del Frente Popular: José y Eduardo Simó Attard. Los restos de varios de aquéllos y éstos, enterrados en fosas comunes junto al Picadero de Paterna, nunca fueron identificados. Y hubo más ignominia. Patricio Simó Aynat, con 13 años, fue encarcelado en la checa de las Torres de Quart y torturado para que revelase el paradero de su hermano José, abuelo de Vicente Barrera Simó. Quien en los años sesenta sería destacado empresario, mecenas y presidente de la Junta Provincial contra el Cáncer en Valencia pudo huir antes de ser detenido. Permanecer escondido durante toda la guerra le salvó la vida.
Casos de cientos, de miles y miles de muertes, crímenes y asesinatos los hubo por ambos bandos, ensombreciendo con la negritud vesánica de tantos odios y venganzas nuestro pasado. Evitar la fratricida competición del «y tu más» fue el compromiso logrado gracias a una modélica Transición, que el zapaterismo primero y después el sanchismo han pretendido, y en gran medida conseguido, mancillar tratando de dejar sin efecto los beneficios de su vacuna.
Tengo serias dudas de la Ley de Concordia consiga los efectos reparadores, que serían muy de desear, a la vista del encono con que ha sido recibida dentro y fuera del parlamento valenciano. Con la sombra del muro, cada vez más alto y grueso levantado por Pedro Sánchez --y del que parece sentirse tan orgulloso-- con el que separar a los suyos y a los otros, no será fácil. Frente a todo cerrilismo, identifiquemos y enterremos dignamente a todos los muertos. Y que por ellos, unos y otros de ambos bandos, seamos capaces de reactivar los mejores valores de una Transición que fue ejemplar y debe seguir siéndolo.
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