José Antonio Marina: «La quiebra del pensamiento crítico es una pandemia tan grave como la del covid»
El reconocido filósofo y pedagogo advierte sobre la falta interés en la educación en España y la urgencia de establecer un modelo de aprendizaje permanente que permita actualizar conocimientos frente a los avances tecnológicos
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VALENCIA
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Iniciar sesiónAprender rápido y disfrutando del proceso. Parece complicado, quizás porque confundimos conceptos, pero no lo es. Así lo cree el filósofo y pedagogo José Antonio Marina (Toledo, 1939), que da un toque de atención a la sociedad actual: llegamos tarde a dibujar la educación ... que vamos a necesitar y los gigantes tecnológicos nos llevan la delantera. En un mundo sujeto a continuos cambios, señala Marina, la formación personal puede quedar anticuada en cualquier momento, por lo que se hace imprescindible actualizar nuestros conocimientos continuamente.
Premio Nacional de Ensayo, doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia, impulsor de la Universidad de Padres y colaborador en medios de comunicación, este prestigioso escritor -con más de medio centenar de publicaciones a sus espaldas- ha centrado su labor investigadora en el estudio de la inteligencia y de los mecanismos de la creatividad artística, científica, tecnológica y económica.
Marina atendió a ABC este jueves, poco antes de impartir una conferencia en la Fundación Bancaja de Valencia con motivo del VI Foro de Innovación Educativa de Caxton College. Un encuentro en el que cada año el colegio británico busca las reflexiones de especialistas en diferentes áreas del pensamiento contemporáneo sobre los nuevos modelos de enseñanza y aprendizaje que van desplazando a los tradicionales a nivel internacional.
—¿Qué y cómo debemos enseñar a los alumnos que van a enfrentarse a una realidad profesional que todavía desconocemos?
—Es uno de los problemas más serios que tiene la educación y que nos fuerza a los educadores a saber lo que se está haciendo en registros muy diferentes, desde lo tecnológico hasta lo económico o lo político, y a ir seleccionando aquellas habilidades muy generales y muy flexibles que puedan permitir lo que llamamos el aprendizaje adaptativo, sean cuales sean las circunstancias. Por eso, un concepto central, que están usando más en el terreno de la empresa que en el de la educación, es el de 'learnability': la capacidad de aprender y de tener ganas de hacerlo con rapidez. Se han dado cuenta de que cualquier tipo de capacitación queda obsoleta enseguida y lo están valorando cada vez más, de manera que todo el mundo va a tener que seguir actualizando su formación continuamente. Eso tenemos que empezar a desarrollarlo en las escuelas.
—¿Y quién debe hacerlo? ¿El Estado?
—El Estado tiene que favorecer y orientar la educación pública, pero en último término tenemos que hacerlo en las aulas. Tenemos que ir desarrollando en nuestros alumnos el gusto y la capacidad de aprender, porque eso también se aprende, y tiene que formar parte de nuestro sistema formativo.
Aunque hablemos de que estamos en la sociedad digital, de la información o del conocimiento, donde hemos entrado es en la sociedad del aprendizaje permanente, que se rige por una ley absolutamente implacable: el que no sea capaz de aprender a la misma velocidad a la que cambia el entorno, se quedará marginado irremediablemente. El Estado tiene la tarea urgente de concienciar a niños, adolescentes, profesionales, empresarios o políticos. Todo el mundo tiene que estar dispuesto a ello porque si no las circunstancias y el entorno nos desbordan. Por ejemplo, a nadie nos preguntaron si queríamos aprender a manejar un ordenador. Pero si no lo hacíamos, nos quedábamos fuera.
«La educación en España no interesa a nadie. Si perdemos este tren, nos convertimos en el bar de copas de Europs»
—¿Qué papel están jugando las empresas tecnológicas en esta materia? ¿Estamos preparados para la Inteligencia Artificial?
—No estamos preparados. En estos momentos, la mayor investigación sobre educación la están haciendo las grandes tecnológicas, pero desde el punto de vista económico. Google quiere ser la educadora mundial. Apple y Microsoft van por el mismo camino, y Samsung se ha enfocado más en los dispositivos. Todos quieren educar la atención de sus clientes porque es a quien van a vender sus productos.
Las facultades de pedagogía se están quedando retrasadas. No se están dando cuenta de la complejidad del asunto. Tienen que ponerse las pilas y ser tan buenas conocedoras de la tecnología como lo son de la ciencia que estudian o de los movimientos sociales. Los encargados de diseñar la educación tienen que ser personas de élite, porque tienen que saber muchísimas cosas.
Estamos todavía haciendo una especie de bricolaje educativo pedagógico en el que nos salen unos currículos que son una especie de corte y pega y en los que no tenemos una idea clara de aquellas habilidades, conocimientos y hábitos que tenemos que desarrollar. Por eso es una tarea realmente urgente. Se nos está yendo el tiempo y esto viene muy rápido. Lo vemos con el ChatGPT. O empezamos a diseñar con claridad nuestro sistema de formación o nos vamos a quedar muy marginados. Es una cuestión de interés nacional.
—¿Por qué nos hemos relajado tanto? ¿No nos preocupa la educación en nuestro país?
—La educación en España no interesa a nadie. En las encuestas del CIS nunca aparece entre las preocupaciones de los españoles y ya es momento de que esté. Porque no es una cosa que sólo afecta a los padres con hijos en edad educativa, es una cuestión esencial para la sociedad, porque de ella va a depender su nivel de vida económico y de convivencia. Perdimos el tren de la Ilustración y el de la industrialización. Si perdemos este, nos convertimos en el bar de copas de Europa.
En los años 50 o 60 cuando España, que era una nación agrícola, empieza a convertirse en una nación industrializada, hay un éxodo del campo a la ciudad. Los padres de esa generación sí dan muchísima importancia a la educación que ellos no habían tenido y quieren para sus hijos. En ese momento sube espectacularmente la cantidad de alumnos universitarios, no porque tuvieran realmente una vocación sino porque era el ascensor social. Si tenías un título universitario, entrabas en la clase media.
Pero gran parte de estas familias se dieron cuenta de que la sociedad les había fallado. Les había dicho que si sus hijos se preparaban iban a tener éxito y se encontraron con que habían hecho sus carreras y tenían dificultades económicas. Entonces se genera una especie de escepticismo hacia la educación. Entre esos altibajos, lo que resintió fue el aprecio y el interés por ella, porque pareció que no tenía la capacidad transformadora que en el fondo sí tiene, pese a que algunas veces no se vea con tanta claridad.
«Estudiar es una tarea que puede ser ingrata. Aprender es una experiencia muy gozosa»
—¿Estamos fomentando la creatividad y el pensamiento crítico en las aulas?
—No, tampoco en las universidades. Hay una crisis del pensamiento crítico en todos los países, no solo en España. Por ejemplo, en la Universidad de Columbia, que es una de las más grandes de Estados Unidos, los alumnos han pedido al rector que no se planteen en los estudios problemas conflictivos o que puedan inquietarles. Como son los clientes, se lo han aceptado. Ese desarme crítico de nuestra cultura está haciendo que aumente el atractivo de las democracias no liberales autoritarias o que se extiendan las noticias falsas y la posverdad. Todas estas cosas aumentan la vulnerabilidad de la sociedad, que está dispuesta a tragarse cualquier bulo, fanatismo o dogma. La quiebra del pensamiento crítico es realmente una pandemia tan grave como la del covid.
—Si tenemos que seguir aprendiendo durante toda nuestra vida, ¿tendrá que cambiar la forma en la que gestionamos nuestro tiempo?
—El espacio lo tenemos. Consumimos cada día cuatro horas delante de pantallas, según las estadísticas. Es una pérdida de tiempo muy divertida. No se trata de dedicar toda esa franja, pero hay margen si no confundimos aprender con estudiar. Estudiar es una tarea que puede ser ingrata. Aprender es una experiencia muy gozosa. Muchas veces doy clases a personas de la tercera edad que van a las universidades para mayores y el entusiasmo con que aprenden les rejuvenece. A nuestros alumnos no les gusta estudiar, pero la capacidad que desarrollan para manejar móviles es un tipo de estudio. No lo consideran así, porque lo hacen por otros caminos, mientras se están divirtiendo con sus amigos, les interesa mucho, están explorando. Tenemos es que recuperar la pasión por el aprendizaje como una de las grandes satisfacciones humanas y ahí tenemos que colaborar un poco todos.
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